• Como en todo “el tríptico” que contemplamos, esta escena se centra en la identidad de Jesús. Por boca del Bautista se le denomina como “el Cordero de Dios” (29.36). En esta expresión resuena lo que Isaías dice sobre el Siervo de Dios (Is 53) que toma sobre sí las culpas de todos (Is 53,6) y que como “un cordero traído a matar, no obre la boca” (Is 53,7). Y también resuena el tema del cordero pascual (Ex 12,46, citado por el mismo Juan en 19,36 y que aparece, también, en 1Pe 1,19). Este título aparecerá en el libro del Apocalipsis, será el nombre que se aplica a Jesús nada menos que 19 veces. Es verdad que otras veces Juan presenta a Jesús como el Mesías, el que ha de venir.
• Pero este comienzo del Evangelio también plantea algunos rasgos de la identidad del discípulo (del cristiano/a) y, concretamente, del apóstol (el discípulo que es enviado a anunciar el Evangelio):
– en primero lugar, la actitud de Juan Bautista es la del testigo: él no es el protagonista, no es “la luz” (Jn 1,6-7); él señala, indica a quien se debe “mirar” (36); el testigo se desprende de sus propios discípulos que, a partir de ahora, seguirán al único “maestro” (38) y vivirán con Él –“se quedarán con Él”– (39);
– el discípulo de Jesús (el cristiano/a) es la per- sona que “escucha” el anuncio-Palabra (37) y sigue a “Jesús” (37); y continúa “buscando” en el diálogo con Él (38) abriéndose al “Maestro” que le hace propuestas (38); y va con Él y vive (39). Esto hace que conozca más el “maestro” y pueda hablar a los otras, tal y como hace Andrés con su hermano (41);
– el discípulo se convierte en apóstol: comunica a los otros lo que ha descubierto de Jesús: que “es el Mesías” (41). Lo comunica a los que encuentra en su propio ambiente (40-41), y lo hace implicándolos activamente, “trayéndolos donde esta Jesús” (42) –del mismo modo que Jesús lo había hecho con ellos: “veníd y lo veréis” (39)– de forma que se puedan hacer discípulos de Él;
– en definitiva, quien sigue Jesús de verdad recibe una nueva identidad, representada aquí en el cambio de nombre –“Cefas” o “Piedra, Pedro” (42)–, manera bíblica de expresar que Dios da una misión.
Una nota sobre el seguimiento-vocación
• En los evangelios se dan tres tipos distintos de seguimiento de Jesús. En el primer modelo Jesús lleva la iniciativa y llama de forma soberana. Es el que describe Marcos, como veremos el próximo domingo (Mc 1,16-20; 2.14). En el segundo, los discípulos se dirigen a Jesús, que les impone unas condiciones, por cierto bien radicales. Es el modelo de la llamada Fuente Q 9,57-60 (= Mt 8,18- 22; Lc 9,57-60). En el tercero, llegan a Jesús a través de intermediarios. Es el patrón propio de Juan, que aparece en el Evangelio que vamos a comentar ahora. Los dos primeros seguidores, Andrés y un innombrado, que algunos identifican con el Discípulo Amado, vienen a Jesús a través del Bautista. Pedro, por su parte, llega al Maestro por medio de su hermano Andrés.
• A pesar de los distintos modelos, que con toda probabilidad se dieron así en la historia de los primeros testigos del cristianismo, coinciden todos en algo esencial: el encuentro. De hecho, todas las escenas evangélicas de seguimiento se desarrollan invariablemente en un clima de encuentro personal entre Jesús y el discípulo (o los discípulos). No existe llamamiento a distancia o por decisión de otros.
• De una u otra forma el seguimiento, sin excepción alguna, es siempre decisión soberana del Maestro, que se fija en las personas concretas, aunque éstas hayan venido primero a Él o lo hayan hecho a través de intermediarios. Y, al mis- mo tiempo, es acogida, libre, consciente y voluntaria de esa llamada por parte del interesado. La autoridad del mandato y la radicalidad de la obediencia convergen aquí en un acto de conjunción de voluntades. Iniciativa de Jesús y opción incondicional por Él constituyen el núcleo mismo de la vocación; en ella se verifica el origen de todo inicio en el seguimiento.
• En la escena que comentamos los discípulos se convierten en tales, cuando inician un diálogo con Jesús, se quedan con Él y empiezan a compartir su vida, aceptando la invitación imperiosa del Maestro: Venid y veréis donde vivo. El seguimiento entonces siempre tiene su origen en la llamada de Jesús: “No me elegisteis vosotros a mí; fui yo el que os elegí a vosotros” (Jn 15,16).
• El discipulado sólo es posible, cuando se contempla desde la más absoluta gratuidad, como llamada al amor, pero también como urgencia de respuesta. La paradoja del reto no puede ser mayor: el seguimiento que, en realidad no pide nada, lo exige y da todo.
• Lo que aconteció en los primeros tiempos, sigue sucediendo ahora. Como en su día a Andrés y al otro discípulo Jesús nos invita a cada uno de nosotros a que vayamos con Él, veamos cómo vive y compartamos su estilo de vida. Sólo cuando se produce tal encuentro, nos convertimos de verdad en cristianos, transformándose por completo nuestra existencia y cambiándose hasta nuestra identidad, como hizo con Pedro: “Mira que estoy en la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).
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