FIELES EN LO POCO
Por Antonio García Moreno
1.- “Escuchad esto los que exprimís al pobre y despojáis a los miserables..." (Am 8, 4) Amós guardaba ovejas por los campos de Tecua; también descortezaba sicómoros. Y un día Yahvé le sacudió de pies a cabeza. Entonces el profeta sintió escocer en su propia carne toda la tragedia que sufría la gente de su pueblo, toda la tremenda injusticia social en que la gente vivía. Los ricos abusaban de los pobres aprovechándose de su situación privilegiada. Los hacían trabajar sin descanso, malpagaban su trabajo, pisoteaban los derechos más sagrados de la persona.
Dios no podía quedar impasible ante esa situación. El pecado de injusticia contra los pobres enseña Santiago (St 5,4) es de los que claman al cielo. Por eso la voz de Dios se oye clara y enérgica, como un rugido, dirá el profeta. También hoy se explota al pobre por parte de ciertos poderosos, que abusan de su poder, enriqueciéndose injustamente a costa de los demás.
La Iglesia clama con la voz misma de Amós, lo vuelve a proclamar ante todos los hombres que han sido llamados a ser discípulos de Cristo y quizá no son consecuentes con su fe. Los Sumos Pontífices defienden en sus encíclicas sociales a quienes son víctimas del egoísmo y la ambición de los de arriba, recuerda con valentía los deberes de justicia que todo hombre tiene, más acuciantes y graves en los que poseen el capital.
"Jura el Señor por la gloria de Jacob que nunca olvidará vuestras acciones..." (Am 8, 7) No se puede acusar a la Iglesia de silencio, no se puede decir que haya callado consintiendo en las injusticias para con los más necesitados. No, la Iglesia nunca ha sido cómplice de los poderosos, no apoya la injusticia sino que la condena con todas sus fuerzas.
No obstante, los inicuos agentes de la injusticia siguen su marcha, no escuchan esas palabras de condena, esos consejos y normas para promover un mundo más justo. Por eso los pobres siguen oprimidos, sufriendo mientras que el corazón se les llena de odio ante el aumento de las riquezas mal adquiridas.
Pero de Dios nadie se ríe. Su palabra sigue viva, su maldición está ahí: Cambiaré en duelo vuestra fiestas, y en lamentos vuestras canciones. Si, llegará un día en que la justicia divina se impondrá y cada uno pagará con creces el mal que hizo. Ese enriquecimiento viene a ser, dice Santiago en su epístola, como el engorde para el día de la matanza.
2.- "El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo...” (Sal 112, 1) La altura es para los hombres un signo de grandeza. Mientras más digna sea una persona, más alto decimos que está. Sirviéndose de este valor comparativo habla el salmista para referirse a Dios, a quien presenta por encima de todos los pueblos, más arriba incluso que los mismos cielos. Y, en efecto, Dios es el ser más excelso de cuantos existen, es la fuente misma de la existencia. Nada ha sido hecho sin Él y en Él todo subsiste.
Después de preguntar sobre quién es como el Señor nuestro Dios que se eleva en su trono, el salmista proclama también que ese mismo Señor y Dios se baja para mirar al cielo y a la tierra. Es decir, pregunta sobre quién como Él desciende de su grandeza, para preocuparse de lo que está por debajo de Él. Con ello nos enseña el salmista que si grande es Dios por estar tan alto, tanto o más lo es por bajar de su altura, y ocuparse de cuanto existe con una Providencia que atiende a todos y cada uno de nosotros, con el mismo interés que el padre más bueno que exista.
"Levanta al desvalido, alza de la basura al pobre..." (Sal 112, 7) Es lógico que al pensar en Dios lo imaginemos según nuestras propias categorías. Corremos, incluso, el peligro de hacernos un Dios deforme; que pensemos que Dios, lo mismo que suele ocurrir con los grandes de la tierra, se preocupe de favorecer a los ricos y a los poderosos, olvidándose de los pobres y los débiles. En los potentados de la tierra es natural que suceda así, ya que esa grandeza es mantenida muchas veces por esos otros que, aunque menos poderosos, tienen sin embargo en su mano el poder de derrocar al que está constituido en el poder supremo.
Dios no. Dios es autónomo, es plenamente soberano. Su poder brota de su propia grandeza y magnitud. Él no necesita halagar a nadie, inclinarse injustamente hacia uno u otro lado con merma de la justicia. Por eso Dios acude al que más lo necesita, al desvalido y al pobre, preocupándose de atender a sus necesidades, sin hacer demagogia ni obrar de cara a la galería. Ante esta realidad jamás hemos de dar cabida a la tristeza o al desaliento: antes al contrario, el optimismo ha de ser la tónica ordinaria de nuestra vida, por muy pobres y desvalidos que nos veamos.
