Domingo cuarto de Adviento
Salterio IV
Color: morado
La Iglesia, a través de la predicación y la Liturgia, anuncia que la salvación verdadera y definitiva es un don que Dios mismo nos trae viniendo en medio de nosotros. En el centro de la Liturgia en este domingo está la revelación de este secreto. De este misterio que ha estado escondido por los siglos. La revelación del plan salvífico, que Dios ha preparado y actuado por nuestro amor.
El designio de salvación tiene una historia y signos reveladores. EL profeta anuncia un signo que puede ser reconocido y acogido solo en la pobreza y en la humildad de la fe. Habla del nacimiento milagroso del Emmanuel, hijo de una virgen, signo milagroso concedido por Dios al pequeño resto de los creyentes, que por la fe de él serán liberados. Será este nuevo pueblo constituido en orden de la fe y no a través de privilegios de nacionalidad y de casta.
La profecía de Isaías se cumple en la maternidad divina de la virgen María. A José, su esposo, le tocará de colaborar con fe y humildad en el designio divino, transmitiendo al hijo de Dios y de María el título mesiánico de la descendencia de David. Esta colaboración no acontece sin sufrimiento, así como nuestra colaboración con Dios para salvarnos no sucede sin renuncia a aquello que en nosotros no es digno de Dios y nos hace resistir a su amor.
El signo del Emmanuel encuentra el perfecto cumplimiento en Jesucristo, sacramento del encuentro entre Dios y el Hombre, cuya presencia en la Eucaristía y en las acciones litúrgicas es el nuevo signo ofrecido a todos aquellos que aceptan de tener plena confianza en Dios Padre. Pero la salvación del hombre no depende exclusivamente de una iniciativa soberana de Dios. Dios no salva al hombre sin su colaboración. Dios respeta al hombre como ha respetado la libertad de María y de José, pero siempre la donación de Dios es total.
Antífona de entrada Cf. Is 45, 8
Envíen los cielos el rocío de lo alto, y las nubes derramen la justicia. Ábrase la tierra y brote el Salvador.
ORACIÓN COLECTA
Señor, derrama tu gracia en nuestros corazones, y ya que hemos conocido por el anuncio del Ángel la encarnación de tu Hijo Jesucristo, condúcenos por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la resurrección. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
De ti nacerá el que debe gobernar a Israel.
Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a
Así habla el Señor:
Tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial.
Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios.
Ellos habitarán tranquilos, porque Él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y Él mismo será la paz!
SALMO RESPONSORIAL 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
R/. Restáuranos, Señor del universo.
Escucha, Pastor de Israel, Tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece, reafirma tu poder y ven a salvarnos.
Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que Tú hiciste vigoroso.
Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que Tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre.
SEGUNDA LECTURA
Aquí estoy para hacer, Dios, tu voluntad.
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10
Hermanos:
Cristo, al entrar en el mundo, dijo:
“Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo.
No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios.
Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo -como está escrito de mi en el libro de la Ley- para hacer tu voluntad”.
Él comienza diciendo: “Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley”. Y luego añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Lc 1,38
Aleluya.
Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu Palabra. Aleluya.
EVANGELIO
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Pidamos, hermanos, el auxilio del Señor, para que, apiadado del pobre y del indigente, venga a salvar al mundo de sus males:
- Para que todos los fieles se dispongan a recibir a Cristo como lo recibió María y como ella conserven sus palabras en el corazón, roguemos al Señor.
- Para que aquellos hermanos nuestros que han abandonado las prácticas cristianas pero acudirán a la iglesia en las próximas fiestas de Navidad descubran la buena noticia del Evangelio, no como un rayo fugaz en la noche, sino como luz permanente que ilumina y alegra toda la vida, roguemos al Señor.
- Para que las fiestas del nacimiento del Señor alejen las tinieblas de quienes viven sumergidos en dudas e incertidumbres y colmen los deseos de quienes se sienten descorazonados y tristes, roguemos al Señor.
- Para que el nacimiento de Cristo nos ayude a renunciar a los deseos mundanos y a vivir sobria y honradamente esperando la aparición definitiva del Señor, roguemos al Señor.
Señor Dios, que has mostrado la gratuidad y la fuerza de tu amor eligiendo las entrañas purísimas de María para revestir de carne mortal a tu Hijo, escucha nuestras plegarias y haz que también nosotros sepamos acoger y engendrar espiritualmente tu Verbo, escuchando tu palabra y obedeciendo a la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Te pedimos, Padre, que el mismo Espíritu que fecundó con su poder el seno de
María, la Virgen Madre, santifique estos dones que hemos depositado sobre tu altar.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Is 7, 14
La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Después de recibir el anticipo de nuestra redención eterna, te rogamos, Dios
todopoderoso, que cuanto más se acerca el alegre día de la salvación, tanto más se
acreciente nuestro fervor para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu
Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
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