JESÚS ENSEÑA A ORAR A TODA HORA
Por Ángel Gómez Escorial
1.- No sé que os parecerá a vosotros, pero la frase: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" me ha producido siempre una enorme inquietud. Y es que esta última frase de Jesús que aparece en el relato evangélico de San Lucas –y que se lee en la misa de hoy –es una de las más preocupantes de todo el Nuevo Testamento. El Hijo de Dios se pregunta sobre la continuidad de su obra. Y parece oportuno reflejar con toda claridad esta idea del Maestro, ya que celebramos el Domund, el domingo Mundial de la Propagación de la Fe, que este año nos ofrece el eslogan: “Dichosos los que creen”. Jesús, es el gran agente de nuestra fe, el Maestro que nos ha mostrado la cara visible de Dios invisible. La pregunta de si al volver Él puede encontrar fe en la tierra puede ser tomada, también, como exclusivamente didáctica, como una advertencia a los Apóstoles, y a las generaciones venideras, sobre la fragilidad de la fe en el genero humano y la necesidad de trabajar con ahínco para mantener esa fe.
Pero también como Hombre Verdadero podría sufrir inquietudes respecto al futuro, aunque como Dios Verdadero conoce el auténtico "resultado final". Hay muchos acercamientos a la psicología del Salvador. Es Romano Guardini quien más habla de las discrepancias entre Cristo y su tiempo. El formidable escritor y teólogo ítalo germano dice en su obra "El Señor" que las cosas cambiaron, que Jesús pudo pensar que iba a conseguir una Redención en paz cuyo resultado se aproximaría bastante a las profecías de Isaías. Hemos repetido aquí varias veces la teoría de Guardini y no es extraño porque, para nuestro gusto, es subyugante.
2.- Sea cual sea la interpretación que más nos guste, la realidad es que los cristianos tenemos la responsabilidad de trabajar duro para que cuando vuelva Jesús haya fe en la tierra. Tenemos una responsabilidad, compartida con Cristo --así como suena--, en la Redención. No podemos prescindir de nuestra labor en la transmisión de la Palabra de Dios y en el conocimiento de Jesús es el Señor. Fórmulas para acometer ese camino de apostolado habrá muchas y cada uno tendrá que elegir la que más le convenga, pero, en ninguno de los casos, hacer dejación de esa responsabilidad. Pero, en ninguno de los casos, inhibirse o decir que la evangelización o el apostolado es cosa de curas y monjas, de misioneros y misioneras consagradas.
Cada uno, en la medida de nuestras posibilidades, tendrá que hacer, por los menos, algo --¡ya!—sin obviar su responsabilidad. La forma más cercana –y posible—es orar y entregar nuestra ayuda económica a las Misiones. Y no se olvide esa vieja receta –siempre vigente y actual—del Antiguo Testamento que las limosnas ayudan a perdonar los pecados. Y es la oración insistente la que hoy Jesús nos recomienda en el Evangelio de Lucas. Oremos por las misiones. Oremos para que las enseñanzas de Cristo Jesús lleguen hasta los confines de la tierra, sin olvidar, por supuesto, que estén presentes en los más cercanos, en nuestra familia, en nuestros amigos, en nuestros vecinos.
3.- Parece que el Evangelio de hoy, este fragmento del principio del capítulo 18 de San Lucas, tiene un contenido sencillo. Si Jesús enseñaba a los discípulos a orar entonando el Padrenuestro es obvio que les recomiende la oración continua e insistente ante el Padre, tal como él mismo hacía. La parábola también parece simple, pero no lo es. Los jueces estaban muy valorados en el mundo que circundaba la vida habitual del Israel de tiempos de Cristo. Pero, sin embargo, se sabía que practicaban una justicia que favorecía a los poderosos, prestando poca atención a los más pobres y, dentro de ellos, a las viudas que eran, sin duda, el escalón más desprotegido de la sociedad. Es posible, incluso, que el episodio de la viuda insistente hubiera ocurrido hace poco y fuera objeto de comentarios en el entorno próximo a Jesús.
Enfrenta, pues, una vez más, Jesús de Nazaret a los más pobres como a los más poderosos y de ahí sale la parábola. Y en ella, sin duda, la viuda del relato demuestra una gran valentía, pues las antesalas y barreras para que un pobre viera a un juez eran imponentes. Pero ella siguió insistiendo hasta que el juez decidió hacer lo que tenia que hacer: justicia. La viuda es, pues, un ejemplo que puede tomarse en lo preciso del “cuentecillo”, del relato específico de la parábola. Claro que la comparación entre el juez vago y malvado y el Dios tierno y compasivo solo puede favorecer la confianza de aquellos que rezan. Dios Padre, sin duda, vendrá en su ayuda y les hará justicia. Mucha gente, hoy, en este mundo tan injusto espera la justicia de Dios. Y es conveniente que nuestra oración continua pida tambien que llegue esa justicia divina para que este nuestro mundo sea algo mejor.
4.- La oración insistente, con una apoyatura física indudable, nos la presenta la primera lectura de hoy. Procede del Libro del Éxodo y es un fragmento muy conocido. Mientras que Moisés mantenía los brazos levantados orando las tropas hebreas de Josué, que atacaban a Amelec, iban venciendo. Si Moisés, rendido por la fatiga, bajaba las manos, el decurso de la batalla se inclinaba a favor de las huestes de Amelec. Por fin, Aarón y Jur se ingeniaron un modo de paliar el cansancio de Moisés, sentarle en una silla y sujetar ellos mismos los brazos orantes del “Hombre de Dios”. Dios valora ese esfuerzo y ese ingenio, igual que el juez malo valoró la capacidad de insistencia de la viuda, que, sin duda, también tuvo que saltar muchas barreras físicas, impuestas por los servidores del inicuo magistrado.
Ya hemos dicho en domingos anteriores que la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo tiene un enorme valor catequético dentro de la formación de ministros de la Iglesia –y de todos los fieles—y que así ha sido a lo largo de la historia. Hoy Pablo dice a su discípulo Timoteo que la inspiración divina está en la Escritura y que esta tiene que ser enseñada en todo momento y de manera insistente. Guarda, pues, un paralelismo la enseñanza catequética con el hecho de orar. Y así ofrece Pablo esta frase también un tanto impresionante: “proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda comprensión y pedagogía”.
Hoy, todos, –en lo más íntimo de nuestro corazón—deberíamos pedir al Señor Jesús que nos dé fuerzas para rezar a toda hora. Y que las distracciones –muchas de ellas bastante inútiles—que nos trae la vida, no impidan nuestra oración continua. Jesús de Nazaret está siempre dispuesto a ensañar a orar a todo aquel que se lo pide.
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