06 agosto 2016

Vértigo

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Unos lo llaman «euforia veraniega». Otros «desmadre». Lo cierto es que, durante el verano, es más fácil advertir ese estilo de vida cada vez más frecuente en la sociedad occidental y que ha sido calificado por algunos analistas como «experiencia de vértigo».
Todos sabemos lo que sucede cuando subimos a una torre alta y miramos hacia el suelo. El vacío nos arrastra, y si no nos asimos fuertemente a algo, corremos el riesgo de precipitarnos hacia el abismo. Algo de esto puede ocurrir en la vida del individuo. El vacío interior puede provocar una especie de vértigo capaz de arrastrar a la persona hacia su ruina.
Cuando se vive sin convicciones profundas o se carece de verdaderos ideales, se crea un vacío interior que deja a la persona a merced de toda clase de impresiones pasajeras. Entonces, todo lo que produce euforia o placer inmediato seduce y arrastra. El individuo se deja llevar por cualquier experiencia que pueda llenar su sensación de vacío. Necesita poseerlo y disfrutarlo todo. Y, además, ahora mismo y al máximo.

Otro rasgo de este «vértigo existencial» es la búsqueda de ruido. La persona no soporta el silencio. Aborrece el recogimiento. Lo que necesita es perderse en el bullicio y el griterío. De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior.
Este vértigo conduce, por lo general, a un estilo de vida donde todo puede quedar desfigurado. Fácilmente se confunde la alegría con la euforia, la fiesta con la orgía, el amor con el sexo, el descanso con la dejadez. La persona quiere vivir intensamente cada momento, pero, con frecuencia, no puede evitar la sensación de que se le puede estar escapando algo importante de la vida.
Y, ciertamente, es así. En la «experiencia de vértigo» se encierra un engaño que López Quintás resume con estas palabras: «Las experiencias fascinantes de vértigo lo prometen todo, no exigen nada y acaban quitándolo todo.» Para vivir una vida de vértigo, no hace falta ningún esfuerzo. Sólo dejarse llevar por las pulsiones instintivas y ceder a la satisfacción inmediata. Lo que pasa es que una vida «desmadrada» lleva fácilmente a la dispersión, el embotamiento y la tristeza interior.
Hemos de escuchar la invitación de Jesús a vivir vigilantes, «ceñida la cintura y encendidas las lámparas»Para vivir de forma más humana y más cristiana es necesario cuidar más «lo de dentro» y alimentar mejor la vida interior. No es extraño que un maestro espiritual de nuestros días afirme que el hombre contemporáneo necesita escuchar la célebre consigna de san Agustín: «volvamos al corazón.»
José Antonio Pagola

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