Por Gabriel González del Estal
1.- ¿Cuándo es justo o injusto el dinero que tenemos? No es fácil encontrar una definición general y exacta sobre el dinero injusto. En cada caso concreto, muchas veces nos resultará difícil decidir si el dinero que tiene una persona es justo o injusto. Tampoco ahora a nosotros, en el contexto cristiano y homilético en el que nos movemos, nos importa demasiado establecer definiciones. Nos bastará decir que llamamos dinero injusto al dinero adquirido por medios injustos y al dinero que retenemos, pero que no necesitamos. Yo, arriesgando mucho, me atrevo a decir que para el evangelista Lucas el dinero de los ricos de su tierra y de su tiempo era siempre un dinero injusto. En el tiempo y en la sociedad en la que escribe Lucas había pocos ricos y muchísimos pobres. Y Lucas tenía muy claro que el Maestro había sentido siempre una predilección especial por los pobres. La pregunta que se hacía Lucas, y que podemos hacernos ahora cada uno de nosotros, es esta: ¿Tiene uno derecho a vivir como rico, a retener un dinero que no necesita, si está rodeado de pobres que no tienen dinero suficiente para vivir? Es verdad que el evangelista Lucas, en el caso concreto del administrador infiel, se está refiriendo al dinero que éste había obtenido por medios injustos. Pero, si leemos con detención todo el evangelio de Lucas, comprobaremos fácilmente que Lucas creía que a un rico le iba a costar entrar en el reino de los cielos tanto como a un camello pasar por el hondón de una aguja.
2.- Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero... en lo ajeno. Sí, más de una vez he oído decir que para conocer a un buen cristiano no es suficiente verle rezar en la iglesia, hay que ver cuál es su actitud ante el dinero. Evidentemente, una persona que busca y ama el dinero injusto, es decir el dinero que no necesita para vivir o que ha conseguido por medios injustos, no es una persona cristiana, por mucho que rece en la iglesia o en su casa. El que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. El que no es honrado con el hermano necesitado, tampoco es honrado con Dios. El uso que hacemos del dinero es, sin duda, una buena piedra de toque para saber cuál es nuestra calidad de cristianos. Con el dinero se pueden conseguir, sin duda, muchas de las cosas materiales que más nos gustan, por eso la tentación del dinero es una tentación universal y de cada día. Es bueno, justo y necesario, tener el dinero que necesitamos, pero es también una tentación muy humana desear, buscar y retener el dinero que no necesitamos. Pidamos a Dios que no nos deje caer en esta tentación.
3.- Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables. El profeta Amós se refería directamente a los ricos comerciantes de su tiempo, pero, desgraciadamente, sus palabras siguen siendo palabras acusadoras para los ricos de todos los tiempos. Muchas naciones se han hecho ricas exprimiendo a naciones pobres y muchas personas se han hecho ricas despojando a sus jornaleros y a sus empleados de un salario justo que les deben, pero que no les dan. La tremenda y lacerante desigualdad económica en la que vive nuestra sociedad actual no es una desigualdad querida por nuestro Dios cristiano; es una necesidad impuesta por el Dios Dinero al que nuestra sociedad sirve y da culto. Yo creo que el profeta Amós no rebajaría ni un milímetro la intensidad de sus críticas, si hablara hoy a los ricos de nuestro tiempo. Pero le crucificarían inmediatamente, claro.
4.- Quiero que recen en cualquier lugar, alzando las manos libres de ira y divisiones. San Pablo nos exhorta a rezar continuamente los unos por los otros, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Sabe muy bien el apóstol que la paz y la tranquilidad de la sociedad depende en gran parte de los que ocupan cargos, por eso nos dice que recemos en primer lugar por ellos. En nuestras oraciones, y en nuestras acciones, debemos tener siempre como modelo a nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. No debe ser nunca la ira, ni la ambición, las que guíen nuestras oraciones, sino el deseo sincero de que todos podamos vivir en paz y tranquilidad. Dios quiere que todas las personas seamos buenas y felices, en esta vida y en la otra. No seamos nosotros, con nuestro orgullo y nuestra ambición, los que nos opongamos a los buenos deseos de Dios.
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