09 octubre 2016

Homilía para hoy domingo, 9 octubre

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Los textos que acabamos de escuchar nos ofrecen un claro mensaje: hacer caso a Dios siempre es provechoso para el hombre. Nadie, ni Naaman, ni los perseverantes ni los diez leprosos quedan defraudados por haber puesto su confianza en Dios. Todos salen beneficiados.
Con esta confianza en la bondad y sabiduría de los planes de Dios sobre nosotros, abordamos el tema correspondiente al día de hoy, según el plan que nos hemos trazado de desarrollar hasta Navidad la exhortación papal:“La alegría del amor”
Precisamente el Papa en el primer capítulo habla de la familia “a la luz de la palabra”, es decir, a la luz de lo que Dios ha proyectado sobre dicha institución y de cuyo seguimiento, según lo que aparece en los textos que nos ofrece la liturgia de hoy, nunca puede desprenderse mal alguno sobre ella sino todo lo contrario: su perfecta realización. 

Recuerda el Papa que la familia es una entidad querida por Dios en la que el amor es la piedra fundamental. En la donación voluntaria de amor dos personas son una misma carne sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, en el hijo que nacerá de los dos. (nº 13)
Dice el papa que “la presencia de los hijos es un signo de plenitud de la familia en la continuidad de la misma historia de la salvación de generación en generación” (nº 14) En el proyecto de Dios los padres son elevados a la categoría de cooperadores de Dios en el mantenimiento de la vida humana sobre la tierra.
Contempla luego a la familia como una Iglesia doméstica en la que Jesús está sentado a la misma mesa. (nº 15) Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18:20)
También la ve como la sede de la primera catequesis de los hijos, donde los padres se convierten en los primeros maestros de la fe para sus hijos”(nº 16) por lo que serán tenidos por grandes en el Reino de los Cielos, como todos aquellos que enseñen el Evangelio a los demás. (Mt. 5,19) 
El Papa nos recuerda también que los hijos no son una propiedad de la familia, sino que tienen por delante su propio camino de vida. (nº 18)
Exponer esta grandiosidad de la familia desde la perspectiva de Dios no le impide al Papa pisar en la tierra y ver las dificultades que implica toda esa belleza. Nos recuerda el Papa que Jesús mismo nace en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjeraEntra en casa de Pedro donde la suegra está enferma. Se deja involucrar en el drama de la muerte de Lázaro, escucha el grito desesperado de la Viuda de Naín ante su hijo muerto, atiende el clamor del padre del epiléptico en un pequeño pueblo del campo. 
Jesús conoce las ansias y las tensiones de las familias incorporándolas en sus parábolasdesde los hijos que dejan su casa para intentar alguna aventura hasta los hijos difíciles con comportamientos inexplicables. Incluso se interesa por las bodas que corren el riesgo de resultar bochornosas por la falta de vino, o por la ausencia de los invitados, así como por la pérdida de una moneda en una familia pobre. (nº 21)
En este breve recorrido podemos comprobar que la palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor. (nº 22)
Como nos ha subrayado el Papa la visión de fe del matrimonio y la familia excluye radicalmente una visión “rosa”, “idílica” en la que todo lo visto nos parezca una novela rosa que nada tiene que ver con lo cotidiano de la vida. NO. La aportación de la revelación es válida precisamente para que no idealicemos la vida familiar como si fuera un paseo triunfal sin dificultades sino para todo lo contrario: para que en medio de las oscuridades y desafíos sepamos que estamos metidos en una empresa que nos transciende, que nos remite a planos superiores en los que se va realizando los inescrutables designios de Dios sobre nosotros. Lo que pretende la fe no es desfigurarnos la realidad sino no dejarnos absorber totalmente por ella. Por encima de las nubes hay un sol brillante. Sepamos descubrirlo de la mano de la revelación, de la mano de la fe y salgamos adelante con esperanza. AMÉN.
Pedro Sáez

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