06 agosto 2016

La fe y la esperanza se abrazan

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No siempre la fe es una experiencia fácil, apoyada en una seguridad evidente. Las tres lecturas de este domingo invitan a revisar el sentido que damos a la fe y los fundamentos que la sostienen.
La garantía de lo que se espera
Hay tiempos en que la oscuridad y la inseguridad parecen imponerse a los mismos creyentes. A veces los tiempos se tornan particularmente difíciles y exigentes para la fe. La fidelidad a la palabra de Dios y al seguimiento de Jesús resulta ardua.

«La fe —como recuerda la Carta a los hebreos— es la seguridad de lo que se espera, y la prueba de lo que no se ve» (11, 1).La fe no es posesión de la meta, ni certeza basada en lo que se muestra evidente; sino —como en el caso de Abrahán— obediencia a la llamada de Dios, confianza para ponerse en camino «sin saber adónde iba» (v. 8); descansa únicamente sobre la fidelidad de Dios que hace la promesa. Pero el objeto último de la promesa, la patria definitiva de la plena y gozosa comunión con el Padre, desborda todas las provisionales realizaciones del camino. Como dice el mismo texto refiriéndose a aquellos cuya fe elogia: «Con fe murieron todos, sin haber recibido la tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos» (v. 13). La fe, no obstante, confiere al creyente aliento y firmeza suficiente para vivir el presente oscuro con fidelidad. La misma Carta a los hebreos, hablando más adelante de Moisés, lo dice muy justamente: «Por la fe… se mantuvo firme como si viera al invisible» (v. 27).
Jesús en el texto del evangelio promete a los suyos, «pequeño rebaño» (v. 32), el Reino que el Padre se complace en darles. No es el camino exento de dificultades, sino la palabra comprometida de Dios, la garantía para caminar sin temor, es decir, para creer la promesa. Pero la promesa, precisamente por serlo, no es realidad presente que ya se pueda palpar. La venida del Hijo del hombre como Señor y Salvador no es una magnitud verificable. Pero mientras llega, mientras en la historia está como ausente, Jesús llama a permanecer vigilantes, preparados para su llegada sorpresiva, obrando conforme a su voluntad (cf. v. 47). La fe consiste en vivir, mientras tanto, en esperanza activa, lo que en plenitud está prometido para cuando venga el Señor.
Promesa y comunión
La fe en las promesas de Dios, su Reino, compromete a asumir la historia con responsabilidad para que la palabra empeñada por Dios vaya dejando en nuestras realidades la marca de su eficacia salvífica. La fe no da a los creyentes claves para vivir más tranquila y cómodamente. El haber conocido la voluntad del Señor nos hace sujetos de mayor responsabilidad ante él: «Al que se le confió mucho, más se le exigirá» (v. 48).
Pero según la parábola de Jesús, la fe no es sólo experiencia de una vida en tensión por las exigencias y los compromisos. Finalmente es experiencia de plenitud y de comunión (cf. v. 37). La fe termina en comunión de meta y de destino con el Señor porque había comenzado con su llamada. En el inicio y en la conclusión de la vida de fe siempre se encuentra la promesa y la plenitud que el Señor otorga. Lo recuerda bien el libro de la Sabiduría: «Nos honrabas llamándonos a ti» (18, 8). En el camino mientras tanto, se nos pide fidelidad, coherencia y confianza. 
En tiempos difíciles y oscuros como los presentes, aunque sea «mirándolas desde lejos», no hay que perder de vista las promesas, que por ser de Dios, llevan la garantía de su realización y fortalecen nuestra esperanza.
Gustavo Gutiérrez

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