(A)
La fiesta del Jueves Santo está íntimamente relacionada con el Amor.
Por una parte, el Amor Fraterno. En aquella cena Pascual que Jesús celebró con sus íntimos amigos los apóstoles –el primer Jueves Santo de la Historia- Jesús nos habló del Amor y nos dejó su Mandamiento: “AMAOS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO”.
Es necesario que, quienes nos llamamos cristianos, porque creemos en Jesús; quienes nos consideramos cristianos, porque intentamos seguir a Jesús en nuestra vida, “nos esforcemos por vivir el Mandamiento del Amor”, ya que si nos amamos, nos dice Jesús, “somos verdaderos seguidores suyos”.
Hoy, Jueves Santo, y todos los días de nuestra vida, los cristianos tenemos que concienciarnos individual y colectivamente: A) De la necesidad que tenemos de AMARNOS: no tanto con palabras, sino con obras y de verdad. B) De la necesidad que tenemos de AYUDARNOS y de COMPRENDERNOS, como Cristo ayudó y comprendió siempre a quienes necesitaban ayuda y comprensión. C) De la necesidad que tenemos de COMPARTIR lo que somos y lo que tenemos: nuestra fe, nuestra alegría, nuestra ilusión, nuestra generosidad, nuestro tiempo. D) De la necesidad que tenemos de PERDONARNOS: unos a otros cuando nos ofendemos, como señal de amor.
Pero hoy, además de ser el día del Amor Fraterno, es también el día del AMOR DE CRISTO, que en una tarde como ésta, hace 2000 años, nos amó hasta el fin. Y Cristo nos manifestó su amor de muchas maneras:
Cristo nos manifestó su amor con AMOR. Por amor: acogía y perdonaba a los pecadores, curaba enfermos, ayudaba necesitados, defendió a la mujer adúltera, perdonó a sus propios verdugos.
Cristo nos manifestó su amor con PALABRAS CARIÑOSAS: llama a sus discípulos “amigos, hijos”; les hace recomendaciones como un padre o una madre que se preocupan por sus hijos; les invita a vivir “unidos a Él”, como el sarmiento está unido a la vid.
Cristo nos manifestó su amor con GESTOS. Muchas veces en la vida acudimos a los gestos, porque los gestos, a veces, expresan más que las palabras. Y el gesto más importante de Jesús, en esta noche del Jueves Santo, es el lavatorio de los pies: un servicio propio de esclavos. Y es que Jesús quiere ser, no sólo maestro, hermano, amigo, sino esclavo nuestro.
Cristo nos manifestó su amor con PROMESAS. Jesús nos promete la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Jesús nos promete la alegría: “Se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría”.
Agradezcamos a Jesús todo lo que por nosotros ha hecho por AMOR y aprendamos de Él a amar, a comprender, a perdonar.
(B)
Al lavar los pies a sus discípulos –gesto de humildad y de servicio- Jesús nos está diciendo y enseñando lo que debe ser y hacer un cristiano.
Cristiano es: el que sirve a los demás; el que se despoja y da incluso de lo que él necesita; el que se pone a los pies del hermano, incluso del enemigo; el que ama, el que ayuda, el que escucha, el que comprende, el que perdona.
La gran revelación de Jesús sobre Dios, es decir, lo más importante que Jesús nos dijo sobre Dios: no es que Dios existe, sino que nos ama; no es que Dios es Dios, sino que es nuestro Padre; no es que Dios es todopoderoso, sino que es misericordioso; No es que Dios es un Dios lejano, que está en el cielo, sino que es un Dios cercano, que está dentro de nosotros.
Por eso, el mayor dolor de Dios es no poder amar a todos los hombres a quienes ama, porque no todos los hombres se dejan amar por Dios. Así como el mayor dolor de Cristo fue no poder amar a Judas, que dio la espalda al amor de Jesús.
