28 marzo 2018

EL SEÑOR EN EL SAGRARIO, LÁMPARA SIEMPRE ENCENDIDA

Por Antonio García-Moreno

1.- EL PAN VIVO. -"Este será un día memorable para vosotros...", dice el libro del Éxodo al hablar de la Pascua (Ex 12,14). El pueblo hebreo ha cumplido con fidelidad esta recomendación de conmemorar el día en que Dios pasó por las calles de Egipto, respetando la vida de los primogénitos hebreos, mientras que los de los egipcios perecían bajo la espada inexorable del Ángel de Yahvé. Por otra parte, fue la intervención definitiva que obligó al Faraón a dejar libres a los hijos de Israel, que pudieron al fin ponerse en camino hacia la Tierra prometida. Por todo ello, la Pascua es una de las grandes fiestas del calendario hebreo, con gran riqueza de cultos, con ritos llenos de simbolismo.

Aparte del sacrificio del cordero pascual, se comía pan ázimo, pan sin levadura, en recuerdo de lo que ocurrió el día de la liberación. En los discursos de la sinagoga de Cafarnaún, Jesús aprovecha el entorno pascual para hablar de un pan distinto, mucho mejor que el que comieron los padres en el desierto, el Pan de vida, el Pan bajado del cielo, el Pan vivo, su carne y su sangre para la salvación del mundo. Es uno de los misterios que hoy, también nosotros, conmemoramos en esta gran fiesta de hoy.


2.- FIDELIDAD AL RITO.- San Pablo, fiel a la tradición recibida, recuerda las palabras que Cristo pronunció en la Última Cena, conforme al relato de la Institución de la Eucaristía que nos presentan los tres primeros evangelistas. Se trata, pues, de un pasaje testificado por cuatro autores inspirados, los cuales coinciden hasta en las palabras, aunque haya alguna diferencia de tipo secundario, que de alguna forma vienen a corroborar la veracidad del relato.

Fundados en esas palabras los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia han proclamado la presencia real del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús en el Sacramento del Pan y del Vino, en la Eucaristía. La fe en esta verdad ha motivado las normas que han de regir en la celebración de la Eucaristía, la Santa Misa, así como el modo de tratar y venerar el Santísimo Sacramento, desde la necesidad de un signo externo que recuerde la presencia del Señor en el Sagrario, como es la lámpara siempre encendida, hasta el rito y las palabras de la ceremonia litúrgica

3.- COMULGAR LA PROPIA CONDENACIÓN. - Para celebrar la Pascua era necesario estar limpios, es decir, no tener ninguna mancha de las que enumeraba la Ley. Se trataba de la pureza legal, en conformidad con las tradiciones del pueblo hebreo. El Señor no las rechaza, pero Él se refiere a una pureza más profunda, una limpieza interior, espiritual. Es una realidad que San Pablo recuerda cuando dice que para recibir el Cuerpo de Cristo hay que examinarse primero y ver si uno está limpio de pecado, no sea que al comulgar el Cuerpo del Señor estemos comulgando nuestra propia condenación.

Son palabras claras y contundentes que constituyen un principio doctrinal que ha pasado a la disciplina sacramentaria de la Iglesia, según la cual es preciso confesarse antes de recibir la Sagrada comunión si se ha cometido un pecado mortal desde la última Comunión. Es verdad que si no hay confesor y uno se arrepiente de su pecado, el Señor le perdona, siempre que se tenga el propósito de confesarse cuanto antes. Pero eso no significa que pueda comulgar sin haber confesado antes su pecado.

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