1. El «precursor» prepara, rotura, siembra… Está en función del que va a llegar o de lo que se pretende instaurar. Su tentación es la de suplantar, predicarse a sí mismo, adecuar a sus intereses lo que va a venir, olvidar que su servicio no se centra en sí mismo… A veces puede sentir que su misión ha fracasado, sobre todo si se encuentra solo, sin el aprecio de los demás, en la cárcel… Es natural que entonces se pregunte uno por el sentido de su vida. Así le ocurrió a Juan Bautista, al comprobar que las obras de Jesús no acreditaban su mesianidad, sino que decepcionaban a sus compatriotas; que el pueblo no se convertía; que crecían los conflictos con los jefes del sistema… Juan, como precursor, se sintió dubitativo y angustiado.
2. El Antiguo Testamento está pendiente del que «ha de venir». Será el Mesías, que vendrá a dar vida, a curar al pueblo de sus enfermedades y heridas. La respuesta de Jesús, como respuesta evangélica, orienta a Juan y a todos los cristianos. Nos gustaría a veces que el cristianismo fuera de otra manera: apocalíptico, prepotente, lleno de milagros, avasallador… Pero no lo es. La era mesiánica, según el libro de Isaías, se caracteriza por las obras de liberación y salvación. Jesús se remite a sus obras. La respuesta del Señor puede defraudar —y, de hecho, defrauda—, ya que el cristianismo no es aplastamiento, sino recomposición; no es desquite, sino perdón. Así lo entiende la primera lectura de Isaías.
3. Como consecuencia, la actitud cristiana es actitud activa y operante, de espera y de esperanza. Se proclama el evangelio cuando a los pobres les llega de verdad la buena noticia, a saber, cuando son defendidos y reconocidos. Sin liberación no hay evangelización. El cristiano es un precursor que prepara la llegada del reino de Dios y del Dios del reino.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Cómo evangelizamos hoy?
¿Somos precursores del Señor?
Casiano Floristán
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