1. Jesús empieza con las bienaventuranzas el sermón de la montaña, con el que inaugura la llegada del reino. Este discurso no es ley ni código ni norma moral: es evangelio, anuncio gozoso de las condiciones para seguir a Jesús y ser discípulo creyente. La constitución básica del cristianismo radica en el sermón de la montaña (lugar de la presencia de Dios), a partir de las bienaventuranzas. Lo pronuncia Jesús sentado, en actitud de enseñar.Con demasiada frecuencia, y de un modo superficial, nos hemos basado en los mandamientos como normas legales y morales. El cristianismo no es radicalmente una ética, aunque la supone; es una mística.
2. Se ha dicho, y con razón, que las bienaventuranzas son el tesoro espiritual más puro de la humanidad; la respuesta, desde el evangelio y desde Cristo, a nuestra necesidad esencial de felicidad. Pero las bienaventuranzas dicen taxativamente que son «dichosos» los pobres y los perseguidos.
Las bienaventuranzas son cristocéntricas (Jesús es el bienaventurado), escatológicas (de aquí y del final), paradójicas (no se entienden sin la fe) y universales (fundamentan la nueva creación). Los pobres son dichosos en presente (a pesar de sus sufrimientos), en futuro (habrá justicia plena) y en pasado (se han cumplido en Jesús, plenamente dichoso como resucitado).
3. Las bienaventuranzas no van dirigidas a individuos aislados o solamente a una «élite» de consagrados, sino a todos los creyentes, discípulos de Jesús, que forman la Iglesia. Son eje y directriz de la Iglesia. Constituyen lo más esencial del programa del reino y reflejan un nuevo modelo de persona y de comunidad. Aunque son difíciles de cumplir, pueden ser vividas en comunidades de gente sencilla y radicalmente evangélica, es decir, en la «Iglesia de los pobres». Así como Lucas habla en sus bienaventuranzas de situaciones, Mateo recalca las actitudes.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Queremos ser de verdad felices según las bienaventuranzas o según otra escala de valores?
¿Dónde se encuentran hoy los bienaventurados?
Casiano Floristán
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