3.- "Te ruego, pues, lo primero de todo..." (1 Tm 2, 1) San Pablo escribe a Timoteo, aquel joven discípulo que le acompañó en sus correrías apostólicas. Cuando se escribe esta epístola, Timoteo se encuentra al frente de una de aquellas comunidades cristianas, a las que el apóstol inició en la fe. En esta carta, como en la segunda que escribe también a Timoteo y en la de Tito, Pablo comunica a sus discípulos una serie de normas y consejos para el buen gobierno de aquellos cristianos. Y en estas palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, tienen hoy la misma validez de entonces.
En este párrafo, que consideramos en presencia de Dios, la liturgia nos propone la obligación que tenemos los cristianos de hacer oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por cuantos están en el mando, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Llama la atención que Pablo diga que se ore y ruegue por los que mandan, supuesto que en ese momento es Nerón quien imperaba. Y sin embargo, el Apóstol encarece la conveniencia de que se ruegue a Dios, para que se compadezca del emperador y les conceda la paz que todos necesitan para vivir con tranquilidad.
"Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador..." (1 Tm 2, 3) Cuántas veces hacemos distinciones entre las personas; confeccionamos nuestros catálogos particulares y clasificamos a unos como buenos y a otros como malos. En consecuencia amamos a unos y odiamos a otros, pedimos a Dios por los que nos interesan y olvidamos a los que no nos importan. El cristiano tiene que estar abierto a todos. La Iglesia es portadora de amor y comprensión, no de odios y violencias. Siempre ha sido así y siempre ha de serlo. También hoy, también aquí.
En la llamada oración de los fieles se van formulando al Señor una serie de peticiones. Pues bien, la segunda petición suele referirse siempre a los gobernantes de todo el mundo, para que Dios les asista en el cumplimiento de su difícil misión. Vamos a rogar por nuestros gobernantes, para que sean íntegros, honrados, fuertes, comprensivos, justos. Y vamos también a formular el propósito de colaborar con la autoridad, de obedecer a sus órdenes y cumplir sus leyes, siempre que no vayan contra la Ley de Dios. Y al mismo tiempo vamos a responsabilizarnos para que en nuestro mundo, en nuestra patria, haya concordia y paz, justicia y amor.
4.- “Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes" (Lc 16, 1) La parábola de hoy nos habla del balance de una gestión. Con ello se nos recuerda que todos y cada uno de nosotros hemos de rendir cuentas ante el Señor de toda nuestra vida, hemos de entregar un balance de nuestra gestión. Y según sea el resultado, así será la sentencia que el Juez supremo dicte en aquel día definitivo. A lo largo de nuestra vida vamos recibiendo bienes de todas clases, materiales y espirituales, vamos disponiendo de meses y de años, de horas y de minutos.
Son dones que Dios nos concede para que los negociemos, para que los aprovechemos en orden a nuestro beneficio y al de los demás. Con la ayuda de lo alto podemos, y debemos, transformar todos esos bienes terrenos en gloria eterna, conseguir que un día el divino Juez se llene de alegría al decirnos que nos hemos portado bien y que merecemos un premio inefable y eterno. Qué astuto era aquel administrador infiel, qué afán ponía en sus asuntos, cuánto se jugaba por solucionar sus problemas. El Señor da por supuesto lo inmoral de su conducta, pero reconoce al mismo tiempo la eficacia de su actuación, la inteligencia de que hizo alarde para salir de su apurada situación. Compara esa manera de proceder de un granuja con la actuación de los que son buenos. Y concluye que los hijos de las tinieblas son más astutos en sus asuntos que los hijos de la luz en los suyos. A pesar de que los primeros persiguen sólo unos bienes caducos, mientras que los que alcanzan los hijos de Dios son unos bienes superiores e imperecederos.
De todo ello se concluye que hemos de poner más empeño y más cuidado en nuestra vida de cristianos, que hemos de luchar, dispuestos a cuantos sacrificios sean precisos por lograr que el amor de Cristo, para que su paz y su gozo se extiendan más y más entre los hombres. No nos dejemos ganar por los que sólo buscan su provecho personal y el logro de una felicidad pasajera y aparente, pongamos cuanto esté de nuestra parte, para que el Evangelio sea una realidad viva en nuestro mundo.
Termina el pasaje evangélico con una sentencia de enorme valor práctico: el que es que es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho. Se subraya así la importancia de las cosas pequeñas, lo decisivo que es ser cuidadoso en los detalles, en orden a conseguir la perfección en las cosas importantes. En efecto, quien se esfuerza por afinar hasta el menor detalle, ese logra que su obra esté acabada, evita la chapuza. Es cierto que para eso es preciso a veces el heroísmo, una constancia y una rectitud de intención que sólo busca agradar a Dios en todo. Pero sólo así agradaremos al Señor y nos mantendremos siempre encendidos, prontos y decididos a cumplir el querer divino.
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