21 agosto 2018

Domingo 26 de agosto: Sobre el Evangelio

Resultado de imagen de San Juan 6, 60-69
Estamos al final del episodio que comenzó con la multiplicación de los panes y de los peces (cf. Jn 6,1-15) y que continuó con el “discurso del pan de vida” (cf. Jn 6,22-59). Se trata de un episodio atravesado por diversos equívocos y donde se manifiesta la perplejidad y la confusión de aquellos que escuchan las palabras de Jesús.
La multitud esperaba un mesías rey que le ofreciese una vida confortable y pan en abundancia y Jesús mostró que no venía a “dar cosas”, sino a ofrecerse a sí mismo para que la humanidad tuviese vida; la multitud esperaba de Jesús una propuesta humana de triunfo y de gloria y Jesús le invitó a identificarse con él y a seguirle por un camino de amor y de entrega de la vida hasta la muerte.

Los interlocutores de Jesús percibieron claramente que Jesús les había situado ante una opción fundamental: o continuar viviendo desde la lógica humana, volcada hacia los bienes materiales y en las satisfacciones más inmediatas, o el asumir la lógica de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesús y haciendo de la vida un don de amor para ser compartido. Instalados en sus esquemas y prejuicios, presos de sus aspiraciones y sueños demasiado materiales, desilusionados con un programa que les parecía condenado al fracaso, los interlocutores de Jesús rechazarán el identificarse con él y con su programa.
Nuestro texto nos muestra la reacción negativa de “muchos discípulos” a las propuestas que Jesús hace. No todos los discípulos están dispuestos a identificarse con Jesús (“comer su carne y beber su sangre”) y a ofrecer su vida como don de amor que debe ser compartido con toda la humanidad.
Tenemos que situar esta “catequesis” en el contexto en el que vivía la comunidad joánica, a finales del sigo I.
La comunidad cristiana estaba discriminada y perseguida; muchos discípulos se separaban y tomaban otros caminos, rechazando seguir a Jesús por el camino de la entrega de la vida.
Muchos cristianos, confusos y perplejos, preguntaban: ¿para ser cristiano es preciso recorrer un camino tan radical y de tanta exigencia? ¿La propuesta de Jesús será, efectivamente, un camino de vida plena, o un camino de fracaso y de muerte?
A estas cuestiones es a las que el “catequista” Juan va a intentar responder.
La perícopa se divide en dos partes. La primera (vv. 60-66) describe la protesta de un grupo de discípulos por las exigencias de Jesús; la segunda (vv. 67-69) presenta la respuesta de los Doce a la propuesta que Jesús hace. Estos dos grupos (los “muchos discípulos” de la primera parte y los “Doce” de la segunda) representan las dos actitudes distintas frente a Jesús y a sus propuestas.
Para los “discípulos” de los que se habla en la primera parte de nuestro texto, la propuesta de Jesús es inadmisible, excesiva para las fuerzas humanas (v. 60). Ellos no están dispuestos a renunciar a sus propios proyectos de ambición y de realización humana, a embarcarse con Jesús en un camino de amor y de entrega, a hacer de la propia vida un servicio y un compartir con los hermanos. Ese camino les parece, además de demasiado exigente, un camino ilógico. Enfrentados con la radicalidad del camino del Reino, ellos no están dispuestos a arriesgar.
En la respuesta a las objeciones de esos “discípulos”, Jesús les asegura que el camino que propone no es un camino de fracaso y de muerte, sino que es un camino destinado a la gloria y a la vida eterna. La “subida” del Hijo del Hombre, después de la muerte en cruz, para volver a entrar en el mundo de Dios, será la “prueba” de que la vida ofrecida por amor conduce a la vida en plenitud (vv. 61-62).
Esos “discípulos” no están dispuestos a acoger la propuesta de Jesús porque piensan de acuerdo con una lógica humana, la lógica de la “carne”; sólo el don del Espíritu posibilitará a los creyentes comprender la lógica de Jesús, adherirse a su propuesta y seguirle por ese camino de amor y de donación que conduce a la vida (v. 63).
En realidad, esos discípulos que piensan según la lógica de la “carne”, siguen a Jesús por razones equivocadas (la gloria, el poder, la fácil satisfacción de las necesidades materiales más básicas). Su adhesión a Jesús es solamente exterior y superficial. Jesús tiene conciencia clara de esa realidad. Él sabe que uno de los “discípulos” le va a entregar en manos de los líderes judíos (v. 64). De cualquier forma, Jesús encara la decisión de los discípulos con tranquilidad y serenidad. Él no fuerza a nadie; solamente presenta su propuesta, propuesta radical y exigente, y espera que el “discípulo” haga su elección, con total libertad.
Como último dato, la vida nueva que Jesús propone es un don de Dios, ofrecido a todos los hombres (v. 65). El final de este movimiento que el Padre invita a realizar al “discípulo”, es el encuentro con Jesús y la adhesión a su proyecto. Si el hombre no está abierto a la acción del Padre y rechaza los dones de Dios, no puede formar parte de la comunidad de los discípulos y seguir a Jesús.
La primera parte de la escena termina con la retirada de “muchos discípulos” (v. 66). El programa expuesto por Jesús, que exige la renuncia a las lógicas humanas de la ambición y de la realización personal, es rechazado. Esos “discípulos” se muestran no dispuestos a recorrer el camino de Jesús.
Confirmada la deserción de esos “discípulos”, Jesús pide al grupo más restringido de los “Doce” que realicen su elección: “¿También vosotros queréis marcharos?” (v. 67). Jesús no suaviza sus exigencias, ni atenúa la dureza de sus palabras. Él está dispuesto a correr el riesgo de quedarse sin discípulos, pero no está dispuesto a prescindir de la radicalidad de su proyecto. No es una cuestión de terquedad o de no querer dar el brazo a torcer, sino que Jesús está seguro que el camino que propone, el camino del amor, del servicio, del compartir, de la entrega, es el único camino por donde es posible llegar a la vida plena. Por eso, él no puede cambiar una coma de su discurso y de su propuesta. El camino para la vida en plenitud, ya ha sido claramente expuesto por Jesús; ahora queda a los “discípulos” aceptarlo o rechazarlo.
Enfrentados con esta opción fundamental, los “Doce” definen claramente el camino que quieren recorrer: ellos aceptan la propuesta de Jesús, aceptan seguirlo por el camino del amor y de la entrega.
Quien responde en nombre del grupo (utilizando el plural) es Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (v. 68). La comunidad reconoce, por boca de Pedro, que sólo en el camino propuesto por Jesús encuentra la vida definitiva. Los otros caminos sólo generan vida efímera y parcial y, con frecuencia, conducen a la esclavitud y a la muerte; sólo en el camino que Jesús acaba de proponer (y que “muchos” han rechazado) se encuentra la felicidad duradera y la realización plena del hombre (v. 68).
Porque reconoce en Jesús el único camino válido para llegar a la vida eterna es por lo que la comunidad de los “Doce” se adhiere a lo que él les propone (“creemos”, v. 69a). La “fe” (adhesión a Jesús) se traduce en el seguimiento de Jesús, en la identificación con él, en el compromiso con la propuesta que él hace (“comer la carne y beber la sangre” que Jesús ofrece y que da la vida eterna).
La respuesta puesta en boca de Pedro es, precisamente, la respuesta que la comunidad joánica (esa comunidad que vive su fe y su compromiso cristiano en condiciones difíciles y que, a veces, tiene dificultad en renunciar a la lógica del mundo y apostar en radicalidad por el Evangelio de Jesús) está invitada a dar: “Señor, tus propuestas no siempre tienen sentido a la luz de los valores que gobiernan nuestro mundo; pero nosotros estamos seguros de que el camino que tú nos indicas es un camino que lleva a la vida eterna. Queremos escuchar tus palabras, identificarnos contigo, vivir de acuerdo con los valores que nos propones, recorrer contigo ese camino de amor y de donación que conduce a la vida eterna”.
El Evangelio de este Domingo pone claramente la cuestión de las opciones que nosotros, discípulos de Jesús, estamos invitados a realizar.
Todos los días somos desafiados por la lógica del mundo, en el sentido de basar nuestra vida en los valores del poder, del éxito, de la ambición, de los bienes materiales, de la moda, de lo “políticamente correcto”; y todos los días estamos invitados por Jesús a construir nuestra existencia sobre los valores del amor, del servicio sencillo y humilde, del compartir con los hermanos, de la sencillez, de la coherencia con los valores del Evangelio.
Es inútil esconder la cabeza en la arena: estos dos modelos de existencia no siempre pueden coexistir y, frecuentemente, se excluyen el uno al otro. Tenemos que hacer nuestra elección, sabiendo que tendrá consecuencias en nuestro estilo de vida, en la forma como nos relacionamos con los hermanos, en la forma como el mundo nos ve y, naturalmente, en la satisfacción de nuestra hambre de felicidad y de vida plena.
