Por José María Martín OSA
1- La Eucaristía nos une en el amor. El Jueves Santo la Iglesia, junto con la celebración de la institución de la Eucaristía celebra el día del amor fraterno. Es algo singular que la misma distribución de las lecturas evangélicas de ese día coloquen la narración de las palabras Eucarísticas en boca de San Pablo, en la segunda lectura, reservando para el evangelio el momento del servicio, el lavatorio de los pies. Algo que por singular o llamativo no deja de tener su trascendencia. El amor fraterno, o si se prefiere la caridad, es algo que no se agota en una institución, por mucho que esta se llame Caritas, ni tan siquiera en alguna orden religiosa que lleva su nombre. La caridad es algo que afecta a la totalidad de la Iglesia. Jesús amó a los suyos "hasta el extremo", nos dice el evangelista Juan. Este amor lo demuestra lavando los pies a los apóstoles. Es el único evangelista que no relata la institución de la Eucaristía. No hacía falta.....El gesto del lavatorio lo dice todo. Demuestra que ha venido a servir y no a ser servido, está dispuesto a dar la vida por todos. La Eucaristía es memorial (actualización) de la muerte y Resurrección de Cristo, sacrificio de la Nueva Alianza y sacramento de amor y de unidad. Cada vez que la celebramos proclamamos la muerte y la Resurrección de Jesucristo como dice la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. La Alianza del Pueblo de Israel es el anticipo de la Nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Pero creo que hoy debemos resaltar que la Eucaristía nos une en el amor y nos da fuerza para transformar este mundo desde el amor.
2.- El amor fraterno solo es posible si nuestro corazón se abre a los demás. El amor construye la fraternidad. Donde hay amor hay fraternidad; donde no hay, puede quedar la apariencia o el nombre, pero se escapa la realidad Y puesto que el amor ofrecido provoca un amor correspondido, el encuentro siempre se convierte en oportunidad de gracia para nuestro interlocutor. El amor cristiano es agapê, es decir amor gratuito y desinteresado, que no exige nada a cambio. El amor fraterno solo es posible si nuestro corazón se abre a los demás, si compartimos lo que tenemos, lo que sabemos, si ayudamos a quien más lo necesita. Hay un cuento muy bonito donde se expresa bastante bien lo que es el amor fraterno. Dice así:
3.- Dios nos pide una preferencia, “amor preferencial por los pobres”. He de preguntarme en este día: ¿qué tiempo les dedico, qué recursos económicos les ofrezco, qué nivel de austeridad me exijo, qué cualidades pongo a su servicio, qué aprendo en mi relación con ellos? Todos somos iguales. Pero algunos (ellos) son “más desiguales que otros”. El evangelio me pide que sean “más iguales”. Para la Iglesia, subrayó el Papa Benedicto XVI, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y a su esencia. El cristiano tiene que luchar por la justicia, por el orden justo de la sociedad. El amor-caridad siempre será necesario incluso en una sociedad más justa. Siempre es necesaria la atención personal, el consuelo y el cuidado de la persona. Los que dedican su tiempo a los demás en las instituciones caritativas de la Iglesia deben “realizar su misión con destreza, pero deben distinguirse por su dedicación al otro, con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad” (Dios es amor, nº 31). El necesitado, pobre en todos los sentidos tiene nombre y apellidos, no es un número, necesita que le escuchen y, sobre todo, que le quieran.
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