EL GRAN SIGNO DE LA SOLIDARIDAD
1.- Ver el hambre de la gente. En tiempo de Eliseo el pueblo está sufriendo en carne viva las consecuencias de un hambre prolongada. Era una costumbre el llevar a los hombres de Dios, como signo de sacrificio y consagración a Dios, los primeros frutos del campo. Lo que en principio estaba destinado para el goce de uno solo, por obra de Dios en manos de su profeta, se va a convertir en salud para muchos. El paralelismo de este relato con los evangélicos de la multiplicación de los panes es verdaderamente llamativo. Dios no abandona del todo a su pueblo. Jesús en el evangelio hace realidad la Buena Nueva que predica. Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella gente y plantea, movido por la compasión, la necesidad de alimentarla. Jesús no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba también el hambre de sus hijos e hijas.
2.- El gran signo es “compartir”. El signo de la multiplicación de los panes está en los cuatro evangelistas, lo cual quiere decir esta comida compartida impresionó a los primeros cristianos. Es un texto cargado de simbolismo. Lo explica así San Agustín: “Los cinco mil hombres significan el pueblo sometido a los cinco libros de la ley; los doce canastos son los doce apóstoles, que, a su vez, se llenaron con los fragmentos de la ley. Los dos peces son o bien los dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo, o bien los dos pueblos: el de la circuncisión y el del prepucio, o las dos funciones sagradas, la real y la sacerdotal”. Los apóstoles, acomodando a las gentes, repartiendo el pan y recogiendo las sobras, hacen referencia a la Iglesia, dispensadora del pan de los pobres y del pan de la Palabra y la Eucaristía. Jesús une la palabra y el pan. La Iglesia, si quiere ser fiel a Cristo, ha de unir a la palabra el pan de la caridad. Esta comida compartida era para los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús para construir una humanidad nueva y fraterna. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos sino porque nos falta generosidad para compartir. No echemos la culpa solo a los poderosos. La gente se muere de hambre porque somos egoístas. La lacra del hambre es consecuencia de nuestro pecado, pues Dios ha puesto los bienes del mundo al servicio de todos, no de unos pocos. Nosotros podemos saciar el hambre, Jesús nos lo pide: "Dadles vosotros de comer".
3.- La misión de la Iglesia. Los pastores de la Iglesia han de dar ese pan y ayudarnos a compartirlo. Deben ayudar a que llegue a todos el pan material que acaba con el hambre del cuerpo, y el pan de la palabra y la Eucaristía, que sacia el hambre más existencial del hombre. En este signo de la multiplicación de los panes se ven diseñadas las tareas pastorales de la Iglesia: predicar la palabra, repartir el pan eucarístico y servir el pan a los pobres. El hambre de verdad y plenitud sólo puede saciarla Dios. No nos reservemos para nosotros la gracia recibida. Son doce los cestos sobrantes, somos nosotros ahora los discípulos de Jesús. Vivamos de verdad la gran fiesta de la solidaridad
José María Martín OSA
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