25 noviembre 2018

ADVIENTO DE LA MISERICORDIA


Resultado de imagen de Domingo 1 de adviento

El adviento es tiempo de esperanza y, como tal, es un elevador de nuestro ánimo y de nuestras expectativas, de nuestros sueños y de nuestros proyectos. Pero, sobre todo, es un gran balcón desde el cual vemos dos realidades y en dos direcciones: hacia abajo el mundo y hacia arriba el cielo. El abajo, sobre todo en estos tiempos, atiborrado de sucesos trágicos (que es mejor no señalar) pero que nos inducen a muchos interrogantes. Acontecimientos que, en algunos instantes, nos hacen pensar en que esto tiene poco recorrido, que nuestro mundo ya no es mundo y que en él, como dice un conocido canto de adviento “le falta vida y hay mucho frío”.
1.- El adviento, como tiempo fuerte cargado de muchas connotaciones sobre el Jesús que viene, nos prepara a ese gran acontecimiento de magna misericordia que fue, es y será el Nacimiento de Cristo en Belén. ¿Hay mayor misericordia por parte de Dios que nacer en un mundo que le rechaza, en medio de nuestra riqueza que es pobreza y en el corazón de una humanidad apurada por tantas espinas? Este Adviento nos invita, desde su balcón, a no olvidar dos rostros: el de Dios que habita en las alturas y el del hombre que gime o llora en el mundo. Pero sin dejar de lado algo esencial en la vida de todo cristiano que, nuestra fuerza para el bien, tiene un secreto escondido: el Señor que viene a nuestro encuentro en cada situación y momento.

2.- Miremos un poco alrededor de nosotros. Reflexionemos sobre el momento presente. ¿Acaso –en muchas situaciones que contemplamos y sabemos por los medios de comunicación social– o que vivimos en propia carne, no son reflejo de esa angustia, falta de aliento o de miedo por lo que se nos avecina? ¿Hay algo tan peligroso como el vacío del hombre que vaga sin sentido? El vacío es peligroso y, a veces, puede aparentar tener contenido. Nos hallamos en un momento incierto (no es necesario enumerar de nuevo los acontecimientos que nos preocupan) pero, el mundo, nosotros…necesitamos una palabra de esperanza. De Alguien que pueda levantarnos, sacudir nuestros miedos, ponernos de pie. Ese, sin duda alguna, es JESÚS.
3.- Estemos atentos a la llegada del Señor. No podemos permitir que, Jesús, pase de largo. No podemos consentir que, el Señor, cuando nazca, nos encuentre tan desalentados por los acontecimientos que nos acosan. La Navidad, si colocamos en el centro a Cristo, nos traerá un horizonte de paz y de optimismo, de salvación y de esperanza. Nos invitará a que la Misericordia del Señor sea acogida en Belén, en los pastores que irán a adorarle, en los Magos que ofrecerán sus dones, en la estrella que nos invita a no apagar el ardor de nuestra fe. ¿Quieres a Dios? ¡Es todo corazón! Y, su corazón, tiene un color: la misericordia por Navidad.
--¡Viene el Señor! Y, si el Señor llega, es porque quiere compartir nuestra condición. Porque desea poner una luz en el fondo del túnel oscuro en el que se encuentra perdida gran parte de la humanidad.
--¡Viene el Señor! Y, si el Señor se presenta, es porque nos ve agobiados. A veces sin esperanza. Otras tantas… sin ilusión.
--¡Viene el Señor! Y, si el Señor se manifiesta, que por lo menos nos encuentre divisando (con la oración, la contemplación y la fe) el horizonte por donde El sale a nuestro encuentro.
Frente al caos no caben los lamentos. Ante la dura realidad, Jesús es nuestra respuesta y nuestra esperanza.
3.- En este año mirando hacia Aquel que viene le decimos: Señor; merece la pena permanecer en pie por Ti, en Ti y contigo. Haz que, cuando llegues, me encuentre –no solamente despierto– sino contento de creer en Ti, esperarte a Ti y renacer en Ti. Mientras tanto tengamos un poco de misericordia con el Señor: llamará como mendigo, Niño, a la puerta del portal de nuestro corazón y –si lo acogemos– seremos gigantes en misericordia. Seremos el rostro de un DIOS que quiere dar otro color a este mundo nuestro. ¡Adelante!

Javier Leoz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario