Por Gabriel González del Estal
1.- Qué queréis que haga por vosotros: concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. No sabéis lo que pedís. Pensar en un mesianismo triunfante en lo político y en lo social, esa fue siempre la tentación del pueblo judío, y lo fue también durante bastante tiempo, a partir del emperador Constantino, de gran parte de toda la Iglesia Católica. Hoy todos nosotros sabemos que el mesianismo triunfante fue una gran equivocación, porque Cristo en su vida histórica, de hecho no triunfó durante su vida porque le persiguieron y terminaron matándole, con una muerte ignominiosa de cruz. El hecho de que Cristo resucitara y ascendiera a los cielos pertenece ya a la otra vida. El mesianismo triunfante nos aleja realmente de la figura real de Jesucristo, pobre, manso y humilde. Debemos examinarnos cada uno a nosotros mismos, para analizar, con sinceridad y verdad, por qué somos cristianos, si por amor a Jesucristo, pobre, manso y humilde, o por devoción a un Cristo que puede concedernos muchos favores. Ser, en definitiva, creyentes en un Dios farmacia, en un Dios que puede resolvernos muchos problemas reales de la vida, en un Dios milagro, antes que en un Dios amor. El mesianismo triunfante se puede infiltrar en muchos actos de nuestra vida, falsificando realmente nuestro cristianismo. Debemos seguir a Jesús siempre por amor, tratando de imitarle en lo que realmente su vida fue. El mesianismo de Jesucristo fue un mesianismo salvador y redentor, intentando salvar siempre en primer lugar a los más pobres, enfermos, marginados y necesitados, sin excluir evidentemente a nadie. Hagamos nosotros lo mismo.
2.- Sabéis que los reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Debemos tener en cuenta que Jesús no amaba el sufrimiento por el sufrimiento, Jesús amaba el sufrimiento por amor, por amor a las personas; el sufrimiento de Jesús era un sufrimiento salvador y redentor. Los cristianos no debemos ser personas que por prediquemos el sufrimiento como algo deseado, a nadie nos gusta sufrir por sufrir. Para nosotros el sufrimiento sólo es un medio necesario para salvar nuestras vidas y salvar las vidas de los demás. Si el sufrimiento no es fruto del amor verdadero a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo, no es verdadero sufrimiento cristiano. El mérito no está en sufrir o no sufrir, sino en sufrir por amor, o no aceptar el sufrimiento con amor. Lo mismo podemos decir del servir. Prácticamente todas las personas servimos a alguien, persona o institución, no se trata, pues, de servir a alguien o no servir a nadie, se trata de servir con amor y por amor a las personas con las que nos relacionamos, o a la institución a la que pertenecemos. Sufrir, servir, sí son términos cristianos, pero sólo si se hacen por amor y son fruto del amor.
3.- Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Este texto del profeta Isaías pertenece al Cuarto Cántico del Siervo de Yahveh. Nosotros, los cristianos, lo aplicamos directamente a Jesús, como Siervo de Dios. El sufrimiento de Jesús nos libró de nuestros pecados, porque Dios Padre vio que el sufrimiento de su hijo era un sufrimiento hecho con amor a nosotros y por nuestro amor, era un sufrimiento salvador y redentor. Nosotros, todos los cristianos debemos aspirar a ser salvadores de los demás, con amor, aunque esto nos cueste esfuerzo y sacrificio. Todos somos, espiritualmente, responsable de todos, al menos en parte.
4.- No tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, Cristo, nuestro sumo sacerdote, es realmente un hermano nuestro, al que podemos dirigirnos con confianza y en la certeza absoluta de que nos entenderá. Procuremos ser nosotros para los demás, sacerdotes al estilo de Cristo, capaces de amar a todos y de sacrificarnos por todos. Cristo nos dio ejemplo, hagamos nosotros lo mismo. Y para conseguir todo esto que venimos diciendo, pidamos a Dios, con palabras del salmo 32, que “su misericordia venga sobre nosotros, como lo esperamos de él”.
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