Vía crucis 2017
Por Javier Leoz
1ª estación: Jesús entregado a muerte
Jesús se entrega, libre y gratuitamente, porque al hombre desea salvar. ¿Salvar? ¿De qué? ¿De quién? Se pregunta el hombre contemporáneo. Tal vez, en primer lugar, de nosotros mismos. Nunca ha estado tan expuesto el hombre a su propia destrucción como hoy y ahora: el hombre a manos del propio hombre. “No tenemos más rey que al César”, gritan los que desean a Dios lejos de todo y fuera de todo escenario. Un Dios vencido y silenciado. Pero Jesús, una vez más, se ofrece en cuerpo y alma por causa de la verdad. ¿Estamos dispuestos a ser portavoces de la verdad de Dios o sólo de las medias verdades del mundo?
2ª estación: Jesús cargado con la cruz camino del calvario
En la cruz, camino del Gólgota, inicia LA VERDAD una peregrinación de sufrimiento aún poseyendo la totalidad del poder. En el madero, tan inmenso como son los pecados del mundo, van como peso añadido nuestras personales cruces. ¿Quién ha dicho que no existe ya la cruz? A Jesús no le molesta, hiere o le lastima el abundante madero. Lo que no soporta es nuestra indiferencia o nuestra falta de corazón. Nos mira y, a veces, nos halla tan distraídos en los castillos de naipes levantados por el mundo, que no le damos opción a seducirnos con el colosal afecto que arrastra, con la gran verdad que nos proporciona: su amor.
3ª estación: cae el Señor en tierra por primera vez
En la noche de Navidad, el Señor, cayó desde el cielo. En esta tercera estación Cristo nos alecciona en su verdad de hombre y Dios a la vez: se desploma en la tierra. Besa, con rodillas y rostro, el suelo sobre el que se desliza astillándose la cruz redentora. ¡Qué gran verdad encierra su humanidad! Es como nosotros en todo, incluso derrumbándose físicamente, pero animándonos a levantarnos cuando la mala suerte o las dificultades de la vida asoman en un cruel vía crucis en medio del bienestar de nuestra vida. Verdad ¡Cien veces verdad! Cristo en el suelo y nosotros empeñados en permanecer siempre en alto. Instalados en la cumbre más que en el simple llano
4ª estación: Jesús encuentra a su Madre camino del calvario
Aquella que en el primer ángelus de la historia exclamó “aquí está la esclava del Señor” se hace confidente, cercana y nuevamente sierva en la vía dolorosa. Con dolor, trajo Santa María al mundo al mismo Dios, y con padecimiento entrega repetidamente a la humanidad al que llevó en sus entrañas. ¡Qué gran verdad y qué gran misterio! María, la sierva, arrulla de nuevo con sus ojos al que siendo un día niño lo estrechó entre sus brazos. María, la mujer con amor de madre, alienta con sus besos al que, siendo pequeño, tantas veces le hizo saber cuál era el precio del amor: sufrir para amar, amar resistiendo y perseverar por la verdad suprema.
5ª estación: Jesús ayudado por el Cirineo
En la soledad, Jesús, se hizo presente en el mundo. Con la cruz, sin más fuerzas que las suyas avanza y se deja la piel en el camino del calvario. Su humanidad, una vez más, nos conmueve: ¿Dónde está el Cirineo? ¿Quién auxiliará a Cristo con su cruz camino del calvario? Cristo, desde su humanidad, nos reclama ayuda. Su palabra y su obra, su reino y su verdad necesitan de cirineos. Personas que quieran arrimar el hombro a su misión. Hombres y mujeres que, por delante o por detrás, no les importe empujar a esa gran cruz que en el horizonte nos dice algo que necesitamos escuchar: aquí está clavada la verdad. ¡Cuánto molesta la VERDAD a algunos!
6ª estación: La verónica limpia el rostro a Jesús
La debilidad de Cristo se encuentra con la humanidad compasiva. Verónica es aquel que contribuye con pequeños gestos a cicatrizar heridas y contiendas. Verónica somos aquellos que, más allá de nuestras seguridades, saltamos al encuentro de los numerosos cristos que son abofeteados y ridiculizados por defender la verdad o por no someterse a los dictados caprichosos de un mundo sin Dios. Verónica, antes que el egoísmo, es el abrazo que se comparte, la mano que se ofrece y el deseo de limpiar el rostro de una sociedad decadente con el pañuelo de la verdad de la fe. ¿Cierras heridas? ¿Las curas o las abres todavía más? Eh ahí el secreto: abrir o cerrar heridas para conocer si somos verónicas en la vía dolorosa de nuestra sociedad.
