Por José María Martín OSA
1.- El Salmo Penitencial (nº 50) y el Evangelio de la Misericordia (las tres Parábolas del capítulo 15 de Lucas) transmiten una feliz noticia: que Dios es misericordioso y bueno con nosotros. En el fragmento del salmo se expresan dos sentimientos: el reconocimiento de nuestro pecado ante Dios y la seguridad de ser renovados por su Espíritu en lo más íntimo de nuestro ser. El pecado es una infidelidad al amor que Dios nos tiene, y no una mera infracción de un código externo. El pecado nos separa de Dios, principio de vida. El perdón que Dios nos regala es una nueva creación, una renovación interior expresada mediante la imagen de "un corazón nuevo". La purificación profunda que el salmista pide a Dios produce la restauración de las relaciones con Dios. El pecador arrepentido se siente perdonado por Dios y quiere que todos los conozcan: "Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza". Quiere que todo el mundo experimente la misericordia de Dios y se hace pregonero de su amor. Dios acepta como única ofrenda "un corazón quebrantado y humillado".
2.- En evangelio de Lucas se describen tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. En los tres relatos se repiten los binomios, perdido-encontrado y tristeza-alegría. La lejanía de Dios es lo que produce la pérdida y su cercanía la posibilidad del encuentro. La tristeza por la soledad experimentada lejos de Dios se transforma en alegría tras el encuentro. Es Dios quien toma la iniciativa de buscar al extraviado, simbolizado en la oveja perdida, la moneda o el hijo pródigo. Es Dios el auténtico protagonista de las tres parábolas.
3. - La intención de Lucas en la llamada "Parábola del Hijo Pródigo" es manifestar la ternura de un Dios que nos invita a estar a su lado. Dios Padre refleja en su rostro los rasgos de la vida. El da vida a aquellos que, libremente, deciden seguirle. Dios Padre nos da vida porque es Amor. Habitar en la casa del Padre es gozar de la misericordia y el cariño de Dios. El hijo menor representa al discípulo autosuficiente que se ha alejado del camino. Lejos de la casa del padre no hay vida verdadera, sino desgracia y muerte. Pero el discípulo decide volver al buen camino y allí goza de la profundidad de la vida. El Padre lo acoge de nuevo y, de alguna manera, vuelve a engendrarlo. La acogida paternal y amistosa del Padre devuelve a aquel hombre la certeza de sentirse querido y lo rehabilita como persona.
4.- El hermano mayor es el paradigma del cristiano que siempre se ha creído en el camino adecuado, pero le ha faltado lo más importante: el amor que supone el encuentro personal con el Dios que nos da vida. Había vivido en la misma casa del Padre, ha pertenecido desde su bautismo a la Iglesia, quizá ha trabajado duramente en defensa de su fe, pero no ha experimentado el gran gozo del amor del Padre. Por eso pone dificultades a la misericordia, no entiende a una Dios que perdona siempre sin límites.
El Padre es el auténtico protagonista de la Parábola, que debería llamarse mejor "Parábola del Padre Pródigo en amor", o "Parábola del Padre que sale al encuentro y perdona". El Dios de Jesucristo es el Dios de la vida. Cuando nos alejamos de El nuestra vida se debilita. Cuanto más estemos lejos del fuego de su amor, más frío tendremos. Nos sentimos solos y abandonados, como la oveja perdida. Cuando nos cerramos a su amor, como el hijo mayor, nos invade la rutina, la desesperación y el desamor. Lo más significativo que nos enseña la parábola no es ni nuestra huída ni nuestra cerrazón, lo más importante es la misericordia y la ternura de Dios, que quiere que vivamos de verdad. Hemos de darnos cuenta de que Dios nos lleva en la palma de la mano, solo quiere nuestra autorrealización personal. Esta es la invitación que el Padre nos hace, ¿la aceptamos?
5.- La actitud de Dios es la acogida, la comprensión y el perdón. Es semejante a lo que me contó hace unos días un joven: "Una mañana cuando me dirigía al trabajo en mi coche recién estrenado fui golpeado levemente en el parachoques por otro automóvil. Los dos vehículos se detuvieron y el chico que conducía el otro coche bajó para ver los daños. Yo estaba asustado, reconocía que la culpa había sido mía. Me daba terror tener que contarle a mi padre lo que me había sucedido, sabiendo que sólo hacía dos días que mi padre lo había comprado. El otro chico se mostró muy comprensivo tras intercambiar los datos relativos a las licencias y el número de matrícula de ambos vehículos. Cuando abrí la guantera para sacar los documentos me encontré que con un sobre donde vi una nota de puño y letra de mi padre, que decía: "hijo, en caso de accidente, recuerda que a quien quiero es a ti, no al coche".
Yo pensé al escuchar este relato: si esto lo hacen los padres y los amigos, cuánto más Dios que es Padre misericordioso. Pensé además, que Dios nos da siempre una nueva oportunidad y comprendí qué entrañables eran las palabras que escribió San Agustín tras su conversión. "Ahora te amo a ti sólo, a ti sólo sigo y busco, a ti sólo estoy dispuesto a servir, porque tú sólo justamente señoreas. Manda y ordena, te ruego, lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz". Comprendí qué es la auténtica conversión y lo que significa el amor misericordioso de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario