La segunda lectura viene a continuación de la que leímos el domingo pasado. Pablo está preocupado porque, en la Iglesia de Corinto, los “carismas” (dones de Dios para el bien de toda la comunidad), utilizados en beneficio propio, estaban generando individualismo, división, lucha por el poder, desprecio por los que aparentemente no poseían dones especiales.
Es una situación intolerable: aquello que debía beneficiar a todos es utilizado por algunos para su beneficio y está haciendo tambalear la unidad y la comunión de esta Iglesia.
Para hacer más claro el mensaje, Pablo utiliza una comparación muy conocida en el mundo greco-romano (donde es utilizada para hablar de los deberes comunitarios): la fábula del cuerpo y de sus miembros.
Pablo compara a la comunidad cristiana con un cuerpo. Ese cuerpo es constituido por una pluralidad diversificada de miembros, cada uno con su tarea, esto es, con su “carisma” peculiar. No basta con que los miembros sean varios: es necesario que sean variados, que sean distintos; es la riqueza de la diversidad la que permite a todo el conjunto sobrevivir. Además de eso, son miembros que se necesitan los unos a los otros y que se ayudan los unos a los otros. La unidad fundamental debe, pues, ir de la mano con el pluralismo carismático y con la preocupación por el bien común.
Sin embargo, lo más interesante y original (la fábula en sí no es original) es la identificación de este cuerpo con Cristo: la comunidad cristiana es el cuerpo de Cristo: “vosotros sois cuerpo de Cristo y sus miembros”, v. 27.
Es también esta identificación con Cristo la parte de la parábola que más interrogantes plantea. En este cuerpo tiene que manifestarse el Cristo total. Ahora bien, ¿puede Cristo estar dividido? ¿Puede el cuerpo de Cristo identificarse con conflictos y rivalidades? ¿Es posible que el cuerpo de Cristo dé al mundo un testimonio de egoísmo, de individualismo, de orgullo, de autosuficiencia, de desprecio por los pobres y débiles?
El cuerpo de Cristo (la Iglesia) es, pues, una comunidad de hermanos, que reciben de Cristo la misión de compartir la vida que los une; siendo una pluralidad de miembros, con diversas funciones, se respetan, se apoyan, son solidarios unos con los otros y se aman. Palabras clave para definir el entramado de relaciones que ligan a este cuerpo de Cristo son “solidaridad”, “participación”, “corresponsabilidad”.
En la parte final del texto, Pablo presenta una especie de jerarquía de los “carismas”. Obviamente, los “carismas” presentados en primer lugar son los que hablan del respeto a la Palabra, al anuncio de la Buena Nueva (“apóstoles”, “profetas”, “doctores”). Eso significa que el cuerpo de Cristo es, verdaderamente, la comunidad que nace de la Palabra y que se alimenta de la Palabra: todo lo demás pasa a un segundo plano, delante de la Palabra creadora y vivificadora que Dios dirige a la comunidad.
Sin embargo, tampoco aquí podemos olvidar lo que Pablo dice más arriba: todos los miembros del cuerpo desempeñan funciones importantes para el equilibrio y la armonía del conjunto y para la consecución del bien común.
Para la reflexión y el compartir, considerad los siguientes elementos:
La Iglesia es el cuerpo de Cristo donde se manifiesta, en su diversidad de miembros y funciones, la unidad, la solidaridad, el amor, que son inherentes a la propuesta salvadora que Él nos presentó.
¿Nuestra comunidad cristiana es, para cada uno de nosotros, una familia de hermanos, que viven en comunión, que se respetan y que se aman, o es el lugar donde chocan las envidias y los intereses egoístas y mezquinos?
¿Nuestra comunidad cristiana es, para cada uno de nosotros, una familia de hermanos, que viven en comunión, que se respetan y que se aman, o es el lugar donde chocan las envidias y los intereses egoístas y mezquinos?
¿Utilizamos los “carismas” que Dios nos confía para el servicio de los hermanos y para el crecimiento del cuerpo, o para nuestra promoción personal y social?
En ese cuerpo, los distintos miembros viven en interdependencia. ¿Es efectiva nuestra solidaridad con los miembros de la comunidad?
¿Los dramas y sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de nuestros hermanos son sentidos como propios por todos los miembros de ese cuerpo?
¿Los dramas y sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de nuestros hermanos son sentidos como propios por todos los miembros de ese cuerpo?
¿Nos sentimos corresponsables en la construcción de esa comunidad de la que somos miembros y desempeñamos, con sentido de responsabilidad, nuestro papel, o nos limitamos a una situación de pasividad y de comodidad, esperando que sean otros los que hagan todo?
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