No podemos intentar agradar a Dios y al diablo y vivir una vida “tibia” y sin exigencias, intentando conciliar lo irreconciliable. La cuestión es esta: ¿estamos o no dispuestos a adherirnos a Jesús y a seguirle por el camino del amor y de la entrega de la vida?
Los “muchos discípulos” de los que habla el texto que se nos propone, no tuvieron el coraje para aceptar la propuesta de Jesús. Atados a sus sueños de riqueza fácil, de ambición, de poder y de gloria, no estaban dispuestos a andar un camino de donación total de sí mismos en beneficio de los hermanos.
Este grupo representa a esos “discípulos” de Jesús demasiado comprometidos con los valores del mundo, que hasta pueden frecuentar la comunidad cristiana, pero que en el día a día viven obcecados con la ampliación de su cuenta bancaria, con el éxito profesional a toda costa, con la pertenencia a la élite que frecuenta las fiestas sociales, con el aplauso de la opinión pública. Para estos, las palabras de Jesús “son palabras duras” y su propuesta de radicalidad es inadmisible.
Esta categoría de “discípulos” no es tan rara como parece. En diversos grados, todos sentimos, a veces, la tentación de atenuar la radicalidad de la propuesta de Jesús y de construir nuestra vida con valores más complacientes con una visión “light” de la existencia. Es preciso estar, continuamente, en una actitud de vigilancia sobre los valores que nos ofrecen, para no correr el riesgo de “dar la espalda” a la propuesta de Jesús.
Los “Doce” se quedaron con Jesús pues estaban convencidos de que sólo él tiene “palabras de vida eterna”. Ellos representan a aquellos que no se conforman con la banalidad de una vida edificada sobre valores efímeros y que quieren ir más allá; representan a aquellos que no están dispuestos a gastar su vida en caminos que sólo conducen a la insatisfacción y la frustración; representan a aquellos que no están dispuestos a dirigir su vida desde la pereza, la comodidad, la instalación; representan a aquellos que se adhieren sinceramente a Jesús, se comprometen con su proyecto, acogen de corazón la vida que Jesús les ofrece y se esfuerzan por vivir en coherencia con la opción por Jesús que hicieron en el día de su Bautismo.
Esta opción por el seguimiento de Jesús requiere ser constantemente renovada y constantemente vigilada, a fin de que el nivel de coherencia y de exigencia se mantenga.
En la escena que el Evangelio de hoy nos presenta, Jesús no parece estar tan preocupado por el número de los discípulos que continuarán siguiéndolo, cuanto por mantener la verdad y la coherencia de su proyecto.
Él no hace concesiones fáciles para tener éxito y para captar la benevolencia y los aplausos de las multitudes, pues el Reino de Dios no es un concurso de popularidad. No escamotea la verdad: el Evangelio que Jesús vino a proponer lleva a una vida plena, pero por un camino de radicalidad y de exigencia.
Muchas veces intentamos “suavizar” las exigencias del Evangelio, a fin de que sea más fácilmente aceptado por los hombres de nuestro tiempo. Tenemos que tener cuidado para no desvirtuar la propuesta de Jesús y para no despojar al Evangelio de aquello que tiene de verdaderamente transformador.
Lo que debemos buscar no es tanto el número de personas que van a la Iglesia, cuanto, y sobre todo, el grado de radicalidad con el que vivimos y testimoniamos ante el mundo la propuesta de Jesús.
Uno de los elementos que aparecen nítidamente en nuestro texto, es la serenidad con la que Jesús encara el “no” de algunos discípulos al proyecto que él vino a proponer.
Ante ese “no”, Jesús no fuerza las cosas, no protesta, no amenaza, sino que respeta absolutamente la libertad de elección de sus discípulos.
Jesús muestra, en este episodio, el respeto de Dios por las decisiones (incluso equivocadas) del hombre, por las dificultades que el hombre siente para comprometerse, por los caminos diferentes que el hombre elige seguir.
Nuestro Dios es un Dios que respeta al hombre, que le trata como adulto, que acepta que ejerza su derecho a la libertad.
Por otro lado, un Dios tan comprensivo y tolerante nos invita a ofrecer muestras de misericordia, de respeto y de comprensión hacia aquellos hermanos que siguen caminos diferentes, que toman opciones diferentes, que dirigen su vida de acuerdo con valores y criterios diferentes a los nuestros.
Esa “divergencia” de perspectivas y de caminos no puede, en ninguna circunstancia, apartarnos del hermano o servirnos de pretexto para marginarle y para excluirle de nuestra convivencia.

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