El domingo pasado, el evangelio de Marcos presentaba a Jesús enseñando a su pueblo, venido de muy distintos lugares. Inmediatamente después, lo alimenta mediante la multiplicación de los panes y peces. Pero este relato no se ha toma hoy de Marcos, sino de Juan, porque los cuatro domingos siguientes los dedica la liturgia a la lectura del discurso del pan de vida, que solo cuenta Juan.
Jesús y Eliseo (2 Reyes 4,42-44)
Es raro que Juan coincida con los Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) en algún relato. Este de la multiplicación de los panes y los peces es uno de los pocos casos. Y los cuatro evangelios toman como punto de referencia el milagro atribuido a Eliseo en el Antiguo Testamento. Este profeta, rodeado de una comunidad de unos cien hombres, muy pobres, recibió un día como regalo veinte panes de cebada y cierta cantidad de espigas. Teniendo en cuenta las dimensiones de los antiguos panes, no era demasiado difícil sacar un bocadillo para cada uno. Al criado le parecen pocos; pero, en contra de sus dudas, comieron todos y sobró.
El milagro de la multiplicación de los panes y los peces está calcado sobre el de Eliseo, pero aumentando las dificultades. En vez de cien personas son cinco mil (según Mc, Lc y Jn; Mt añade «sin contar mujeres y niños», lo cual obligaría a pensar en unos veinte mil). Y en vez de veinte panes, Jesús solo dispone de cinco.
A pesar de todo, igual que Eliseo dijo: «comerán y sobrará», los comensales de Jesús comieron «todo lo que quisieron»; y, para demostrar la abundancia, se recogen doce canastos de sobras de los cinco panes.
Queda claro el poder superior de Jesús. Pero los Sinópticos añaden un detalle importante: este milagro ocurre «en un lugar desierto», y esto trae a la memoria la marcha del pueblo por el desierto, cuando Dios lo alimenta con el maná. Jesús, nuevo Moisés y superior a él, también alimenta a su comunidad (quizá por eso Mt hace mención expresa de las mujeres y niños). Jn desarrollará en el discurso posterior la relación con el maná y con Moisés.
La multiplicación de los panes y peces según Juan 6,1-15
A pesar de las semejanzas, el relato de Juan ofrece notables diferencias con el de los Sinópticos.
1. La indicación temporal falta en los Sinópticos: «Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.» De este modo, Jn relaciona la multiplicación de los panes con la fecha de la muerte de Jesús. Jn no cuenta la institución de la Eucaristía, pero este milagro, ocurrido en la misma fiesta, simboliza la idea de que Jesús alimenta a su pueblo.
2. La preocupación por la gente no parte de los discípulos, sino de Jesús. En los Sinópticos, son ellos quienes se acercan a decirle que despida a la gente para que se busque algo de comer. En Jn, es el mismo Jesús quien toma la iniciativa preguntando a Felipe cómo resolverán el problema.
3. Lo anterior demuestra que los discípulos descargan la responsabilidad en el pueblo: son ellos los que tiene que buscarse de comer. Jesús, en cambio, se encarga de darles de comer.
4. Para dejar clara la dificultad del problema, Felipe indica lo que costaría alimentar a esa gente: doscientos denarios. El denario era el jornal de un campesino; doscientos denarios suponen una cantidad muy grande para un grupo que vive de limosna, como el de Jesús.
5. La relación entre el milagro de Jesús y el de Eliseo queda especialmente clara en Juan, ya que, mientras los Sinópticos hablan simplemente de «cinco panes», Juan indica que son «panes de cebada», como los que regalan a Eliseo.
6. El momento culminante difiere de manera notable. Los Sinópticos dicen que Jesús «levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los dio a los discípulos para que los repartieran a la gente». Tres acciones (alzar la mirada, bendecir, partir), pero quienes reparten el pan a la gente son los discípulos. En Jn, Jesús solo realiza una acción, dar gracias (euvcaristh,saj); pero lo más importante es que es él mismo quien distribuye el pan a todos los presentes. Es claro que se trata de un dato simbólico. Un camarero para cinco mil personas es imposible. Jn quiere indicar que, en la eucaristía, es Jesús mismo quien nos alimenta.
7. Mateo, al contar este milagro, omite la referencia a los peces en el momento de la multiplicación, para subrayar la importancia del pan como símbolo eucarístico. Juan lo sugiere de forma distinta. La orden de Jesús: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda», la refieren los discípulos solo a los panes, no se preocupan de los peces. Es probable que estas palabras de Jesús reflejen la práctica litúrgica posterior, cuando se pensó que el pan eucarístico no podía ser tratado como otro cualquiera.
8. La reacción del pueblo y la de Jesús. En los Sinópticos, la gente no es consciente del milagro ocurrido. En Juan, el pueblo se sorprende de lo hecho por Jesús y deduce que es el profeta esperado, semejante a Moisés, que alimentó al pueblo en el desierto. A primera vista, extraña que identifiquen a ese «profeta que va a venir al mundo» con el futuro rey de Israel. Pero Flavio Josefo habla de profetas que se presentaban en el siglo I con pretensiones regias, mesiánicas. La intención del pueblo es claramente revolucionaria, nombrar un rey que los gobierne distinto del César romano, un rey que los libere. Jesús no comparte ese punto de vista y huye. «Mi reino no es de este mundo», dirá a Pilato.
Un milagro que continúa en un discurso
En los Sinópticos, el milagro está cerrado en sí mismo. En Juan, el milagro supone el punto de partida para el largo discurso que se leerá en los próximos domingos. Es importante recordar este detalle al comentar el texto: se puede subrayar la preocupación de Jesús por la gente, su poder infinitamente superior al de Eliseo, el simbolismo eucarístico, la oposición de Jesús a un mesianismo político… pero hay que dejar claro que el relato es solo la puerta a un discurso. «Ahora viene lo bueno». El milagro de los panes sirve para presentar a Jesús como el verdadero pan de vida.
Receta para conseguir la unidad (Efesios 4,1-6)
El domingo pasado, la carta a los Efesios recordaba que Dios reconcilió a judíos y paganos mediante la muerte de Jesús. Pero esa unidad puede resquebrajarse fácilmente. No solo entre los dos pueblos, sino también dentro de las comunidades del mismo origen. La experiencia de veinte siglos lo demuestra. Pablo, desde la cárcel, aconseja las actitudes que ayudan a mantener la unidad: humildad, amabilidad, comprensión, sobrellevarse mutuamente, esforzarse en mantener el vínculo de la paz. Así se llegará a ser un solo cuerpo y un solo espíritu, basados en «un Señor, una fe, un bautismo». Este texto recuerda, con palabras muy distintas, el gran deseo de Jesús en su despedida, según el evangelio de Juan: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y, en relación con el evangelio, nos recuerda que somos uno todos los que comemos el mismo pan.
José Luis Sicre
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