La imagen de Jesús muerto y suspendido en la cruz quedó grabada en la memoria de los creyentes. Una estampa ante la que lo primero que sale decir es: «¡No me lo puedo creer!». Y la fe reclama que digamos: «Esto es lo que hay que creer. A Este crucificado es al que hay que creer. Éste es verdaderamente el Hijo de Dios. Aquí está la salvación del mundo, como dirá la Liturgia del Viernes Santo».
Levantar los ojos hacia él no es sólo un acto físico. Es, sobre todo, un acto de fe. Todo lleva a creer que «esto no puede ser». Pero la verdadera fe afirma «Dios es así», «Dios está en El», «El es Dios».
¿Dónde reside la dificultad de ver a Dios en la cruz? Para muchos parece imposible que un condenado a muerte pueda ser Dios. Demasiado fuerte. Tenemos la impresión (y la necesidad) de que Dios tiene que poder a la muerte. La apertura progresiva a la fe o el dinamismo de la fe nos lleva a reconocer que donde unos no ven nada más que escándalo, otros vemos amor, todo el amor que Dios nos tiene. Donde unos no ven nada más que fracaso, otros vemos el triunfo del amor. Donde unos no ven nada más que un final, otros vemos la máxima expresión del amor, de la entrega por amor hasta la muerte. Ahí está el nudo del problema. ¿Es posible amar tanto que te entregues hasta la muerte? Esta pregunta la tienen que responder los que de verdad aman y los que amando están dispuestos a lo que sea.
Muchos dejan «todo» por conseguir a alguien. Todo encuentro de dos personas lleva implícita una renuncia, una entrega que tiene mil plasmaciones. Por la otra persona hay personas que son capaces de entregar la vida, poco a poco, como se hacen las cosas de la vida: en el paso rutinario de las horas… La entrega no es una experiencia lejana ni ajena a nuestra propia vida. Cada uno sabe lo que es capaz de entregar y por quién tenemos fuerzas para entregarnos… Cada uno sabe qué cruces estamos dispuestos a llevar y por quién…
Al verte en la cruz,
brota de nosotros la ternura.
Tú, Jesús, nos cambias el corazón de piedra
por un corazón de carne.
Haznos también sensibles al dolor de tantos hermanos
que tienen una vida dura, que no pueden con su cruz,
y han de superar muchas dificultades cada día.
Queremos acompañar el sufrimiento
de tantos hermanos en guerra,
recordar a todos aquellos que en este momento,
en algún lugar del mundo están sufriendo
por la locura de unos pocos,
y a su alrededor hay dolor, muerte y destrucción.
Queremos acompañar el sufrimiento de tantos inmigrantes
que se sienten entre nosotros fuera de su país,
que les duele la soledad, la lejanía, la diferencia y la injusticia, que sepamos ser una mano tendida en su camino,
un amigo, un compañero, un apoyo y una vida compartida.
Queremos acompañar el sufrimiento de tantos enfermos
que tienen que acostumbrarse a vivir con un cuerpo frágil,
que ya no les responde y todo les resulta mucho más complicado.
Queremos también pedir tu fuerza
y compañía para sus cuidadores
y profesionales de la salud que facilitan su situación
y acompañan a algunos al encuentro definitivo contigo.
Queremos acompañar el sufrimiento de todos aquellos que,
como tú, Señor, sufren en este momento soledad,
desamor o incomprensión.
Queremos acompañar el sufrimiento de los parados,
los que sufren abusos laborales,
los depresivos, los olvidados,
los que no encuentran su lugar en el mundo,
los que no pueden cubrir sus necesidades básicas,
los que pasan hambre
y los que teniéndolo todo viven una vida sin rumbo y sin sentido. Acompáñanos tú a todos, Señor,
llénanos de tu presencia y de tu Amor,
enséñanos a tratarnos unos a otros a tu manera,
suavizándonos el peso de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario