Había una vez un hombre a quien le encantaba coleccionar obras de arte. Cuando el único hijo que tenía cumplió los veinte años, lo llamaron para ir a la guerra. Allí, en la batalla, cuando trataba de salvar la vida de uno de sus compañeros, él también encontró la muerte. Otro soldado, queriendo honrar la memoria de su camarada, pintó un retrato del joven y se lo envió al padre.
Pocos años más tarde, el padre falleció y sus bienes fueron subastados.
“Daremos inicio a la subasta rematando primero el retrato del hijo”. Se produjo un incómodo silencio hasta que, tras unos minutos, una voz propuso, “No empecemos por este retrato. El pintor era aficionado y no vale la pena perder el tiempo”. Pero el subastador no respondió.
Otra voz preguntó, ¿Por qué no subasta los Picassos y los Rembrandts? El subastador sin inmutarse, declaró, “El retrato del hijo primero. ¿Quién quiere optar por el hijo?”
Finalmente se oyó una voz que venía del fondo del salón. Era el jardinero del que había sido el dueño de todos los bienes. “Diez dólares”. Era todo lo que podía ofrecer.
“Tenemos diez dólares”. ¿Alguien da más? El resto de los asistentes permanecieron silenciosos, esperando que el cuadro se vendiera pronto para pasar a las cosas valiosas. “A la una, a las dos, a las tres”. Vendido por diez dólares”. El seco golpe del martillo puso fin a la transacción.
El subastador dejó el martillo sobre la mesa y dijo, “Muchas gracias a todos por venir. Lamento si esto les ha causado alguna molestia, pero la subasta ha terminado. Cuando me contrataron para conducir esta subasta, me dieron unas instrucciones muy concretas . La persona que comprara el retrato del hijo heredaría el resto de los bienes, -todos los bienes raíces, todo el dinero, todos los cuadros. El dueño quería legar todo lo suyo a quien aceptara a su hijo.”
Cuando éramos pequeños nos preguntaban muchas veces: ¿qué quieres ser cuando seas mayor?
Cada uno de nosotros teníamos un hermoso sueño que vivir: ser periodista, ser futbolista, ser maestro…
Sí, un sueño en cada corazón de niño.
Sí, un futuro y muchas avenidas que explorar.
Y aquí estamos nosotros con mucha o poca vida por delante, con muchas avenidas ya exploradas, con muchas energías ya gastadas y con nuestro sueño de niños aún metido en el corazón.
A un niño que también le hicieron la pregunta: ¿qué quieres ser cuando seas mayor? Éste contestó: “yo quiero ser Dios.”
Por sorprendente que parezca el sueño de los hombres es eliminar a Dios y ocupar su puesto.
El sueño de los hombres es vivir cómodamente sin Dios y no depender de nadie, ni de Dios.
Dios es todo. Dios lo puede todo. Y nosotros queremos serlo todo y poderlo todo.
Hoy, hermanos, es Viernes Santo. Y la historia que compartimos y vivimos nos recuerda el sueño de Dios hecho añicos, la debilidad de Dios, la impotencia de Dios, el fracaso de Dios, la muerte de Dios.
Hoy es Viernes Santo. Y la liturgia de la cruz nos recuerda a los cristianos que nuestro destino y nuestro sueño está unido al de Dios.
Hoy es Viernes Santo. Y el camino hacia el Calvario nos enseña a todos a vivir y a querer también la cara oculta de nuestro sueño: el sufrimiento, la debilidad y la muerte.
Hoy es Viernes Santo. El sueño de Jesucristo se realiza plenamente. El sueño de Jesucristo era dar vida, perdón, amor y salvación a todos.
El sueño de Jesús no era sólo para sí. Jesús soñaba contigo para abrirte las puertas de su reino, compartir tu fracaso, llevar tu cruz, morir, no por cualquier causa sino por amor, para dar sentido a todas las cruces, a todas las muertes y a la tuya también.
El sueño de Jesús acaba en la muerte, puerta hacia la resurrección y la vida.
El sueño de ser Dios nos lo enseña Jesús pero a la manera de Dios, no a la manera de los hombres.
La última palabra del Señor en su trono de madera, en la cruz del escándalo, en el árbol levantado al cielo es: “Todo está terminado”.
Jesús, obediente al Padre, ha cumplido con creces la misión recibida, ha completado con su vida la misión recibida, se ha vaciado por completo.
Todo está terminado. La sangre ha sellado el pacto, ha regado la tierra y ha fecundado la semilla del nuevo amor.
Todo está terminado. La deuda pagada, Satanás vencido, el nuevo templo inaugurado.
Todo está terminado. El reloj de Dios marca una nueva hora, la del perdón.
Todo está terminado y sin embargo todo está por hacer.
Porque la luz viene a los hombres y muchos la rechazan.
Porque el amor viene a los hombres y muchos no lo entienden.
Porque el perdón viene a los hombres y muchos no lo acogen.
Donde no hay luz, donde no reina el amor, donde no se celebra el perdón surge el Viernes Santo: violencia, odio, sangre y muerte. ¡Y cuánto hay de esto en nuestro mundo!
En el Viernes Santo de Jesús la tierra tembló, el velo del templo se rasgó, la oscuridad cubrió la tierra. Eran los dolores del parto de la tierra nueva y los cielos nuevos. Era la alegría de la misión cumplida. Era el comienzo de la vida en el Espíritu.
Nosotros estamos llamados a vivir el Viernes Santo de Jesús y completar su obra de redención y perdón. Mientras alguien sufra injustamente como Jesús será Viernes Santo.
Todo está terminado pero Jesús no está terminado. Jesús no está secuestrado, desaparecido o muerto.
Todo está terminado pero Jesús sigue actuando, salvando y perdonando a través de su iglesia, de sus hijos y de todos sus seguidores.
Todo está terminado. Sí, en una cruz, pero una cruz que tiene su cara gloriosa: la gloria del Padre, el sueño de Dios.
Todo está terminado pero el sueño hermoso de Jesús continúa vivo. Los grandes sueños no mueren nunca. Y nosotros alimentamos día a día, en la eucaristía, en la palabra, en los hermanos y en la oración, el sueño de Jesús. No queremos que muera este sueño. Estamos empeñados en hacerlo verdad cada día, cargando con nuestras cruces, ayudando a los hermanos a llevar la cruz y aliviando el Viernes Santo de nuestro mundo.
Tú y yo, terminada esta celebración del Viernes Santo volvemos a nuestras cosas y a nuestras casas. Y somos invitados a mirar al que crucificaron y a llevar nuestra cruz y a salvarnos en ella y con ella y a compartir la agonía de Cristo que sufre hasta el final de los tiempos.
Por eso decimos: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven; Señor Jesús.
Jesús te dice: Ánimo. Yo he vencido la muerte. Ten paz. Yo voy contigo. Te ofrezco lo que tengo: mi perdón y mi amor. Y mi sueño es que los multipliques en tu mundo.
Yo, de pequeño, no tuve un sueño. Dios me soñó un día y me soñó todos los días de mi vida. Y yo me iba convirtiendo día a día al sueño de Dios, con las turbulencias de Dios, con las alegrías de Dios y con sus sorpresas: la sorpresa de la cruz y la sorpresa de la resurrección.
Déjate soñar por Dios y serás feliz hasta en sus sorpresas.
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