11 diciembre 2016

Domingo III de Adviento

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La pregunta de San Juan Bautista a Jesús hace más de dos mil años puede centrar perfectamente nuestra reflexión a día de hoy, en pleno siglo XXI. 
JESÚS ¿ERES TU QUIEN PUEDE SALVARNOS O TENEMOS QUE ESPERAR A OTRO?

Basta ojear cualquier periódico, escuchar alguna radio o ver un telediario para considerar perfectamente justificada la pregunta. 

Hambre, ignorancia, violencia de género y de no género, asesinatos, ludopatías en niños de 14 años, comas etílicos en niñas de 12 años, corrupción en los gobernantes, abortos, infidelidades matrimoniales, abusos sexuales sobre niños de 3 años, acoso escolar hasta con sadismo, maquiavelismo en los políticos, empleo sistemático de todo tipo de sofismas con total olvido de la verdad, exhibicionismo enfermizo de acciones brutales a través de las redes sociales, pesimismo generalizado, etc. etc. son los ingredientes de la mayor parte de las informaciones.

Un texto de la famosa literata del siglo XX Virginia Woolf es especialmente significativo por su tremendismo. “Uno no puede traer hijos a un mundo como este; uno no se puede plantear perpetuar el sufrimiento”.
Tal es el desastre, que por todas regiones de España y del mundo se habla de los populismos como actitudes tendentes a destruir el sistema actual junto a la pretensión de ser la salvación del caos que domina toda la tierra. Hoy surgen por todas partes “salvadores”, redentores de la humanidad, profetas de nuevos tiempos.
¿Tenemos que esperar a “esos salvadores”? ¿Son esos los verdaderos salvadores de la humanidad?
Es la pregunta que domina los informativos de todos los países de derechas, de izquierdas, de centro, ricos, pobres, medianos. 
¿Se deberá esto a que los cristianos, en todas sus diversas formulaciones, protestantes, católicos, ortodoxos, no hemos sabido ofrecer al mundo al verdadero y único Salvador de verdad? ¿Le habremos presentado tan mal, que la humanidad espantada anda preguntando por “otro” salvador? 
Si leemos y releemos el Evangelio en profundidad, sin prejuicios de ningún tipo, todos tendremos que confesar que el Evangelio no ha fracasado porque en realidad el Evangelio de Jesús, no el que los diversos cristianismos han, hemos, medio inventado, ESTÁ TODAVÍA POR ESTRENAR.
El mensaje de las bienaventuranzas ni lo hemos olido a distancia. Los bienaventurados de Jesús siguen estando ausentes en las valoraciones de la civilización contemporánea. Sin embargo, aquellos considerados y VALORADOS como desgraciados en el imperio romano siguen siéndolo llenando nuestras calles y plazas en la “tenida” como civilización cristiana. Los débiles siguen siendo débiles, menesterosos, ninguneados y, en muchos casos, hasta repudiados. 
Aquel precepto que debía distinguirnos a los cristianos, el del amor, “amaos los unos a los otro…en esto conocerán que sois mis discípulos”, lo hemos convertido en pleno siglo XXI en el gran ideal de los pueblos bárbaros: armaos, armaos hasta los dientes los unos contra los otros.
La familia, que en el proyecto de Dios es la patria del amor más entrañable, creador de nuevas vidas, ha quedado reducido, en muchas ocasiones y legislaciones, en “contactos de capricho”, muchas veces ni siquiera contratos por despecho hacia los documentos considerados como “los papeles”, que acaban convirtiéndose en decadentes nidos de víboras donde cada uno va a lo suyo sin pensar en los demás, como no sea para aprovecharse de ellos. A cualquier cosa se le llama amor con tal de camuflar posturas de sumo egoísmo en las que las estratagemas, pasiones, mentiras e intereses están a la orden del día. 
La sociedad, en lugar de una agrupación de centros de vida y desarrollo posibilitando la consecución del “Bien Común”, sigue siendo, como en los peores tiempos de la brutalidad bárbara, el feudo donde los poderosos se nutren de dinero y placeres de los súbditos, ahora llamados ciudadanos libres, pisando a quien sea necesario cuando lo exijan sus egoístas proyectos. 
La vida, lejos de ser contemplada como en el proyecto de Dios, como un caminar hacia nuestro definitivo destino en la casa del padre, es muchas veces, demasiadas veces, considerada como la única oportunidad que se ofrece para vivir a tope sin pensar en trascendencia alguna. 
La muerte, lejos, tremendamente lejos de la idea cristiana que la transforma en la puerta a la vida definitiva, se sigue manifestando con su aspecto trágico, propio del paganismo, como la justificante para una vida desenfrenada dispuesta a aprovechar todas las oportunidades para el desenfreno más aniquilador, hasta físicamente. 
Las grandes virtudes como la justicia, la prudencia, la fortaleza, la templanza se desprecian como elementos que recortan la libertad y la grandeza del ser humano. Esas virtudes que ya un pagano, pero un hombre sabio si los hay, Platón, las consideraba como los “cardos” los goznes, las bisagras sobre las que debe girar la vida humana, la vida racional, y que el cristianismo las valoró como “virtudes cardinales”, son las grandes ausentes en el quehacer humano, si es que así se le puede denominar a la barbarie que padecemos.
No es una visión pesimista la que estamos teniendo. Está plenamente justificada desde cualquier medio de información de los que nos llegan todos los días .
Para un cristiano consciente puede ser la visión más esperanzadora, más alentadora si en lugar de desesperarnos y rasgarnos las vestiduras o enfadarnos por una posible tendenciosidad en el diagnóstico, recordamos el mensaje del domingo pasado: NADA ESTÁ PERDIDO, SI SOMOS CAPACES DE ARREPENTIRNOS DE NUESTRAS OMISIONES O COMISIONES Y NOS CONVERTIMOS AL EVANGELIO, si nos acercamos a Jesús y entendemos el sentido profundo de la contestación de Jesús a los emisarios del Bautista: “los cojos andan, los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan”, es decir, todo cambia con mi presencia, todo puede enmendarse radicalmente, todo tiene solución satisfactoria si sabéis contémplame como lo que soy: el SALVADOR del mundo. “Yo para eso he venido, para que tengáis vida y vida abundante” 
Jesús es la Resurrección; nos resucita y por eso es también la vida, la nueva vida que nos ofrece a partir de la resurrección de nuestra muerte moral, espiritual. Sobre esta idea volveremos. Dios mediante, el próximo domingo.
Seamos conscientes de que Jesús tiene mucho que decir en favor del verdadero progreso de la humanidad. No hay “remedio” que pueda igualarse con el amor que Él nos propuso como elemento vertebrador de todas las relaciones humanas. El amor es el único que puede abrir de verdad las puertas de la esperanza a nuestra dolida humanidad, tan poco humana. Pensemos en Jesús. Comprometámonos con Él. AMÉN.
Pedro Sáez

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