¿El objetivo prioritario de la fe cristiana es hacer buena a la gente? No lo es. Pueden ser buenas personas tanto los creyentes de cualquier religión como los que no profesan ninguna.
El evangelio proclamado este domingo nos acaba de señalar la novedad de la fe cristiana. La fe es una experiencia personal, encuentro y seguimiento de Jesús en quien el discípulo deposita toda su confianza. No es suficiente ser bueno para ser cristiano. Jesús invita a ir más allá de la bondad. Invita a una relación de amistad con El. Amistad que se va profundizando a lo largo de la vida y que ofrece criterios para cultivar tanto la relación filial con Dios como la relación fraternal y solidaria con los demás seres humanos. En esta impactante escena, tanto el “joven” rico como Jesús han pasado de la alegría a la decepción. El joven por sentirse incapaz de abandonar sus seguridades y Jesús por haber recibido una vez más, una respuesta negativa por parte del joven que representa esa parte enorme de la humanidad de ayer y de hoy que sigue confiando su futuro y su felicidad a las riquezas, al tener y poseer. “¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”.
No es de extrañar la reacción de los apóstoles. También nosotros hoy pensamos que sin dinero o seguridades, no podemos hacer demasiado. Pero Jesús estaba interesado en enseñar que la salvación, la felicidad, el futuro del hombre, no está garantizado sólo por la economía, las posesiones o las riquezas. Todo eso tiene su sentido cuando se distribuyen equitativamente. Jesús no condena la riqueza ni al rico, sino la acumulación de las mismas en manos de unos pocos. Entre cristianos esa acumulación desproporcionada es un grave pecado. El tesoro en el cielo se adquiere con la generosidad, la solidaridad, la justicia. Compartir con los empobrecidos es compartir con el mismo Dios. Jesús hizo reflexionar al joven rico, quien cayó en la cuenta sobre en quién había puesto su confianza y comprometido su futuro y felicidad: en acumular dinero. ¿En qué la ponemos nosotros? Jesús le proponía un horizonte nuevo: entrar en el plan de Dios, asumir la libertad de los hijos de Dios, una libertad de espíritu que no se deja comprar por nada, y se encarna en la fraternidad que nos hace a cada cual corresponsables de la felicidad de los otros.
En la estela del magisterio del último concilio, la Iglesia y todos nosotros somos invitados a hacer nuestra esta actitud de diálogo entre Jesús y el joven rico. Jesús asumió los anhelos de aquel hombre, su euforia inicial y también su cerrazón. Como parte de la Iglesia, nuestra comunidad cristiana también asume los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los empobrecidos, los vulnerables y de cuantos sufren todavía las consecuencias de la pandemia. Porque nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en nuestro corazón. Al corazón de cada uno de nosotros se dirigen las palabras de Cristo, para que cada cual responda: “Vende lo que tienes, y luego sígueme”. A quien tome en serio estas palabras, le digo por propia experiencia, que también comprobará cómo se cumple la promesa del Señor: “Os aseguro que quien deja casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura vida eterna”.
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