Había una vez un lápiz precioso que vivía en
una librería muy bonita. Había allí también
otros lápices. Todos deseaban ser vendidos y
soñaban con el niño o la niña que sería su amo.
Todos, menos nuestro lápiz que, aunque sea
tan precioso, no quería ser vendido. Cada vez
que entraba un comprador, el lápiz se escondía
debajo de las gomas de borrar y los sacapuntas
que también vivían en el escaparate.
Un día entró un niño iba con su padre. Pidió un
lápiz y nuestro amigo intentó escabullirse, como
siempre, pero el niño dijo: - Papa, quiero
este lápiz.
La señora de la tienda dijo: - Ahora te lo doy.
Y el lápiz se vio cogido por el cuello y pensó.
¿Qué será de mí?
El niño lo puso en el estuche con la goma y el
sacapuntas y se fue al colegio. Por el camino, el
lápiz iba muy serio.
La goma se dio cuenta y le dijo: - ¿Por qué estás
tan serio?
- Es que no quiero estar aquí dentro. Estaba
mucho más tranquilo en la tienda.
- Estarás bien, serás una gran ayuda para este
niño; contigo escribirá y dibujará.
- ¡Qué cosas me dices! Si escribe y me utiliza,
me gastaré. No tengo ninguna gana de cansarme
y de gastarme.
El sacapuntas dijo: - No pienses así. Eres un
buen lápiz y tienes que ayudar, gastarte, siendo
el que eres.
- Y cuando se me gaste la punta, ¿tú me la
afilarás? Y cuando el niño escriba y se equivoque,
tú goma, ¿me borrarás? A pesar de
todo, ¡no quiero ser un buen lápiz! ¡Quiero
volver a la tienda!
Hablando, hablando, llegaron al colegio. El niño
sacó el lápiz del estuche y empezó a copiar lo
que el profe de mate había escrito en la pizarra.
Sonó el timbre del recreo y el niño se fue a jugar
al patio con sus amigos.
El lápiz se aburría. Muy pronto tendrían que afilarlo,
pues se le acababa la punta.
- No pienses que voy a dejarme afilar, le dijo
al sacapuntas, que le miraba.
- Tendrás que hacerlo. Si te gastas con amor
te será más fácil estar contento. Quizás ése
es el secreto de la felicidad.
La goma, que estaba muy atenta, dijo:- Mira,
yo también me gasto de tanto borra que borrarás...
Pero lo hago con amor porque sé que,
gracias a mí, nuestro amigo puede terminar
bien sus trabajos. Y me gasto. Pero me gusta
hacerlo porque quiero mucho a nuestro amigo.
No recibo nada a cambio, pero tengo bastante
con verle feliz.
El lápiz estaba cada vez más aterrado.
El sacapuntas le dijo: - Pensándolo bien, es
bueno que te afile la punta. La letra de nuestro
amigo será más fina.
El recreo se había terminado. Llegó el niño, cogió
el sacapuntas con una mano y el lápiz con la
otra y se fue hacia la papelera.
El lápiz pensó:- Ha llegado mi hora.
La punta había salido perfecta y el niño volvió
satisfecho a su sitio.
La goma preguntó al lápiz: - ¿Te ha hecho mucho
daño?
Apenas me he dado cuenta. He pensado que así
hago feliz a este niño, aunque cada día me haga
más pequeño.
Aquel día el lápiz dio lo mejor de sí mismo al
niño. Eso le hacía feliz.
También la goma de borrar se iba gastando.
Llegó un día en que se gastaron del todo. El sacapuntas,
triste y alegre al mismo tiempo, oyó
que el niño decía: - ¡Ha sido el lápiz y la goma
que mejores he tenido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario