PERSEVERANCIA
Por José María Martín OSA
1.- Oración y fe. Decía San Agustín en una de sus homilías que "la fe es la fuente de la oración y no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua". Es decir, para poder orar y pedirle a Dios hay que, primero, creer y confiar en El. El domingo pasado se nos recordaba la importancia de la oración de acción de gracias. Nos gusta más pedir que dar gracias, pero también es necesario pedir, pues quien pide es porque se siente necesitado y porque cree y confía en ese Alguien que puede ayudarle. Pedimos porque creemos, pero, al mismo tiempo, la oración alimenta nuestra fe. Quien no ora debilita su experiencia de Dios. Hemos de pedir a Dios que "ayude nuestra incredulidad". Si nos falla la oración ¿no será porque nuestra fe también es tambaleante? Ocurre que frecuentemente no sabemos pedir y nos decepcionamos si Dios no nos concede lo que pedimos. No puede ser que Dios conceda a todos acertar el número de la lotería y es imposible que conceda a la vez la victoria a dos aficionados de dos equipos distintos que se enfrentan entre sí. Dios no es un talismán, o un mago que nos soluciona los problemas. Cuando pedimos algo nos implicamos en eso que pedimos y nos comprometemos a hacer realidad, con la ayuda de Dios, lo que suplicamos.
2.- Pedir realmente lo que necesitamos. Dios sólo habla en el silencio y la oración más profunda en el Nuevo Testamento no es tanto hablar con el Padre, sino escuchar al Padre. Cristo es el “el oyente de la Palabra” y para oír la palabras de Dios hemos de crear un clima ausente del ruido exterior. Sólo el que escucha saber pedir lo que le conviene. Es curioso observar cómo muchas veces acudimos a Dios en los momentos difíciles de nuestra vida, en espera de obtener esas gracias de orden material: salud, enfermedades, trabajo… ¡Qué pocos piden por su vida interior, por la paz espiritual, para tener un corazón más limpio y una purificación profunda en todas sus actitudes ante la vida!.. Frente a un mundo amoral en el que nos movemos, en donde todo se compra y se vende y las personas se reducen a objetos de uso y disfrute, los cristianos hemos de ofrecer espacios de meditación en los que podamos encontrar un poco de paz y alegría.
3- La oración en grupo nos ayuda. En el trayecto por el desierto los israelitas se enfrentan a muchas dificultades. Moisés oraba por el pueblo con las manos en alto. Pero necesita la ayuda de otros para mantenerlas en alto. Así cada uno de nosotros necesita ser sostenido en la oración. Esta es la fuerza que da un grupo de oración en el que haremos bien en participar. La vida es una lucha en la que tenemos que estar siempre despiertos. Dios quiere que se pongan ante todo los medios humanos posibles y los casi imposibles para poder superar las dificultades que se presenten. Después, o al mismo tiempo, hay que orar. Dios es para nosotros “la cálida sombra” -Salmo 120-, que nos protege de los ardores del sol y de los rigores del frío.
4.- Orar siempre, sin desanimarnos. Empezar a orar es fácil. ¡Qué difícil es la perseverancia! Qué cierto es que el empezar es de muchos y el terminar de pocos. Lo sabemos por experiencia propia. San Pablo exhorta a Timoteo a permanecer en lo que ha aprendido y se le ha confiado. Es necesario orar siempre, sin desanimarse nunca. Sin embargo, muchas veces no es así y fácilmente abandonamos la oración El Señor nos propone una parábola, la del juez inicuo. Si un hombre malvado, como era el juez, actuó de aquella forma, qué no hará Dios con quienes son sus elegidos y le gritan de día y de noche. De nuevo tenemos la impresión de que Dios está más dispuesto a dar que el hombre a pedir. Lo que ocurre es que nos falta fe. Por eso, a continuación de esta parábola, el Señor se pregunta en tono de queja si cuando vuelva el Hijo del hombre encontrará fe en el mundo. Da la impresión de que la contestación es negativa. Sin embargo, Jesús no contesta a esa pregunta, a pesar de que Él sabe cuál es la respuesta exacta. Sea lo que fuere, hemos de poner cuanto esté de nuestra parte para no cansarnos de acudir a Dios, una y otra vez, todas las que sean precisas, para pedirle que no nos abandone, que tenga compasión de nuestra inconstancia en la oración. Sin El no podemos hacer nada.
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