1.- «En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias» (2 R 4, 42) Este hombre de Bal-Salisá trae lo mejor de su cosecha: pan de primicias y trigo reciente. Él sabe que Eliseo es un profeta de Dios, un enviado del Altísimo. Y por eso le honra con lo mejor que tiene. Está convencido de que honrar a un enviado divino, equivale a honrar al mismo Dios, es una buena forma de agradar al Señor, de servirle.
Y tenía razón. Mucho después Jesús dirá: El que os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta como profeta, recibirá premio de profeta y el que recibe a un justo como justo, recibirá premio de justo; el que diere de beber a uno de estos pequeñuelos tan sólo un vaso de agua fresca, porque es mi discípulo, os digo que no perderá su recompensa.
Señor, se está perdiendo la veneración a los ministros de Dios. Es verdad que a veces esos ministros no estamos a la altura de la misión recibida, no vivimos de acuerdo con lo que predicamos… Admitiendo todo eso, incluso suponiendo lo peor que podamos imaginar, hay que tratarlos como enviados de Dios, hay que creer en los poderes que han recibido para la salvación del mundo entero. Poder para ofrecer el santo sacrificio de la Misa, esa repetición incruenta del Calvario. Poder para perdonar nuestros pecados, y presentarnos limpios ante Dios, haciendo posible el abrazo del Padre de los cielos…
No hay que olvidar que la eficacia de los sacramentos no depende de la dignidad o indignidad del sacerdote, ni podemos perder de vista la grave obligación que todos tenemos de ayudarles, de venerarlos. Podemos estar seguros de que esa veneración, ese cariño, ese apoyo moral y material será el mejor modo de hacerles comprender la grandeza de su ministerio, de recordarles lo que significa ser enviado de Dios.
«El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: Dáselo para que coman» (2 R 4, 43) Y el profeta lo da todo. Para que aquellos pordioseros puedan satisfacer su hambre. Generosidad del que está cerca de ese Dios que es, ante todo, Amor. Corazón grande que se conforma con poco, que se olvida de sí para preocuparse hondamente por los demás. Y este dar y este darse, este amar sin buscar interés alguno, este volcarse hasta quedarse sin nada, es el mejor modo de testimoniar el mensaje amoroso de Dios.
Pero es difícil darse, es duro desprenderse sin esperar nada en la tierra, sin buscar ningún interés personal de tipo material. Sobre todo viviendo en un mundo que gira y danza al son del dinero, del placer, de la materia; un mundo que fácilmente se vende al mejor postor. Es poco menos que imposible no sentirse salpicado por la ambición de los de arriba y los de abajo, la sensualidad voluptuosa de los unos y los otros.
Para ti, Señor, no hay imposibles, tú tienes muchos seguidores que luchan por darse del todo, por darlo todo. Hombres que se olvidan de sí, que se queman en silencio día a día. La pena es que no sabemos comprender el valor de ese sacrificio callado y constante del que se ha entregado, de una forma o de otra, al servicio de los hombres por Dios… Multiplícalos, fortalécelos para que no se cansen, para que no cesen en el loco empeño de gastar su vida sin buscar nada para sí… Sólo de este modo, con esa donación alegre y generosa, podrá seguir vivo el milagro de tu misericordia y de tu perdón.
2.- «…abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente» (Sal 144, 16) La visión que nos ofrece hoy el canto interleccional es luminosa, positiva. Habla de que todas las criaturas han de dar las gracias al Señor, le han de bendecir todos sus fieles, proclamar la gloria de su reinado y hablar de sus hazañas. La razón última de esa actitud está en la inmensa bondad de Dios, que cuida de todo ser viviente y le da el sustento a su tiempo.
Y sin embargo, hemos oído decir muchas veces que la realidad es muy distinta, que existen muchos seres que pasan hambre. Los dos tercios de la población mundial llegan a sostener. Y ante esta situación calamitosa señalan soluciones drásticas de limitación de natalidad. Si somos menos, vienen a decir, cabremos a más… Pero en el fondo lo que pretenden es repartirse la tajada entre unos pocos, sin darse cuenta de que ahogando la vida nunca se librarán de la muerte, y que si son pocos a consumir también lo son para producir.
«El Señor es justo en todos sus caminos» (Sal 144, 17) Dios dijo: Creced y multiplicaos. Y la Santa Madre Iglesia, permaneciendo fiel a la doctrina del Señor, continúa oponiéndose con energía y claramente al control de natalidad; dice un no rotundo al uso de métodos y fármacos que pervierten el sentido excelso y fecundo del amor humano. Porque la solución cristiana está en trabajar por hacer más grande la tajada y en repartirla con más equidad, con más justicia y más amor, entre todos. Da grima, indignación y pena, el saber que se tiran al mar o se queman toneladas y toneladas de alimentos, para mantener así el alza de los precios.
