Hermanos: La muerte es una realidad de la que no podemos prescindir; está presente en cada momento de nuestra vida.
El dolor, el fracaso, la incomprensión, la soledad y el desamparo; la enfermedad y la vejez, no son sólo palabras que nos impresionan.
Son, además, realidades amargas; y cada uno de los que estamos aquí podría hablar desde su propia y dolorosa experiencia.
Veinte siglos después de que un tal Caifás profetizara: “Conviene que muera un hombre por el pueblo”… Hoy, otros Caifás siguen sentenciando:
Este es el gran escándalo: Que la muerte de millones de personas sea decretada por unos pocos; y que la mayoría asistamos impasibles a esta ejecución.
Todos debemos aprender a aceptar nuestra propia muerte…
Pero nadie, nunca, tiene derecho a imponerla a los demás.
La Pasión y la Muerte del Señor Jesús que celebramos los cristianos en esta tarde es, para nuestra desgracia, un acontecimiento presente y actual.
Lo que hicieron con nuestro Señor en aquella tarde, lo siguen haciendo… lo seguimos haciendo cada día…
Con otras espinas, con otras cruces, con otros clavos… pero hoy Cristo sigue siendo también crucificado.
Hermanos: Al celebrar hoy la Pasión y la Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, no podemos cerrar los ojos a esta realidad.
Y siendo sinceros, mientras escuchamos la Palabra de Dios, debiéramos preguntarnos:
¿Qué papel represento yo en este drama?
Puestos en pie, recibimos al Sacerdote…
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