20 octubre 2018

DAR LA VIDA POR AMOR

Por Francisco Javier Colomina Campos

El pasado domingo escuchábamos cómo Jesús, en su camino hacia Jerusalén, se encontró con aquel joven rico. Tras este encuentro, y ya muy cerca de Jerusalén, Jesús vuelve a anunciar su pasión y resurrección por tercera vez a sus discípulos. Después de esto, como escuchamos en el Evangelio de este domingo, dos de los apóstoles, Santiago y Juan, piden a Jesús sentarse a su lado en su gloria. Jesús aprovecha para explicar una vez más cómo ha de ser un verdadero discípulo suyo.

1. Los apóstoles no habían comprendido todavía qué significaba eso de dar la vida por amor. Por eso, aunque Jesús les estaba explicando que Él iba a dar la vida muriendo en la cruz y que iba a resucitar al tercer día, sin embargo los apóstoles estaban pensando en su interior cómo ser el más importante. Así, vemos cómo Santiago y Juan se acercan al Señor para presentarle una exigencia. No era una simple petición que le hacían a Jesús, sino que era una verdadera exigencia: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Y lo que le exigen a Jesús es ni más ni menos que ocupar los primeros puestos en su gloria. Jesús había hablado en muchas ocasiones del Reino de Dios, y los discípulos, que entendían este Reino como si de un reino terrenal cualquiera se tratase, estaban esperando que Jesús les ofreciese los primeros puestos a ellos que lo habían dejado todo por seguirle. ¡Todo lo contrario a lo que Jesús estaba enseñando! Ante esta petición, Jesús responde: “No sabéis lo que pedís”. Ciertamente aquellos apóstoles no habían comprendido nada del mensaje del Maestro. Resulta curioso que Jesús no responde ni afirmativa ni negativamente a la exigencia de los apóstoles. Tan sólo les pregunta si van a ser capaces de beber el cáliz que Él va a beber y de ser bautizados con el bautismo con el que Él va a ser bautizado. Jesús no les dice ni sí ni no, sin embargo les señala cuál es el camino por el que se va a la gloria: el cáliz y el bautismo del que habla Jesús aquí hacen referencia a su pasión y muerte, a entregar la vida. Así, Jesús les enseña que para entrar en la gloria, hay que pasar primero por dar la vida, como Él mismo hará cuando llegue a Jerusalén.


2. Pero no nos quedemos pensando que sólo Santiago y Juan eran los que buscaban los primeros puestos. Los demás apóstoles pensaban igual que ellos dos, pues después de esta exigencia a Jesús, los otros diez se indignaron, pensando “quiénes son estos dos para quedarse con los mejores puestos sin contar con nosotros”. Esta actitud de los apóstoles, tanto la de Santiago y Juan como la de los otros diez, lamentablemente se sigue repitiendo tantas veces hoy en nuestra Iglesia, entre nosotros los cristianos. Nos gusta muchos a los cristianos eso de ver quién es el que manda, de buscar la autoridad y el poder, incluso dentro de la comunidad, en la parroquia, en la Iglesia. Por eso nos viene muy bien escuchar de nuevo las palabras que Jesús les dirigió a los apóstoles: “Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Éste es el único camino para llegar a la gloria: ser el servidor y el esclavo de los demás. No dejemos que la mundanidad entre en nuestra Iglesia y entre los cristianos. Mientras que el mundo se pelea por mandar más y por tener más poder, los cristianos hemos de preocuparnos más bien por servir, por ponernos a disposición de todos. Y Jesús no ha dicho que hemos de ser esclavos de algunos, de nuestros amigos o de los que nos caen bien. Ha dicho que hemos de ser esclavos de todos. Es el amor al prójimo que se manifiesta en las obras, en nuestra actitud de servicio. Pues no podemos decir que amamos a los demás si no somos capaces de ponernos a su servicio. Así es el amor de Dios, y así nos pide Dios que vivamos el amor.

3. Este modo de vivir sirviendo y entregando nuestra vida por los demás, es lo mismo que ha hecho Cristo por nosotros: “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Así lo podemos leer en la primera lectura de hoy, del libro de Isaías, un fragmento que pertenece al cuarto cántico del Siervo de Yahvé. Este Siervo, que nosotros identificamos con Cristo, ha traído la justificación por medio de su sufrimiento y de la entrega de su vida. Es el sufrimiento el que nos salva. Pero no un sufrimiento vacío de sentido, sino el sufrimiento que viene del amor, de la entrega. De nada sirve sufrir por sufrir si no es por amor. Así es la pasión y la muerte del Señor: por amor a nosotros. Y ese sufrimiento es redentor. Del mismo modo, en la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos nos presenta a Cristo como el Sumo Sacerdote capaz de comprendernos porque Él mismo ha sido probado en todo, como nosotros, excepto en el pecado.

4.- Cristo, el esclavo de todos, el siervo sufriente, entrega su vida por amor. Y esa entrega nos redime y nos salva. Pero si queremos entrar en su gloria, hemos de vivir nosotros ese mismo amor, hemos de ser también nosotros siervos de los demás, hemos de beber del mismo cáliz y recibir el mismo bautismo de Cristo. Ése es el camino para la gloria, bien distinto de los caminos que nos ofrece el mundo, caminos de poder, de autoridad. Que María, que se proclamó a sí misma la esclava del Señor, nos ayude a vivir de este modo, siendo como ella servidores del Señor y esclavos los unos de los otros, para llegar así a la gloria que Cristo nos ha prometido.

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