Por otra parte está comprobado, con más seriedad que el dato de esos dos tercios de hambrientos, que existen enormes reservas de proteínas en la inmensidad de los mares y océanos, y que todos los recursos de alimentación no están, ni mucho menos, totalmente descubiertos y aprovechados… Sí, a pesar de todo lo que quieren hacernos creer, el Señor es bueno, bondadoso en todas sus acciones. Él no puede querer un crecimiento de población, si no existiera de forma paralela un crecimiento en los recursos.
3.- «Hermanos: yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados» (Ef 4, 1) La liturgia de la misa dominical sigue presentando ante nuestra mirada la carta de San Pablo a los Efesios. Esta carta, junto a la que envió a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón, constituye el grupo de las llamadas cartas de la cautividad. Todas ellas están escritas desde la prisión. La valentía del Apóstol en predicar el mensaje de Cristo le ha llevado a esta situación humillante y penosa. Pero Pablo no ceja en su empeño y, aunque sea entre cadenas, sigue predicando a Cristo, sigue animando a los cristianos para que vivan como tales.
Ahora les dice que sean siempre humildes y amables, comprensivos, sabiendo sobrellevarse los unos a los otros con amor… Sus palabras, no lo olvidemos, se dirigen también a cada uno de nosotros, esperando una respuesta a esa exigencia que nos pone por delante. Si somos cristianos, y lo somos, vamos a luchar por vivir conforme a la vocación que hemos recibido. Sobre todo en esos puntos que San Pablo señalaba: en la sencillez y en la amabilidad, en la comprensión, en el amor mutuo.
«Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo» (Ef 4, 6) En medio de su prisión, San Pablo vibra apostólicamente. Sus palabras están pletóricas de entusiasmo, llenas de fe, pujantes y optimistas. Si no lo indicara, se pudiera pensar que escribe en circunstancias distintas, más halagüeñas, más placenteras. La razón de todo ese vigor y empuje está en su fe profunda en Dios. Está convencido del poder divino, de su amor infinito, de su grandeza indescriptible, con un optimismo desbordante, con un gozo sin fin.
Una vez más las palabras de Pablo se convierten en un canto de gloria, una doxología que sale a borbotones de su alma transida y gozosa, de su espíritu desbordado por la gracia divina. Ese estado de ánimo le hace exclamar: Bendito sea Dios por los siglos de los siglos. Amén.
4.- «Lo seguía mucha gente, porque había visto los signos que hacía con los enfermos» (Jn 6, 2) Las muchedumbres seguían a Jesús, cuyas palabras penetran en los corazones como bálsamo que cura heridas e infunde esperanza. Luces nuevas se encendieron en el mundo desde que Cristo llegó, ilusiones juveniles anidaron en el corazón del hombre, afanes por alcanzar altas metas de perfección y de santidad. Hoy también la gente marcha detrás de Jesucristo cuando percibe, o intuye, su presencia entrañable. El espectáculo de las multitudes en seguimiento del Papa es una prueba de ello.
Dice el texto que Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Es uno de esos momentos de intimidad del Maestro con los suyos. Momentos de trato personal y directo que hemos de revivir cuantos queremos seguir de cerca a Jesús. Son instantes para renovar la amistad con Dios, el deseo de servirle con alma vida y corazón. Acudamos, pues, al silencio de la oración para oír la voz de Jesús, para decirle cuán poco le amamos y cuánto quisiéramos amarle.
Aquellos que van detrás de Jesús en este pasaje, son gente que tiene hambre y camina a la deriva. Hambre de comprensión y de cariño, hambre de verdad y de recta doctrina, hambre de Dios en definitiva. El Señor satisfizo el hambre de aquella multitud multiplicando unos panes y unos peces. Aquel suceso vino a ser un símbolo de ese otro Pan que el Señor nos entrega, el Pan que da la Vida eterna. Jesús vuelve cada día a multiplicar su presencia bienhechora en la celebración Eucarística. Una y otra vez reparte a las multitudes hambrientas el alimento de su Cuerpo sacramentado. Sólo es preciso caminar detrás de Jesús, acudir a su invitación para que participemos, limpia el alma de pecado, en el banquete sagrado de la Eucaristía.
Antonio García Moreno
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