7ª estación: Jesús cae en tierra por segunda vez
¿De nuevo caes, Señor? ¿Cuántas veces serán necesarias que te humilles para que el hombre reconozca tu señorío y tu riqueza en medio de tu aparente pobreza? No nos gustan las caídas, Jesús. Preferimos los cerros y el poder. Añoramos, exaltamos y cuidamos los cuerpos. Los soñamos sin arruga alguna. Nos infunde temor el amor con sacrificio. La entrega con esfuerzo. La obediencia en silencio. En el fondo, Señor, tú caes para recordarnos una gran verdad: Dios se encarnó para alcanzar a la humanidad y caerás tantas veces cuantas sean necesarias para indicarnos que, en la pequeñez, es donde se da con la puerta que conduce a la eternidad. ¡Qué gran verdad, Señor!
8ª estación: Jesús habla a las mujeres de Jerusalén
¡Palabras y palabras! ¿Y las obras? Llora el mundo y, a veces, ya no sabe ni porque llora. Pero ¿es que todavía solloza la creación? ¿Gime el hombre por el sufrimiento de otro hombre? ¿”No lloréis” nos dices tú? ¿Cómo no agradecerte tu irrupción en la tierra para traernos un poco de esperanza? ¿Cómo no asombrarnos ante un Dios humillado? ¿Y todavía nos dices que no lloremos, Señor? Deja que, nuestra pobre vida, la crucifiquemos junto a tu pesado madero. Deja, Señor, que nuestros lamentos –a veces interesados y artificiales- queden al descubierto por la gran verdad de tus palabras y de tu vida ofrecida hasta las últimas consecuencias. Déjanos, Señor, consolarnos con tus consuelos. ¡Nos cuesta tanto mostrar nuestros sentimientos, Señor!
9ª estación: cae el Señor en tierra por tercera vez
La gran verdad de Dios es que se hizo hombre por salvarnos. Y, la veracidad del camino del calvario, es que Cristo cae para que el hombre no se derrumbe indefinidamente. ¿Tres veces, Señor? Tres veces fuiste tentado por el maligno. Tres veces fuiste negado por el mejor amigo. Pero, a la tercera, después de tres días Señor te levantarás definitivamente y triunfalmente. Porque, aún cayendo, sabemos que la vida es más fuerte que la muerte. Porque, aún ocultando el leño tu rostro de hermano, sabemos que nunca la mentira es más larga que la túnica de fiesta que nos aguarda después del tercer día de tu muerte. Una vestidura de Pascua, Señor, para los que miran hacia el cielo y no se desesperan.
10ª estación: Jesús despojado de sus vestiduras
Desnudo Señor viniste al mundo; desnudo en un pesebre. Desnuda fue la noche en la que naciste; sin grandes cortejos ni acogidas triunfales. Desnudo, una vez más, y ahora además humillado. ¿Por qué, Señor? ¿Es necesario tanto despojo y pobreza para exponernos los quilates del amor del cielo? Cuánto nos cuesta, Jesús, vivir con lo imprescindible, justo y necesario. Decimos creer en ti, pero nuestra propia verdad es que preferimos como compañía a la señora riqueza. Decimos pensar en ti pero nuestra debilidad es que constantemente te desnudamos y te dejamos invisible cuando no presentamos nuestra cara por ti, cuando nos dejamos embelesar por escaparates de mil colores y descuidando el resplandor de la verdad de nuestras almas. ¡Arrópanos con tu desnudez, Señor!
