29 diciembre 2016

Homilía (Santa María, Madre de Dios)

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Agenda en blanco
Hoy se nos pide devolver el diario viejo que hemos utilizado el año pasado, con páginas garabateadas unas veces de acontecimientos que gusta recordar, otras de sonoros fracasos. Hoy es día para depositar ese diario ya viejo en las manos de Dios y recibir como regalo otro con 365 días todavía en blanco. Situar el comienzo del año el 1 de enero es algo arbitrario jado para el mundo occidental en la Edad Moderna. Otras civilizaciones eligen otras fechas. Al recibir la agenda todavía en blanco, tomemos conciencia de la incertidumbre de nuestras vidas todavía necesitadas de ser escritas. ¿Qué nos traerá en nuevo año a nosotros, a nuestras familias, a la humanidad?

Situado el comienzo del año en la octava de Navidad, lo acompañan dos celebraciones: la esta de Santa María que, siendo Madre de Dios, se nos ha dado como Madre que nos cuida; y la Jornada Mundial de la Paz, plenitud de los dones de Dios, que se nos confía al mismo tiempo como tarea.
La bendición, don y tarea
Los cristianos comenzamos el año con María y pedimos la paz, celebramos la paz, discernimos cuáles son los caminos que hoy conducen a la paz, nos comprometemos en la construcción de la paz.
No existe en la Biblia un texto más significativo para comenzar el año que la bendición de Números que los sacerdotes judíos recitaban diariamente mañana, mediodía y noche con las manos extendidas sobre el pueblo. Cuando en la inseguridad nos disponemos a cruzar el puente a la otra orilla, nos consuela escuchar que la bendición de Dios se derrama hoy triplemente sobre todos nosotros:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor;
el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
El primer fruto de la bendición de Dios es la protección. Dios acompaña y protege nuestros pasos. El segundo fruto es que Dios se vuelve, y al vernos, se le ilumina el rostro con su ternura; el tercer fruto es la paz, shalom, plenitud de todos los dones Atravesamos el puente del nuevo año con la bendición de Dios que transforma nuestra incertidumbre y miedo en paz.
La paz es un don de comunión. Reconciliación conmigo mismo (perdón), con Dios (filiación), con los seres humanos (fraternidad y justicia), con nuestra Tierra (creación). La paz se recibe. ¡Paz a vosotros! Es el saludo pascual y eucarístico. El creyente es una persona agraciada, reconciliada y agradecida. El don nos deja sellados para la tarea de ser artí ces de la paz: “Felices los que trabajan por la paz, porque a esos los llamará Dios hijos suyos”. Paz es don y tarea.
Jornada Mundial de la Paz
En diciembre de 1967 el Papa Pablo VI se dirigió a todos los cristianos y personas de buena voluntad, invitándolos a dedicar el día primero del año a orar, discernir y activar en cada momento el bien de la paz. 50 años en que los Papas han formulado en un mensaje de primero de año un lema que recoge algún aspecto concreto sobre los que se construye la paz en cada situación histórica. Prestaremos atención al mensaje del 1 de enero de 2017: «La No-Violencia: un estilo de política para la paz» Atentos a esta perspectiva concreta que nos propone el papa Francisco, podemos recordar algunos rasgos de la paz.
Rasgos de la paz
La paz es un estado humano positivo de plenitud. No es algo negativo. “La paz no es la mera ausencia de guerra, ni se reduce sólo al equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia” (Vat II, GS 78). Sería cínico pensar que existe paz donde hay estructuras de pobreza, hambre y exclusión; o vulneración de derechos humanos; o culturas que legitiman odio y violencia; o diversas clases de violencia directa.
La Paz con mayúscula nunca se alcanza, es el horizonte que moviliza un perpetuo quehacer en que cada día podemos ir construyendo paces (con minúscula) aunque sean imperfectas. La Paz es el don final supremo, pero nuestro camino está empedrado de paces. Constituyen la cultura (cultivo) de la paz.
La paz es un quehacer indivisible. No es posible promover la paz en el gran escenario mundial sin buscar la paz en nuestro entorno social: en la escalera de la casa, en la familia, en el trabajo, en la Iglesia. Pero tampoco es posible al revés: que consideremos, como ciudadanos o incluso cristianos, que no es lo nuestro lo que ocurre más allá de la puerta de casa. Muchas veces nos falta información e interés por lo que sucede más allá de las cortas fronteras mentales.
Trabajar por la paz es el arte humano y creyente de tender puentes cuando se quiere levantar muros o dicho con un término de gran peso religioso, es reconciliar. Pablo utiliza esta expresión para reflejar el asombroso misterio de Cristo y nos invita a ser “servidores de la reconciliación”.
Jesús Mari Alemany Briz, S.J

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