Si la fe en Dios no se expresa en gestos de amor hacia el prójimo, está vacía de contenido.
Las manos limpias
La polémica de Jesús con los fariseos está marcada por la oposición entre una religión formal y exterior y las exigencias reales e interiores del reino de Dios. Los discípulos han comenzado a liberarse de esos preceptos religiosos, los fariseos aprovechan esto para colocar a Jesús fuera de lo que ellos consideran la tradición de su pueblo (cf. Mc 7, 1-5). El Señor responde apoyándose precisamente en la tradición, la auténtica, la que representa el profeta Isaías. Se sitúa así en una gran perspectiva profética: lo que Dios quiere es una conversión del corazón y no palabras o actitudes puramente formales. La demanda de estas últimas no viene de Dios: han sido creadas para evitar las verdaderas exigencias (cf. v. 7-8). Jesús no se limita a este tirón de orejas. Lo proclama en voz alta, a todo el pueblo, para que todos sepan de esa religión fácil e hipócrita que los fariseos predican (cf. v. 14-15). La suciedad no consiste en no lavarse las manos, sino en hacer daño a los demás, en olvidarse de sus necesidades, en creerse «limpio».
Las manos limpias
La polémica de Jesús con los fariseos está marcada por la oposición entre una religión formal y exterior y las exigencias reales e interiores del reino de Dios. Los discípulos han comenzado a liberarse de esos preceptos religiosos, los fariseos aprovechan esto para colocar a Jesús fuera de lo que ellos consideran la tradición de su pueblo (cf. Mc 7, 1-5). El Señor responde apoyándose precisamente en la tradición, la auténtica, la que representa el profeta Isaías. Se sitúa así en una gran perspectiva profética: lo que Dios quiere es una conversión del corazón y no palabras o actitudes puramente formales. La demanda de estas últimas no viene de Dios: han sido creadas para evitar las verdaderas exigencias (cf. v. 7-8). Jesús no se limita a este tirón de orejas. Lo proclama en voz alta, a todo el pueblo, para que todos sepan de esa religión fácil e hipócrita que los fariseos predican (cf. v. 14-15). La suciedad no consiste en no lavarse las manos, sino en hacer daño a los demás, en olvidarse de sus necesidades, en creerse «limpio».
Este reclamo del Señor tiene plena vigencia. Los evangelios señalan el fariseísmo como el riesgo de todo creyente. Lo vemos también entre nosotros y en nosotros. Una manera de domesticar el evangelio es convertirlo en un conjunto de reglas formales que basta con observar exteriormente. Quienes lo hacen, o pretenden hacerlo, miran con desprecio a quienes a su juicio viven al margen de ellas. ¡Cuántas veces el pueblo pobre se considera «pecador» porque vive en un mundo complejo y enredado en el que no puede seguir lo que Jesús llama más bien, de acuerdo con Isaías, «preceptos de hombres» (v. 6)! Normas propias de cristianos arrogantes, sin compasión, que tienen las manos limpias, porque no tienen manos, como decía el poeta Péguy.
La religión pura
La verdadera limpieza consiste en poner en práctica la palabra de Dios (cf. Dt 4, 1; Sant 1, 22). Palabra de amor, don de Dios de quien todo viene (cf. Sant 1, 16), que nos exige gestos concretos hacia el prójimo. Visitar a los huérfanos y a las viudas (cf. v. 27). Visitar a las víctimas de la pobreza, la explotación y el olvido significa comprometerse a favor de un orden justo y humano, y en contra de lo que produce muertes, desapariciones y sufrimientos.
Miguel Company, Michael Tomaszek, Zbigniew Strzalkowskit, amigos y hermanos en la esperanza, vinieron a nuestro país a «visitar a los huérfanos», no a lavarse las manos. Por eso fueron a Chimbote y a Pariacoto, se solidarizaron con el pueblo pobre, anunciaron al Dios de la vida. Por visitar a los huérfanos y por no olvidar las necesidades concretas de los pobres fueron —en el caso de Miguel se intentó hacerlo— asesinados. La entrega de sus vidas nos aleja de todo formalismo.
Gustavo Gutiérrez
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