Si el amor de Dios a los hombres es lo más importante del mensaje de Jesús, lo más consolador de nuestra fe, debe haber –por parte nuestra- una respuesta de amor a los demás.
¿Qué hacemos nosotros por los demás, especialmente por los más débiles, por los indefensos, por los más necesitados? ¿Rezar por ellos? ¿Compadecernos de ellos? ¿Echar la culpa a los poderosos, a los ricos? ¿Decir que tiene que ser así?
¿Qué hizo Cristo? Abrir su corazón y ayudar a los más necesitados; compartir las necesidades de los demás; defender a los más débiles; perdonar; servir.
En este día de Jueves Santo, de tanto contenido y significado para los cristianos, renovemos nuestro deseo sincero de amarnos unos a otros como Jesús nos amó.
(C)
Cuando muere un pariente muy querido o un amigo íntimo, el recuerdo de aquel ocupa nuestra mente. Una y otra vez nos gusta pensar en esta persona. Nos gusta recordar las pequeñas cosas que parecían ser características de él o de ella.
Empezamos a recordar palabras y cosas que nos había dicho.
Recordamos señales de afecto. Y una cierta tristeza se mezcla en nuestro pensamiento, cuando recordamos los últimos momentos, las últimas horas, y apreciamos de una manera especial las últimas palabras, el mensaje final. Para nosotros todo esto es muy importante, y buscamos algo que nos recuerde a la persona querida, recuerdos entrañables avivados por éste o aquel objeto.
Lo revolvemos todo buscando cartas, y con frecuencia, éstas hablan después de la muerte de una manera más incisiva y directa que en vida.
Seguro que esta clase de experiencia la conocemos muchos, y ésta es la experiencia que la Iglesia vive en estos días que llamamos Semana Santa; la persona querida es nuestro Señor Jesucristo. En nuestros cantos, en nuestra oración, en la liturgia en general, vamos repasando estos importantes acontecimientos y sus últimas palabras.
Hoy, Jueves Santo, recordamos la Institución de la Eucaristía, aquella ocasión en la que tomó pan y lo transformó en su Cuerpo, tomó vino y lo transformó en su Sangre. Esta verdad requiere de nosotros FE, y esta fe es él quien nos la da. Es necesaria la humildad, para que nuestra mente reconozca que lo que era pan, ahora es su Cuerpo, y que lo que era vino ahora es su SANGRE. Nuestro acto de fe en esta gran verdad necesita ser renovado constantemente e irse cultivando.
Y en este día del Jueves Santo, recordamos también, un gesto que es expresión de su amor.
Jesús quiso a sus discípulos. Y, ahora que está a punto de dejarles, quiere ofrecerles un recuerdo: un gesto simple, que corre el riesgo de pasar inadvertido: se pone a lavar los pies a sus discípulos. Como diciéndoles que el amor no consiste en grandes gestos; al contrario, muchas veces se traduce en pequeñas muestras, humildes y sencillas. El gesto de Jesús significa eliminar toda barrera o diferencia para ir hacia las personas con el amor más fraterno, para arrodillarse a sus pies y estar disponible para los quehaceres más humildes.
Ante semejante cuadro, nosotros corremos el riesgo de ser como Pedro: de escandalizarnos y reaccionar indebidamente.
Entonces, como Pedro, también nosotros tenemos necesidad de ese reproche dulce: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.
Que es como decirnos: Si no aceptas este modo de obrar, si no entras en esta mentalidad, no puedes llamarte cristiano, no puedes ser mi discípulo.
Jesús, está realizando sus últimos gestos. Juan, afirma que, habiendo llegado la última hora, el Maestro quiere dar una muestra de amor supremo a sus amigos. Su muestra está toda ella aquí: es la lección de humildad, es la afirmación de que la vida vale solamente si se pone al servicio de los demás.
Tal es el sentido de las palabras y del mensaje que Jesús deja a sus discípulos y a todos nosotros: “¿Entendéis lo que he hecho? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo para que hagáis vosotros como yo he hecho”.
