14 agosto 2016

Domingo XX del Tiempo Ordinario

El domingo pasado nos recordaba Jesús que debíamos estar preparados. Este domingo, continuando el esquema propuesto, nos toca reflexionar sobre ¿para qué hemos de estar preparados? 
¿Para qué?
En parte ya lo vimos el domingo pasado: para que el Señor nos encuentre con las manos llenas. 
Hoy en el Evangelio Jesús nos señala uno de los contenidos con los que hemos de llenarlas: llevar adelante la gran revolución convocada por Él. Sí, no debemos sorprendernos; lo anunció abiertamente: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo ya que arda!”

Magnífico símbolo para manifestar su más profundo compromiso: acabar desde la raíz con los males que aquejan a la sociedadHay que quemar el odio, la injusticia, la violencia, la pereza, la imprudencia, el salvajismo, el desinterés por los demás. Jesús ha presentado un proyecto capaz de arrasar todo eso y con fuerza suficiente para engendrar una nueva civilización que no cree injusticia, hambre, violencia sobre los débiles, sumisión a los poderosos, en una palabra: violación de los derechos humanos.
Sí, Jesús ha venido a poner patas arriba al mundo. Sus bienaventuranzas son un código de valores diametralmente opuesto al vigente en aquella sociedad y en la nuestra, que no ha sido capaz de engendrar unos nuevos tiempos, sino más bien un “pastel” en el que casi todo cabe pero en el que nada sabe, de verdad, a Evangelio. El Papa sabedor de esta ausencia nos pedía en la “Evangelii Gaudium” que los cristianos trabajásemos para conseguir que el mundo oliera a Evangelio. 
Desde el punto de vista de nuestro compromiso cristiano en el campo de la política, hoy nos urge a todos el establecimiento de los derechos Naturales Humanos, y por consiguiente, inalienables, intocables, señalados en la Declaración del 10 de Diciembre del 48. 
En su origen tienen una fuerte impregnación cristiana cuando en su artículo primero reconoce que todos los hombres deben tratarse fraternalmente. El resto del articulado hasta 30 contiene un magnífico código de comportamiento a la hora de alumbrar un mundo más humano y por consiguiente más cristiano. 
El ejemplo del fuego es interesante porque el fuego destruye, es verdad,pero también sirve para iluminar y dar calor al mundo, a los corazones de los hombres y mujeres que lo integran. 
El fuego del que habla Jesús y que puede hacer que el mundo deje de tener un tufillo a podrido es el amor. El amor arrasa cuanto de malo hay en el corazón humano pero también es capaz de despertar cuanto de noble y grande es posible en la humanidad.
Jesús quiere encender nuestro corazón y también que nosotros incendiemos el de los demásQuiere convertir el mundo en una fraternidad universal donde todos seamos capaces de convivir pacíficamente, donde todos nos veamos como próximos, como cercanos.Donde las penas de unos sean las penas de todos, donde las alegrías de unos sean risas de todos, donde cada uno pueda realizarse plenamente como persona, donde se respete la dignidad de todos, donde haya igualdad de oportunidades para trabajar, estudiar, para vivir en general. 
Seguir a Jesús no es volver al pasado con sus luces y sombras sino mirar, encarar el futuro como una posibilidad realizable de dicha universal. 
Es una empresa grandiosa pero anunciada por Jesús como “peligrosa”. Él, que fue el predicador del amor, tuvo un dramático final que pronosticó idéntico para quienes le siguieran. No nos sorprenda que siendo los cristianos gente que va contra corriente, contra lo tradicional, contra lo convenido por los poderes del mundo, el final sea, o pueda serlo, trágico. Algo de esto debió querer decirnos cuando afirmó que la paz que yo os doy no es como la da el mundo. (Jn. 14,27). 
El próximo domingo, Dios mediante, volveremos sobre este punto.
Que estas reflexiones que nos ofrece Jesús nos aclaren nuestra verdadera postura cristiana en el mundo y los riesgos en los que nos metemos. 
Pero recordemos también sus prometedoras y esperanzadoras palabras:
“Tened confianza, yo he vencido al mundo” AMÉN.
Pedro Saez

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