01 febrero 2019

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C) El camino de la caridad

El texto de Lucas que leemos este domingo viene inmediatamente después de aquel en que Jesús presenta su «programa mesiánico», adelanto incisivo de su anuncio del Reino.

El día del cumplimiento
La promesa de liberación a los oprimidos y de evangelización de los pobres se cumple en Jesús (cf. Lc 4, 21). Los vecinos de Nazaret, su pueblo, no pueden creerlo, pretenden saber quién es Jesús, el carpintero «hijo de José» (v. 22), y esto les impide ver más allá de las apariencias. Ese contraste marca la proclamación del Reino; el don de Dios llega a través de ropajes humildes e inesperados. Aquellos que pretenden saberlo todo no están dispuestos a aprender, menos aún si la enseñanza viene de alguien cuyo valor, por mezquindad y envidia, se niegan a reconocer. «Ningún profeta es bien mirado en su tierra», dice el Señor en una frase lapidaria (v. 24).

Esta idea es ilustrada en los versículos siguientes. El gran profeta Elías no fue enviado a alguien que perteneciera al pueblo judío, sino a una viuda de un país pagano (cf. v. 25-26). Así desde la marginalidad llega el mensaje de Dios. Lo mismo ocurre con el discípulo de Elías, Eliseo, que sana a un leproso, pagano también; y, por consiguiente, menospreciado por los oyentes de Jesús, y no a un miembro del pueblo escogido (cf. v. 27). Los conciudadanos de Jesús entienden el mensaje y se enfurecen, lo echan de la ciudad y buscan despeñarlo (cf. v. 28-29).
Una frecuente pretensión del creyente es querer apropiarse de Dios, incluso ponerlo a su servicio. Es también nuestra tentación como cristianos y como Iglesia. Lo que creemos conocer nos impide estar atentos a lo nuevo, sobre todo si llega a través de lo insignificante y lo marginado. El Señor nos recuerda que Dios nos interpela desde aquellos que no sabemos apreciar.
 

El primado de la caridad
Jeremías es un joven tímido y tal vez algo tartamudo. Dios lo escoge como su vocero (cf. Jer 1, 4-5). Consciente de sus limitaciones Jeremías se resiste, pero el Señor le hace ver que su fuerza le viene de él y no de sus cualidades personales (cf. v. 17-18). El profeta tiene como tarea el anuncio del amor de Dios, ese amor puede manifestarse en la edificación o en la demolición, pero está siempre encaminado hacia la vida.
Por eso el amor es lo que permanece. El extraordinario texto de san Pablo nos lo recuerda. La caridad es lo que da el sentido último a la existencia cristiana, es el «camino más excelente» (12, 31). Sin ella nada tiene valor (cf. 1 Cor 13, 1-3). La caridad supone comprensión del otro, respeto, servicio. No se impone, se ofrece (v. 4-7). Hay a veces compromisos que tomamos más para descargar nuestra conciencia que para servir al otro. El servicio supone que sepamos escuchar y nos interesemos por lo que los demás desean y buscan.
La caridad es lo definitivo porque ella tiene su origen y su meta en Dios (cf. 13, 13). «Dios es amor», nos dice Juan. A cada uno de nosotros toca el saber cómo toma en concreto el camino de la caridad en su vida.
GUSTAVO GUTIERREZ

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