Muchos andan buscando sentido a sus vidas, porque no saben qué hacer, ni cómo emplear el tiempo. Muchos, por suerte, han comprendido la grandeza del ejemplo de Jesús. Basta abrir los ojos a la realidad, estar atento al que pide, estar disponible al que lo necesita.
Jesús trazó ante Pedro el camino a su Iglesia y a todos los que quieran entrar en ella: una Iglesia llamada a gobernar sirviendo y a predicar amando.
(D)
Hoy Jesús, con el gesto de quitarse el manto y ceñirse la toalla, rehace la encarnación: se despoja de su rango, se abaja, se hace siervo siendo de condición divina. Este es el marco en el que el evangelista Juan sitúa la primera Eucaristía: un marco de servicio, de entrega, de abajamiento. El pan que Jesús reparte no es el pan que tiene, no es lo que tiene; reparte lo que es; se reparte. No reúne a los suyos para repartir la herencia de sus bienes. Los reúne para repartirse como único bien. Para poder repartirse hace falta hacerse poco, bajarse de los pedestales…
En el Evangelio todo queda trastocado; se da la vuelta a todo. Son llamados bienaventurados los que lloran; son «señores» los que sirven.
Pedro es llamado al orden: «O te dejas lavar los pies o no tienes parte conmigo». Quizá esas resistencias que tenemos a que el otro se haga pequeño delante de nosotros y nos sirva es reflejo de las resistencias que tenemos nosotros a hacernos pequeños. El hecho de contemplar al Señor haciéndose siervo es una continua denuncia a nuestros modos de proceder como «señores».
¡Qué dentro tenemos el que «los de arriba» tienen que ser servidos, que no tienen que hacer determinadas cosas…! Recuerdo aquel hecho que me contaron de una determinada comunidad en la que cuando acudieron al superior para pedirle un favor, él contestó: «Esas cosas no son propias del superior». No era propio del superior atender el teléfono, ni sustituir a un hermano en la capellanía, ni dar un recado… Mandar, tener un cargo de responsabilidad era, parece, incompatible con servir. Hoy se nos recuerda que la entrega hasta el extremo comienza por entregas normales, ordinarias, muy cercanas y cotidianas.
Hoy se nos habla de hacernos siervos de los demás…
Expresiones: «Con los niños no podemos hacer lo que queremos…», «ahora somos esclavos de los hijos, nos ocupan todo el tiempo…», etc.
«Servir» a alguien es cambiar la vida, cambiar de ritmo de vida,
no poder disponer de ella, entregarla. Cuando este cambio se hace por amor, no pasa nada, mejor, sí pasa algo: en el cambio
está la felicidad. Cuando es obligado y no hay amor por medio,
servir no es amor, sino esclavitud, sufrimiento insoportable. Pensando sólo en lo que es mío no se llega a madurar ni a ser
persona madura. Sólo se llega a cotas altas de egoísmo.
Los papás con el niño pequeño, al salir de casa tienen que adivinar lo que les hará falta durante el paseo que den: el agua, el
biberón, los pañales, el jersey… El amor mira hacia el futuro para
que el otro tenga vida. El amor tiene «gran angular».
El amor no da porque busque respuesta; da porque es respuesta.
La primera Eucaristía la presenta Juan como el momento en
que Jesús cambia de traje y se pone «en traje de faena», con mandil, con trapo de limpiar en la mano, con toalla de servicio, con escoba y recogedor…
¿Qué pasaría si hoy todos los sacerdotes en todas las misas
salieran vestidos con un mandil, con una toalla en la mano, con el
trapo de limpiar y la escoba…?
Hoy queda establecido para los seguidores de Jesús que «lo que él hizo no es un ejemplo que nos dio; es una norma de comportamiento que inauguró»: para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis. Ser seguidor de Jesús conlleva un comportamiento de lavar los pies.
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