06 diciembre 2018

DOMINGO II DE ADVIENTO


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La reflexión del domingo pasado nos recordó que el hombre actual no es el término de la evolución, de modo que podamos considerarlo como el tipo “definitivo” de lo que es “ser” hombre, sino que es “algo” que está en camino hacia su definitiva forma corporal y técnico-cultural.
Cómo pueda ser el aspecto, la cultura y la técnica del hombre de dentro de mil años, si es que antes no hemos destruido el mundo, es un gran enigma para nosotros que nos sitúa en la enorme responsabilidad de poner los fundamentos morales para que el mundo que nos toca vivir y el del futuro que vamos alumbrando, sea un paso adelante, hasta la consecución de una humanidad perfecta.
Recordando a Nietzsche en su famoso pensamiento de que el hombre actual es una flecha entre el mono y el superhombre, la liturgia de adviento nos recuerda que el hombre actual es una flecha entre los prehomínidos y el hombre perfecto, maduro, a la medida de Cristo, como les decía San Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef. 4, 13-16)
Es en este punto en el que Jesús juega un papel importante en ese proceso.
La humanidad marchaba y sigue marchando descaminada. Si Jesús pudo decir de la gente de su tiempo que andaban como ovejas sin pastor, hoy podría decir algo muy semejante: la humanidad actual navega como barco sin brújula.
El siglo XXI goza de grandes avances técnicos abiertos a posibilidades desconocidas y grandes ideas religiosas, sociales, políticas, como las que aparecen en la declaración Universal de los Derechos Humanos. Es verdad, pero junto a toda esa riqueza cultural alcanzada, padecemos una seria desorientación que constantemente nos está haciendo preguntarnos “Adónde vamos”

El avance técnico no ha ido al mismo ritmo que el moral y hoy experimentamos, sufrimos, un desfase enorme entre grandes pensamientos y mezquinos comportamientos. La sociedad ha entrado en una fortísima crisis a la que no se ve una salida, al menos, de momento.
Hambre, ignorancia, guerras, pobreza, violencia, dolor, sufrimiento nos rodean por todas partes. La inmensa mayoría de la humanidad vive todavía en condiciones infrahumanas. Los problemas de las migraciones ponen ante los ojos la insuficiente formación moral de la humanidad.
Es verdad que hay mucho bueno y muchas buenas gentes, es algo que no debemos olvidar, pero nadie se atrevería a dar un veredicto satisfactorio a la hora de enjuiciar la situación actual.
La venida de Jesús al mundo supuso la aportación de una ruta segura en dirección al hombre perfecto. Su presencia entre nosotros es la de un modelo que nos ofrece una meta alcanzable y segura en el proceso evolutivo de la humanidad. Jesús nos ofrece un punto de llegada en nuestro devenir histórico.
Todavía estamos a tiempo de variar el rumbo si sabemos mirar en la dirección correcta. Esa es la gran oferta de Jesús de Nazaret: Ejemplo os he dado para que vosotros hagáis como yo he hecho. Podríamos traducirlo: ejemplo os he dado par que vosotros seáis como yo he sido. Su enseñanza teórica y práctica es la gran aportación de Dios al proceso evolucionista del animal humano.
No estamos a oscuras, si no queremos estarlo. Hay una luz que ha venido precisamente para eso, para iluminar nuestra vida. Todos nosotros, a pesar del sofisma del mundo encanallado, que diría Kipling, tenemos un referente claro al que mirar y elegir como estilo de vida.
Ante nosotros se abre un camino de esperanza anunciada en la primera lectura: (Bar. 5, 1-9) Jerusalén, quítate tu ropa de luto y aflicción y vístete para siempre la magnificencia de la gloria que te viene de Dios.
La desorientación moral del mundo actual no es una situación definitivamente desesperada. NO. Hay solución, hay programa para construir una civilización verdaderamente civilizada. La solución es acercarnos a Jesús y preguntarle también nosotros: Señor, ¿que quieres que yo haga?. Precisamente ese será el tema del próximo domingo, si Dios quiere.
Hoy nos quedamos insistiendo en la responsabilidad que todos nosotros tenemos como ciudadanos del mundo y creyentes en Jesús de empujar la evolución hacia la consecución de unas personas y un mundo verdaderamente HUMANO.
Es este, el tiempo de Adviento, la gran oportunidad de plantearnos seriamente nuestra decisión sobre el presente y el futuro del hombre. No lo malgastemos, no lo dejemos pasar a lo tonto. Escuchemos la exhortación de Pablo a Tito: llegar limpios a la cita con Jesús. [segunda lectura: Fil. 1, 4-6, 8-11)
El futuro está en nuestras manos si acertamos a encontrarnos con Jesús que viene.
Que así lo hagamos para que la Navidad, la venida de Jesús al mundo, no sea solo un recuerdo nostálgico, sentimental reducible a unos adornos navideños y a un Belén en nuestras casas. Esforcémonos porque la llegada de Jesús la entendamos como la real presencia de Jesús en el complicado proceso de la evolución de la humanidad y del cosmos en pleno. Así es como se cumplirá aquello que anunciaba la (tercera lectura, Lc.3,1-6) que toda carne verá la salvación. AMÉN
Pedro Saez. Presbítero

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