1.- Cuando uno visita Cesarea Maritima, en el actual Israel, se decepciona al principio. Después cierra los ojos, escucha en su interior el relato que leemos en la primera lectura de la misa de hoy y se emociona y hasta agradece que todo sean piedras resecas, desnudas, desmontadas. Pedro, el cascarrabias, el de las llaves, el que sería más tarde obispo de Roma y roca cimiento de la iglesia de Cristo, se desplazó desde Joppe, movido por un impulso del Espíritu, que si no hubiera sido por Él no lo hubiera hecho, hasta esta prestigiosa población de la costa mediterránea, puerto de mar, lugar de guarnición militar y ejercicio de la potestad de dominio del imperio de la ciudad de Roma.
2.- En este lugar se realizaron dos prodigios. En primer lugar el testarudo Pedro, pescador de Galilea, fiel al Jesús judío, abrió el legado del Maestro a una gente que no era de los suyos, a una familia extranjera, militar de profesión. Decir esto nos deja ahora indiferentes, pero era una maniobra arriesgada y mal vista entre los suyos. El legado del Mesías creían ellos que estaba exclusivamente reservado al Pueblo Escogido, a los descendientes de Abraham y de Jacob. Pero se atrevió a predicarles, se arriesgó a ver en ellos unos posibles discípulos y tuvo éxito. Este simple episodio nos debe hacer reflexionar y preguntarnos si nosotros, dejándonos mover por el Espíritu que reside en nosotros con la Gracia, tenemos esta misma actitud hacia los emigrantes que llegan, que nos atrevemos a ayudar tal vez, pero que los miramos con suficiencia y recelo, los creemos incapaces de llegar a ser cristianos. Pedro se convirtió y a consecuencia de ello, cuando lo explicó en Jerusalén, se convirtió un poco también aquella comunidad incipiente. El manojito de Gracia que somos ahora los cristianos, debemos saber desprendernos de todo lo nuestro, como la crisálida pierde la seda de su capullo, para que podamos elaborar los más finos tejidos. Aceptar algunas de sus costumbres, comunicarles la riqueza espiritual que es la redención de Cristo, que también murió por ellos, debe ser un deber irrenunciable.
El segundo prodigio tuvo como protagonista a Dios mismo. En lenguaje de hoy en día diríamos que aquella gente, Cornelio y compañía, todavía no se habían bautizado y, sin consultarlo a nadie, recibieron la Confirmación. Lo que explico no pretende ser demagogia. Creo que si nos hemos enterado, si la Biblia narra lo que pasó en Cesarea, es para que nos demos cuenta de la importancia que tiene el Espíritu Santo. Pedro lo percibió en seguida y esta vez sin preceder ninguna bronca, cosa que si se la había echado a los judíos de Jerusalén, se apresuró a administrarles el bautismo. Parece que lo que hizo fue inocente, pero no es así. Al llegar a Jerusalén le esperaba la correspondiente reprimenda de los de la capital, pero supo explicarse bien y aceptaron que también los gentiles estaban llamados a ser de los suyos, a ser cristianos. Fue una suerte, pues, de aquello que él hizo en Cesarea empezó a derivarse el que nosotros podamos hoy ser cristianos.
3.- Pasamos a la lectura evangélica. Todo el mundo se atreve a hablar de amor y comprobamos que abundan las riñas, las envidias y los divorcios. Hay cosas que están destinadas a perecer rápidamente, como el trigo que hecho pan y comido tierno, es cuando mas bueno está. O un contrato de alquiler que un día se acaba, o la adquisición de un vehículo, que se gasta y hay que cambiar por otro. El amor no, cuando uno ama apasionadamente no imagina que este amor pueda tener límites, ni de intensidad, ni de duración. La experiencia, al revés, nos evidencia que los amores duran poco. ¿Cómo conseguir lo que nuestro corazón ansía y nuestro Dios reclama? Jesús poco antes de morir quiso desvelarnos el secreto. La posibilidad es que nuestro amor lo vivamos a la manera de Dios, unidos a Dios, protegidos por Dios. Aprender a hacerlo es difícil, es tarea de toda la vida. Los místicos son los especialistas de este oficio, el más sublime.
Por este motivo los místicos son siempre escritores de actualidad.
Pedrojosé Ynaraja
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