1.- En el «Siervo de Yahvé» los judíos veían representado al pueblo de Israel perseguido e incomprendido por los otros pueblos. Los cristianos vemos en el «Siervo» la prefiguración del Mesías sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la espalda a los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía de Dios y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará avergonzado. A pesar de la sensación de abandono y hasta desesperación que refleja el salmo 21 –¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?– implora la ayuda de Dios y sabe de quien se ha fiado.
2.- El himno cristológico de la carta a los Filipenses refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la «kenosis» de Cristo. Kenosis viene del griego «kenos», que significa precisamente «vacío». Se concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final, «hasta la muerte y la muerte en la cruz», esta muerte que era reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
3. – El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Por la cruz se llega a la luz. El centurión desvela todo el enigma que Marcos ha mantenido en secreto durante todo su evangelio. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús crucificado es «verdaderamente el Hijo de Dios», es el Cristo, Mesías Ungido y esperado por el pueblo. Este himno nos introduce en el misterio pascual –muerte y resurrección de Cristo– que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en medio. Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de todos los hombres que hoy son «crucificados». Jesús se empeña en estar en todos los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el futuro de la humanidad. El mundo es su sitio. No le va la muerte ni la marginación -siempre injusta- . Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día… Nosotros seguimos crucificando a muchos «cristos» y gritando: «¡Crucifícalo!».
4. – Hoy nos atrevemos a pedirle a Jesucristo que nos ayude a ser como él, generosos y entregados. El se «desvivió» por nosotros, fue como un árbol que da sombra al cansado y al que está castigado por el sol, que es refugio de la lluvia al viajero exhausto. El árbol presta sus ramas para que las aves aniden y las criaturas encuentren refugio. Da siempre fruto en el momento oportuno. Echa hondas raíces y se afirma para no ser movido de donde le han encomendado estar. Con sus hojas caídas se abona a sí mismo para crecer más aún. Queremos ser como el árbol, que toma lo poco que necesita y devuelve muchas veces más. Incluso cuando es cortado sirve para un sin fin de usos como leña para dar calor. Pasados los años se derrumba por su antigüedad, pero incluso así se convierte en abono para que otros continúen viviendo. Jesús es ese árbol del que todos hemos recibido vida plena, que se entrega por nosotros hasta la muerte, y una muerte de cruz. El mundo sería diferente, muy diferente, si todos fuéramos como el árbol, como Jesús que entrega su vida por amor.
José María Martín, OSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario