¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Son palabras de los dos hombres vestidos de blanco del libro de los Hechos. Se dirigen a los Apóstoles. En una escena casi de película en la que ven desaparecer a Jesús de su vista. Posiblemente una catequesis de Lucas, para expresar lo que los apóstoles experimentaron. Jesús, el Resucitado, les ha sido arrebatado de su lado. Aquel con el que pudieron compartir tantas cosas durante tres años intensos, ya no está físicamente junto a ellos.
Hacía ya un tiempo, cuarenta días, como los cuarenta días del Señor en el desierto, como los cuarenta años (toda una vida) del pueblo de Israel caminando, desde que Jesús resucitó de entre los muertos. Un tiempo tal vez simbólico. Un margen de tiempo suficiente para tomar conciencia de la nueva situación.
¿Nostalgia? ¿Orfandad? ¿Cuáles son los sentimientos que les embargan? ¿Miedo? ¿Tristeza? Quizás todo esto a la vez. Pero es el momento de la mayoría de edad. Todos hemos pasado, quizás a pequeña escala, por esta situación y podemos recordar el miedo de tener que ser responsables, protagonistas de nuestra vida y de nuestras decisiones.
Ya no es Jesús el que lo ordena y dispone todo. Ahora es la Iglesia, esa pequeña Comunidad naciente, la que llega a su pronta mayoría de edad. Los Apóstoles son como arrojados del nido para volar, para comenzar su andadura, su trabajo, su misión. No es fácil. La tarea encomendada aparece en texto del Evangelio que acabamos de proclamar: “Id al mundo entero” una misión universal. El Evangelio no conoce fronteras, el mensaje salvador de Jesucristo no sabe de razas ni de colores de piel. Está por encima de banderas y de ideologías. Esto todavía choca a los mismos Apóstoles que siguen hablando en términos humanos y localistas del Reino de Israel.
El Reino es un regalo de Dios para todos los que quieran acogerlo en su corazón y en su vida. “Id al mundo entero y haced discípulos” nuevos seguidores de Jesús. Ellos han de contagiar lo que el Maestro les ha enseñado. No sólo un mensaje, una doctrina para saber, sino una nueva forma de ser y de vivir.
En todo esto hay una llamada a la fortaleza. Una fortaleza que no viene de cada uno de ellos, ni siquiera de su propia capacidad. Jesús, el Maestro no se desentiende. Les hace una promesa: “Yo estoy con vosotros” y no una promesa transitoria, sino eterna, para siempre: “Todos los días, hasta el fin del mundo”. Comienza, ha comenzado realmente en la Resurrección, una forma nueva de presencia de Jesús en medio del mundo especialmente en medio de los suyos. Cada vez que nos reunimos en su nombre Él está con nosotros. Necesitamos la fe para percibir su cercanía y su presencia siempre alentadora.
Todo esto, en la fiesta que celebramos, la Ascensión, nosotros los cristianos no solo lo recordamos sino que lo actualizamos. Estamos en el tiempo que media entre la subida al cielo del Señor y su vuelta. Ha prometido que volverá, aunque no sabemos ni el día ni la hora.
La Iglesia de nuestra generación toma el relevo de la misión de los Apóstoles. También nosotros hemos de llevar el Evangelio a todos los rincones del mundo, también nosotros hemos de enseñar a vivir, desde nuestra experiencia compartida, a los hombres y mujeres de nuestro mundo, de un modo nuevo, al estilo de Jesús. Y no podemos tener miedo. Jesús sigue estando en medio de nosotros, nos sigue animando y alentando.
Nuestra Iglesia de hoy tiene que ser una comunidad evangelizada y evangelizadora. Una comunidad acogedora que irradie la vida y el mensaje de Jesús. Estamos llamados a ser sal y luz en medio del mundo.
El reto sigue siendo grande. Los hombres y mujeres de hoy seguimos necesitando de una palabra que de sentido nuestra existencia. Seguimos necesitando del Jesucristo que se hace presente por medio del Evangelio que proclama la Iglesia. También a todos nos cuesta asumir la responsabilidad. Pero Jesús sigue cumpliendo su promesa y está presente entre nosotros. Él camina a nuestro lado y nos infunde su Espíritu.
Es bueno que nos preguntemos:
¿Experimento la urgencia de compartir mi fe y de dar testimonio de Jesucristo con humildad y con verdadero convencimiento?
¿Vivo la fe y la celebro en comunidad y como una experiencia gratificante que da sentido a mi vida?
¿Asumo mi compromiso como cristiano trabajando por una sociedad más justa y más humana en la que se haga realidad el Reino de Dios?
Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.
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