JOSE MARÍA CASTILLO
Decir que María, la Madre de Jesús, es Inmaculada equivale a decir que María nunca tuvo mancha alguna en su espíritu, en su vida, en su ser mismo. Por eso, cuando una persona quiere afirmar que no ha cometido un delito o no es responsable de un mal, suele decir que "tiene las manos limpias". Limpieza e inocencia vienen a ser equivalentes.
Recientemente, la Comisión Teológica Internacional, con la aprobación expresa de la Santa Sede, ha dicho que no es necesario creer en la doctrina del "limbo", el lugar a donde irían los niños que mueren sin bautizar. Eso quiere decir que el pecado original no impide, a los niños muertos sin bautismo, ir al cielo. Por tanto, o bien lo que ocurre es que el pecado original no impide obtener la salvación o bien lo que sucede es que el bautismo no es necesario para liberarnos del pecado original. ¿Qué sentido tiene, entonces, un dogma que defiende un privilegio, que, en definitiva, no es privilegio alguno?
Todo se explica por la relación que, en muchas culturas, se establece entre el "mal" (ya sea "delito" o "pecado") y la "mancha". Pero hoy sabemos que eso es una idea tomada de la magia antigua, que así inducía a la gente al "reino del terror". De ahí, el miedo a los tabúes relacionados con la impureza, con la suciedad en la conciencia, en las manos, en la sangre...
En el fondo, todos estos despropósitos de la teología antigua tienen como fundamento la idea según la cual el relato de Adán y Eva es un relato histórico, cuando en realidad hoy se sabe que es un mito muy antiguo, que intenta explicar el origen del mal en el mundo.
¿Qué significa esta festividad? Que María, la Madre de Jesús, fue liberada de lo que origina el mal en el mundo: el "deseo" (Ex 20, 17). Pero no cualquier deseo, sino el peor de todos, el de "ser como Dios" (Gen 3, 5). Es decir, el deseo de estar por encima de todos y dominar a todos. Ahí está el origen de todas nuestras ruinas. La fiesta de la Inmaculada nos ayuda a comprender mejor a María, la Madre de Jesús. Porque fue la mujer que jamás se dejó llevar de apetencia o deseo de poder, de mandar, de tener. María es la Inmaculada porque es la mujer más ejemplar que ha pasado por este mundo.
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