ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE
Por Antonio García Moreno
1.- "En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín..." (Ex 17, 8) Durante la ruta del desierto los israelitas han de superar mil dificultades. Es un camino tortuoso, un sendero largo y escarpado. En medio de aquellos parajes desolados se iría curtiendo el guerrero, que después abordaría sin desmayo la conquista de la Tierra Prometida. En la ascética cristiana esta etapa de la historia de la salvación es fundamental. Por qué también los cristianos vamos caminando hacia la Tierra de promisión, porque también los que tienen fe caminan con el corazón puesto en el otro lado de la frontera.
Nos narra hoy el hagiógrafo el ataque de Amalec. Es el jefe de la tribu de nómadas que habita en el norte del Sinaí. Son hombres avezados a la lucha y están ansiosos de arrebatar a los israelitas sus ganados, sus bienes todos, el botín que traen de Egipto... Ataques por sorpresa, ataques que se ven venir, ataques de gente armada hasta los dientes. La vida es una milicia, una lucha en la que tenemos que estar siempre en pie de guerra. Sólo así resistiremos el empuje enemigo, sólo participando en la refriega de cada combate participaremos en la gloria de cada botín.
"Mañana yo estaré de pie en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano... “(Ex 17, 8) Moisés se siente cansado, sin fuerza para ponerse al frente del ejército. Pero él sabe que su debilidad no es óbice para que la batalla se gane, él está persuadido de que el primar guerrero es Yahvé, que al fin y al cabo es Dios quien da la victoria. Convencido de ello llama a Josué y le expone su plan de ataque.
Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec... Es lo primero, poner todos los medios a su alcance antes de entrar en la lucha. Sí, porque Dios no ayuda a los que no ponen de su parte lo que pueden, a los que son vagos y comodones. Dios quiere, exige que se pongan antes todos los medios humanos posibles, y los casi imposibles para poder superar las dificultades que se presenten. Después, o al mismo tiempo, a rezar... Entonces el poder de Dios se hace sentir avasallador. No habrá quien se nos resista, no habrá obstáculo que no podamos superar, ni pena que no podamos olvidar. Dios no pierde nunca batallas, Dios es irresistible. Por eso la vida que es una milicia, una lucha, una guerra, para el que tiene fe es, además, una guerra ganada.
2.- "Levanto mis ojos a los montes..." (Sal 120, 1) Valle de lágrimas se llama en la Salve a esta vida nuestra. También se dice en esa bellísima oración que los hijos de Eva somos unos desterrados que gimen y que lloran... En cierto modo, así es como describe también el salmo de hoy nuestra vida; inmersa en un valle de sombras, rodeado de altas montañas a través de las que nos ha de llegar el remedio para nuestros males.
En medio de la angustia y el miedo de esa situación, surge una viva esperanza porque el auxilio nos vendrá del Señor que hizo el cielo y la tierra. Y siendo tan poderoso el Todopoderoso es cómo no podrá ayudarnos en nuestras necesidades, cómo no podrá librarnos de todo mal. Máxime cuando el mismo Señor nos dice: No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme ni reposa... Dios está siempre velando, permanece de continuo protegiéndonos, pendiente de cada uno de nosotros.
"El Señor te guarda a su sombra..." (Sal 120, 5) Dios es para nosotros la cálida sombra que nos protege de los ardores del sol y de los rigores del frío. Ya en el desierto aliviaba el calor sofocante de su pueblo por medio de la nube protectora, que se hacía fuego en las duras y frías noches de la tierra arenosa. Flotaba sobre el pueblo que caminaba, a veces perdido, por aquellas regiones inhóspitas, bajo el clima inclemente del yermo.
Con sencillez y hasta con ingenuidad nos asegura el canto interleccional que el Señor está a nuestra derecha, y que ni el sol ni la luna podrán dañarnos. También nos recuerda que nos libra de todo mal, que guarda nuestra alma donde quiera que esté, ahora y por siempre. Son palabras que han de suavizar las penas de este nuestro recorrido por este valle de lágrimas; son promesas que han de limpiar nuestro llanto, mitigar nuestros pesares y preocupaciones... Haz, Señor, que sea así. Haz que tu poder nos anime sin cesar y que, pase lo que pase, esperemos confiados en tu ayuda.
3.- "Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado" (2 Tm 3, 14) Qué difícil es la perseverancia. Qué cierto es que empezar es de muchos y el terminar de pocos. Lo sabemos por experiencia propia. Iniciamos muchas cosas y finalizamos pocas, o ninguna. A veces se afirma que la inconstancia es propia de la juventud, y yo diría que lo es de la naturaleza humana herida.
Y hay cosas en las que hemos de permanecer firmes, si queremos salvar nuestra alma. Porque si claudicamos, o nos cansamos de cuestiones accidentales, la cosa no tiene mayor importancia. Pero si nos cansamos de ser fieles a nuestra fe, entonces estamos perdidos.
