Las parábolas de los últimos capítulos de Mateo agudizan el discernimiento que Dios opera en la historia. El don de la vida definitiva en Jesús juzga nuestra existencia.
Señor, Señor
La parábola alude al modo como se realizaban las bodas en tiempo de Jesús. En un momento dado llegaba el novio, entraba con todos los invitados y comenzaba la fiesta. El evangelio de Mateo, impregnado siempre de experiencia eclesial, nos presenta a la comunidad cristiana en las diez jóvenes que esperan al novio. En ella hay personas necias y personas prudentes (cf. v. 1-4). Mateo hace ver en varias ocasiones las diferencias e incluso las divisiones que se dan dentro de la Iglesia. El retraso del novio revelará la situación. Al comienzo todas tuvieron la misma actitud: se durmieron (cf. v. 5). El hecho como tal no es censurado en este pasaje. No está ahí su acento. Lo que cuenta es que unas se proveyeron de aceite, las otras no. Por consiguiente se hallaron en condiciones distintas cuando el novio hizo su aparición (cf. v. 8-9).
El novio es aquí una alegoría que nos remite al Señor. Su llegada es un juicio que separa las aguas. Quienes escucharon su mensaje y lo pusieron por obra participarán en el Reino: «Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas» (v. 10). A las que no hicieron del evangelio la norma de su vida, o tal vez, más exactamente a quienes sólo lo aceptaron formalmente, el Señor les dirá: «No os conozco» (v. 12). El sentido de la frase es el rechazo a aquellos que pretenden ser lo que no son. «Señor, Señor, ábrenos» (v. 11), decían quienes no supieron vivir como auténticos seguidores de Jesús. Esa expresión nos recuerda lo que se decía en Mt 7, 21: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos». A estos creyentes de la boca para afuera también se les dirá: «Nunca os he conocido. Alejaos de mí»(7, 23).
Estar vigilantes
El pasaje termina con una llamada a la vigilancia, a la atención a las exigencias evangélicas (cf. v. 13). Lo que alimenta la vigilancia es la esperanza. Pablo nos recuerda que el fundamento de esa esperanza es la convicción de que Jesús resucitó. Una vida prisionera de la muerte lleva a la tristeza (cf. 1 Tes 4, 13). La esperanza nos hace saltar por encima de esa barrera, la fe en la resurrección es la afirmación de una vida que no conoce límites temporales e históricos. «Morir en Jesús» (v. 14) es dar, como él, la vida por amor. A quienes lo hacen, Dios los llevará consigo (cf. v. 14). La vida eterna comienza desde ahora, pues de no ser así no sería eterna, pero ella es ante todo un don del Señor.
La Biblia nos invita a un saber con sabor, a un conocimiento gustoso de Dios. Eso es la sabiduría. Ella está marcada por el amor (cf. Sab 6, 18), por eso nos «conduce al Reino» (v. 20). La sabiduría nos ayudará a hacer el discernimiento que nos pedía el pasaje de Mateo; ella no nos permitirá decirnos discípulos de Jesús si no ponemos en práctica su mensaje.
Gustavo Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario