27 abril 2017

Para fijarnos en el Evangelio del III Domingo de Pascua

● Cleofás y su compañero habían seguido a Jesús con entusiasmo y gran esperanza. Pero su esperanza hizo aguas y pasó por una gran crisis. Los vemos caminando desconcertados hacia el pueblo que un día, llenos de entusiasmo mesiánico, abandonaron para seguir al Maestro.
● Cleofás y su compañero se habían entusiasmado con la predicación del Reino y con los signos de la presencia del Reino, pero carecían de la verdadera inteligencia propia de los auténticos discípulos de Jesús. Para ellos, ahora, Jesús era un simple muerto. Con su cadáver habían enterrado sus esperanzas y volvían al pasado. Murió el profeta y todo terminó para ellos.
● Jesús se hizo el encontradizo, no se impuso sino que se acercó a su vida, se interesó por ellos, les acompañó, les escuchó y fue dando respuesta a sus interrogantes, reavivando su esperanza.

● Es Jesús quien sale al encuentro de estos dos discípulos desesperanzados que habían dado la espalda a Jerusalén y al testimonio de quienes lo anunciaban vivo.
● El proceso de reconocimiento, el proceso de recuperar la esperanza es largo.
● El paso del reconocimiento de Jesús como profeta al conocimiento de Jesucristo como Señor es laborioso, exige morir a los propios criterios, a las propias interpretaciones para renacer a la esperanza verdadera. Los dos Apóstoles conocían los hechos pero carecían de la inteligencia para interpretarlos.
● El primer paso para llegar al conocimiento de Jesús es la inteligencia de la Escritura.
● Ellos no negaban que Jesús hubiese sido un gran profeta, pero su muerte violenta, su final no cuadraba con las ideas que se habían hecho del Mesías. Por ello Jesús ha de decir: “¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas”!
● Ellos han de reconocer su ignorancia y abrirse a la totalidad de la Escritura bajo la guía de un verdadero conocedor de las Escrituras, Jesucristo, que es quien purifica y hace renacer la esperanza.
● El salto a la fe pide que han de abandonar las expectativas humanas y adherirse a la persona de Jesucristo, el ausente siempre presente.
● Los ojos de los discípulos estaban cerrados.
● Llegados al final del camino el desconocido aparenta que ha de continuar el camino. Y los discípulos le fuerzan a que se quede con ellos: “¡Quédate con nosotros!”.
● Es la súplica de los que han superado la noche y empiezan a encontrar la esperanza.
● En la intimidad de la casa, en la cordialidad de la cena, evocando la última cena y la multiplicación de los panes Jesús realiza el gesto característico de su vida. Jesús se da en el pan partido. Los ojos se les abrieron, el gesto de Jesús quita el velo que les impedía reconocerlo. Aquellos hombres descubren la auténtica esperanza de una forma sorprendente para ellos.
● Y en el preciso momento en que lo reconocen desaparece. Ello no es motivo de tristeza como fue la muerte en la cruz. Han reconocido al viviente, se han encontrado con Cristo vivo y eso es suficiente.
● Ahora hacen juntos profesión de fe: “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. La fracción del pan, el memorial de la Pascua ilumina, hace brotar la luz en las tinieblas del corazón, hace renacer la esperanza. La fuerza del resucitado se apodera de ellos y los pone en camino para que den testimonio del resucitado.
● El reencuentro, el reconocimiento de Jesús recrea la esperanza y los lanza a dar testimonio de Jesús.
● Antes que los dos de Emaús puedan contar su propia experiencia han de escuchar la voz de los once que dicen: ”El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón”. Por parte de los dos discípulos al contar su propia experiencia enriquece la fe de la comunidad apostólica, la experiencia creyente compartida enriquece a los demás.
● La fe es siempre una experiencia personal pero para que sea auténtica ha de coincidir con la fe de los doce.

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