11ª estación: Jesús es clavado en la cruz
No son los clavos que horadan el cuerpo agotado de Cristo sobre la cruz lo que más sangra su cuerpo. A veces, la indiferencia, duele más que el propio odio. ¡No crucifiquemos por más tiempo a Dios con nuestra apatía! Dejemos, ya y desde ahora, ser puntas que convierten a Cristo en una Verdad inmovilizada en medio del mundo. Jesús, amarrándose al madero, reclama un poco de voluntad por nuestra parte. En esos clavos, se sostiene nuestra propia libertad, el peso de nuestras cobardías y perezas, de nuestros silencios y vergüenzas. Sí; en esos clavos que traspasan pies y manos, está el secreto y la Verdad de un Dios que se postra y se desgarra en la señora pobreza: su pasión por el hombre. ¡Qué gran Verdad crucificada!
12ª estación: Jesús muere en la cruz
La verdad es para todos. Pero, no siempre, la verdad es acogida ni aplaudida por la multitud. Desde la cruz expira Aquel que, para todos nació, creció, multiplicó el pan o levantó de la muerte al mejor amigo. Ahora, la Verdad, guarda silencio. Duerme. Ha expirado pero germinará. Qué distinta, la verdad que muere en la cruz, a la verdad que maquillamos a nuestro alrededor: la mentira presentada como gracia; la muerte del no nacido elevada a rango de ley o de conquista retorcida en un falso progresismo. ¡Cuántas mentiras alzadas como estandarte! ¡Cuántas verdades silenciadas, perseguidas, maltratadas, vilipendiadas! Esto no es nuevo. Jesús, fuente de la verdad, callaba, musitaba, pedía agua, rezaba… expiraba.
13ª estación: Jesús en los brazos de la Virgen María
Los brazos que se sobrecogieron ante el anuncio del ángel; los brazos que buscando comprensión abrazaron el rostro afable de San José; los brazos que se levantaron en un jubiloso canto del magníficat; los brazos que se estremecieron ante el cerrazón de las posadas en Belén; los brazos que, en la noche más estrellada de la historia, a Jesús en una cueva recibieron….se abren universalmente, al pie de la cruz, y toman al que cae en una entrega definitiva y final por nosotros. ¿No hay más brazos que los de la Virgen? ¿Dónde los de aquel que prometía “daré mi vida por ti”? ¿Dónde los de aquellos que se saciaron con el pan multiplicado? ¿Dónde los que fueron sanados, resucitados, liberados o consolados? María, con sus brazos, es la Iglesia que engendra a los hijos de Dios, los introduce e instruye en una gran verdad: la resurrección de todos ellos
14ª estación: Jesús es puesto en el sepulcro en espera de la resurrección
Descansa, Señor. Tu esfuerzo de redención, necesita reposo. Como la uva que se desgarra en el lagar, es necesario que te revistas de sabor a fiesta y de definitivo triunfo. Sí; descansa, Jesús. Tres veces has caído, pero a la cuarta, será la vencida. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni duelo. La corona de espinas se trazará en otra de gloria; tu túnica, echada a suertes, aparecerá ahora tejida en un blanco resplandeciente. Sí; Señor. Descansa. Porque, aunque al tercer día resucites, te necesitaremos más que nunca para despertar mentes torcidas y avivar corazones envilecidos por el maligno. Si; Señor. Descansa…desciende al sepulcro. Seremos tus centinelas aguardando una mañana de luz esplendorosa y con anuncio de un futuro lleno de vida. Que, cuando vuelvas, tu gracia nos baste para no renunciar a la gran verdad que tu suerte nos trae: resucitaremos. En ello, por nuestra fe, creemos y confiamos. Amen
ORACIÓN FINAL
CUÁNTAS COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ
Cesan los griteríos,
¿Dónde están sus amigos?
No se escuchan los cantos,
¿Dónde las palmas, músicas y los júbilos?
No hay milagros aparentes
¿Dónde la fe de los que fueron favorecidos?
CUÁNTAS COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ
Soportas nuestros sufrimientos
Aguantas nuestros dolores
Cuelgan de ti nuestros pecados
Depende de ti la mañana radiante de la Pascua
Cargas, en tu agrietada madera,
nuestra existencia, a veces, cómoda y vacía
CUÁNTAS COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ
Dios se hace solidario con nosotros
Vive, lo que nosotros viviremos
pero, por la muerte de Jesús en ti, cruz
un día nos levantaremos en triunfo definitivo
Agradecemos tu amor, oh Dios
Bendecimos la Santa Cruz de Cristo
pues, bien sabemos que en y por ella
nos vino el fruto de la Redención.
Amén.
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