25 noviembre 2018

EL ADVIENTO LITÚRGICO Y EL ADVIENTO VITAL

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1.- Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.Todos los cristianos sabemos muy bien que en la Navidad de cada año celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. El nacimiento ya ocurrió hace más de dos mil años, por lo que en cada año lo que celebramos es el recuerdo vivo y entrañable de aquel acontecimiento que cambió la historia del mundo. El tiempo litúrgico del Adviento de cada año son cuatro semanas en las que los cristianos queremos prepararnos de manera especial para poder celebrar la Navidad con un corazón puro, agradecido y lleno de esperanza. Celebramos el Adviento con el corazón agradecido a Dios nuestro Padre porque, viéndonos perdidos en el pecado, nos envió a su Hijo para salvarnos y para mostrarnos el camino de nuestra salvación. Queremos, durante este tiempo de Adviento, limpiar nuestro corazón de todo aquello que nos impida realmente celebrar la Navidad en perfecta comunión con el espíritu de su Hijo. Y lo hacemos llenos de esperanza, porque sabemos que es el mismo Jesús el que nos va a ayudar a conseguir lo que tan íntimamente deseamos. Sea, pues, bienvenido cada año este tiempo litúrgico de Adviento, como tiempo de preparación para celebrar con dignidad cristiana la Navidad. Pero no debemos olvidar nunca que toda nuestra vida debe ser un real y maravilloso tiempo de Adviento, en el que nos preparemos cada día para vivir siempre en comunión con el Jesús cuyo aniversario de su nacimiento celebramos en Navidad. El niño Jesús debe estar naciendo todos los días en nuestro corazón y nosotros debemos vivir toda nuestra vida temporal con la esperanza cristiana de hacer de esta vida temporal un camino vital para nuestra vida eterna. Que este tiempo litúrgico del Adviento nos ayude a vivir siempre despiertos para vivir toda esta pobre vida nuestra en pie ante el Hijo del hombre.

2.- En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. Este texto del profeta Jeremías lo hemos entendido siempre los cristianos como un texto mesiánico, en referencia al advenimiento de Cristo. Este Mesías, Cristo, nos traerá la verdadera justicia y la verdadera paz, de las que tan necesitado estaba el pueblo judío y de las que tan necesitados estamos nosotros ahora. Porque nuestro mundo, el actual, está lleno de injusticias, violencias y guerras, y no vamos a conseguir nunca vencer la injusticia con más injusticia, ni la violencia con más violencia. Sólo la paz de Cristo, la paz que Dios quiere, debe imponerse en la tierra, una paz hecha de amor a Dios y al prójimo. Cristo luchó no sólo contra la violencia y la injusticia, sino que denunció y combatió las causas de toda injusticia y de toda guerra: la ambición, el egoísmo desmesurado, la primacía absoluta de los valores materiales sobre los valores espirituales. Nosotros, como cristianos, debemos luchar no sólo contra la violencia y la injusticia, sino contra las causas que las producen; sólo así podremos alcanzar en el mundo la verdadera paz, la paz de Cristo, la paz de Dios.
3.- Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos… para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos los santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre. San Pablo, en esta primera carta a los Tesalonicenses, les habla a los primeros cristianos de la segunda venida del Señor, de la Parusía, que él, en aquel momento, creía cercana. La palabra “parusía” era una palabra que se usaba en el mundo grecorromano para referirse a la venida del Emperador, una venida que llegaba siempre acompañada de una gran ostentación de la fuerza casi divina del Emperador de Roma. San Pablo usa aquí esta palabra para referirse a la segunda venida de Cristo, que llegaría ahora lleno de poder y majestad. Y les dice que para recibir dignamente a Cristo, en esta su segunda venida, lo que deben hacer ellos es tener el corazón lleno de amor mutuo y de amor a todos. Este consejo de san Pablo era válido entonces y sigue siendo válido ahora y siempre: para recibir a Cristo lo mejor es tener el corazón lleno de amor al prójimo más cercano y a todas las personas. Tratemos nosotros, en este primer domingo de Adviento, de llenar nuestro corazón de amor santo para poder celebrar así dignamente la Navidad cristiana de este año 2015. Con el salmo 24, levantemos nuestra alma al Señor, para que él nos enseñe el verdadero camino para conseguir esto.

Gabriel González del Estal

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