22 enero 2019

Lc 1, 1-4, 14-21 (Evangelio Domingo III Tiempo Ordinario)

El Evangelio de hoy está constituido por dos textos diferentes. En el primero (1,1-4), tenemos un prólogo literario en el que Lucas, imitando el estilo de los escritores helenistas del momento, presenta su trabajo: se trata de una investigación cuidada de los “hechos que se han verificado entre nosotros”, a fin de que los creyentes de lengua griega (a quienes dirige Lucas su Evangelio) verifiquen “la solidez de las enseñanzas” en las que fueron instruidos.
Estamos en la década de los 80 cuando, desaparecidos ya los “testigos oculares” de Cristo, el cristianismo comienza a enfrentarse con una serie de herejías y de desvíos doctrinales que ponen en peligro la causa de la identidad cristiana. Era, pues, necesario, recordar a los creyentes sus raíces y la solidez de esa doctrina recibida de Jesús, a través del testimonio legítimo que es la tradición transmitida por los apóstoles.
En la segunda parte (4,14-21), se presenta el inicio de la predicación de Jesús, que Lucas sitúa en Nazaret. El escenario de fondo es el del culto en la sinagoga, el sábado.
El servicio litúrgico celebrado en la sinagoga consistía en oraciones y lecturas de la Ley y de los Profetas, con el respectivo comentario.

Los lectores eran miembros instruidos de la comunidad o, como en el caso de Jesús, visitantes conocidos por su saber en la explicación de la Palabra de Dios.
En el centro del relato está la proclamación de un texto del Trito-Isaías (cf. Is 61,1-2) que describe cómo llevará a cabo el mesías su misión.
La finalidad de la obra de Lucas es, como dijimos, recordar a los creyentes de las comunidades de lengua griega sus raíces y su referencia a Jesús. En este texto en concreto, Lucas va a presentar el programa que Jesús se propone realizar en medio de los hombres, como una propuesta de liberación dirigida a todos los oprimidos.
El punto de partida es la lectura del texto de Is 61,1-2. Ese texto presenta a un profeta anónimo que, en Jerusalén, consuela a los exiliados, como un “ungido de Dios”, que posee el Espíritu de Dios; su misión consiste en gritar la “buena noticia” de que la liberación ha llegado al corazón y a la vida de todos los prisioneros del sufrimiento, de la opresión, de la injusticia, del desánimo, del miedo. Lo que es más significativo, sin embargo, es la “actualización” que Jesús hace de esta profecía: él se presenta como el “profeta” que Dios ungió con su Espíritu, para realizar esa misión liberadora.
El proyecto libertador de Dios va dirigido a los hombres prisioneros del egoísmo, de la injusticia y del pecado comienza, por tanto, y se realiza a través de la acción de Jesús (“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”, v. 21). A continuación, Lucas va a describir la actividad de Jesús en Galilea como el anuncio (con palabras y gestos) de la “buena noticia” dirigida preferentemente a los pobres y marginados (a los leprosos, a los enfermos, a los publicanos, a las mujeres), anunciándoles que ha llegado el fin de todas las esclavitudes y un tiempo nuevo de vida y de libertad para todos.
Lucas anuncia también, en este texto programático, el camino futuro de la Iglesia y las condiciones de su fidelidad a Cristo. La comunidad creyente toma conciencia, a través de este texto, de que su misión es la misma que la de Cristo, que consiste en llevar la “buena noticia” de la liberación a los más pobres, débiles y marginados del mundo. Ungida por el Espíritu para llevar a cabo esta misión, la Iglesia realiza el seguimiento de Jesús.
En la reflexión, pueden considerarse los siguientes elementos:
En el Evangelio de Lucas, y en este texto en particular, Jesús manifiesta de forma nítida la conciencia de que fue investido del Espíritu de Dios y enviado para poner fin a todo lo que roba la vida y la dignidad al hombre. Hace veintiún siglos que nuestra civilización conoce a Cristo y la esencia de su propuesta. Sin embargo, nuestro mundo continúa multiplicando y refinando las cadenas opresoras.
¿Por qué la propuesta liberadora de Jesús todavía no ha llegado a todos? ¿Qué situaciones que se producen hoy a mi alrededor me parecen más dramáticas y me impelen a una acción inmediata (pensad en la situación de tantos inmigrantes; pensad en la situación de los enfermos de sida, sin amor y sin cuidados; pensad en los niños de la calle y en todos aquellos que duermen en los rincones de nuestras ciudades; pensad en la situación de tantas familias destruidas por la droga, por la violencia o por el alcohol…)?
La fidelidad al “camino” andado por Cristo es la exigencia fundamental del ser cristiano. A lo largo de los siglos, ¿ha sido la defensa de la dignidad del hombre la preocupación fundamental de la Iglesia de Jesús?
¿Trabajamos por la liberación de nuestros hermanos esclavizados?
¿Qué podemos hacer, en concreto, para continuar con la misión liberadora de Cristo?
Repárese, en este texto, cómo “actualiza” Jesús la Palabra de Dios proclamada y la convierte en un anuncio de liberación que afecta muy de cerca a la vida de los hombres.
¿Nosotros, que proclamamos la Palabra, que la explicamos en las homilías y catequesis, tenemos la preocupación de hacer de ella una realidad “palpable” y un anuncio verdaderamente transformador y liberador, que afecte a la vida de aquellos que nos escuchan?

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