Tengamos, pues, cuidado. Vigilemos con atención, luchemos con abnegación. Hay que ser leales con Cristo, leales con la Iglesia. Hoy cuando tanta traición existe, tanta deslealtad, tanto conformismo. Permanecer en lo que hemos aprendido, en esas verdades de nuestro Credo que son perennes, tan perennes como el mismo Evangelio.
"Sabiendo de quien lo aprendiste..." (2 Tm 3, 15) Cuando uno ha aprendido algo de quien se equivocaba, entonces es lógico que se trate de rectificar lo que ha aprendido. O cuando quien nos ha enseñado resulta que es un embustero, un embaucador que trata de sacar partido de su engaño, entonces también es razonable no hacer caso, olvidar eso que nos dijeron.
Pero en el caso de ese dogma y de esa moral, que aprendimos de la Iglesia, de boca de nuestros mayores, en ese caso no hay ni mentira ni ignorancia. Todo lo contrario, pues nadie ha tenido ni tiene la verdad como la tiene la Iglesia católica. No por un privilegio debido al mérito humano, sino por pura benevolencia y libre concesión de Dios. Ni nadie, por otra parte, tiene la garantía de la asistencia infalible del Espíritu Santo, como la Iglesia tiene desde el comienzo de su historia y hasta la consumación de los siglos.
Firmes, pues, fuertes en la fe, leales pese a tanta concesión. Fieles siempre. No olvidemos que la victoria definitiva es la del que gana la última batalla. El triunfo es de los que terminan y no de los que se limitan a empezar.
4.- "Jesús, para explicar cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola..." (Lc 18, 1) Hay verdades tan claras que no necesitarían, para comprenderlas, otra cosa que la exposición de las mismas. Así, por ejemplo, la de que es necesario orar siempre, sin desanimarse nunca. Para quienes se ven de continuo necesitados, ha de ser evidente que han de recurrir a quien les pueda cubrir sus necesidades. Podríamos decir que lo mismo que un niño llora cuando tiene hambre, hasta que le dan de comer, así el que se ve necesitado clamará a Dios, que todo lo puede, para que le ayude y le saque del apuro.
Sin embargo, muchas veces no es así. Nos falta la fe suficiente y la confianza necesaria para recurrir a nuestro Padre Dios, para pedirle humildemente nuestro pan de cada día. O nos creemos que no necesitamos nada; somos inconscientes de las necesidades que padecemos. Reducimos nuestra vida al estrecho marco de nosotros mismos y limitamos nuestras necesidades a tener el estómago lleno. Sin darnos cuenta de cuantos sufren, cerca o lejos de nosotros; sin comprender que no sólo de pan vive el hombre, y que por encima de los valores de la carne están los del espíritu.
Así, pues, aunque resulta evidente que quien necesita ser ayudado ha de pedir ayuda, el Señor trata de convencernos de que hay que orar siempre sin desanimarse. Para eso nos propone una parábola, la del juez inicuo que desprecia a la pobre viuda, y no acaba de hacer justicia con ella. Esa mujer acude una y otra vez a ese magistrado del que depende su bienestar, para rogarle que la escuche. Por fin el juez se siente aburrido con tanta súplica y asedio continuo. El Señor concluye diciendo que si un hombre malvado, como era el juez, actuó de aquella forma, qué no hará Dios con quienes son sus elegidos y le gritan de día y de noche. Os aseguro, dice Jesús, que les hará justicia sin tardar.
De nuevo tenemos la impresión de que Dios está más dispuesto a dar que el hombre a pedir. En el fondo, repito, lo que ocurre es que nos falta fe. Por eso, a continuación de esta parábola, el Señor se pregunta en tono de queja si cuando vuelva el Hijo del hombre encontrará fe en el mundo. Da la impresión de que la contestación es negativa. Sin embargo, Jesús no contesta a esa pregunta, a pesar de que .el sabe cuál es la respuesta exacta. Sea lo que fuere, hemos de poner cuanto esté de nuestra parte para no cansarnos de acudir a Dios, una y otra vez, todas las que sean precisas, para pedirle que no nos abandone, que tenga compasión de nuestra inconstancia en la oración, que tenga en cuenta nuestras limitaciones y nuestra malicia connatural.
Hay que rezar siempre sin desanimarse. Hemos de recitar cada día, con los labios y con el corazón, esas oraciones que aprendimos quizá de pequeños. Muchas veces oraremos sin ruido de pala¬bras, en el silencio de nuestro interior, teniendo puesta nuestra mente en el Señor. Cada vez que contemplamos una desgracia, o nos llega una mala noticia, hemos de elevar nuestro corazón a Dios -eso es orar- y suplicarle que acuda en nuestro auxilio, que se dé prisa en socorrernos.
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