La Escritura nos recuerda repetidas veces que el anuncio del amor de Dios choca siempre a los grandes de este mundo.
Ir a la raíz
El capítulo doce del evangelio de Lucas trae consejos y advertencias a los discípulos. Jesús prosigue su camino a Jerusalén, las resistencias a su misión se hacen más agresivas, el Señor prevé el desenlace y previene a sus seguidores. El texto de este domingo está escrito en términos paradójicos, es un modo de acercarnos a una realidad compleja y controvertida.
El capítulo doce del evangelio de Lucas trae consejos y advertencias a los discípulos. Jesús prosigue su camino a Jerusalén, las resistencias a su misión se hacen más agresivas, el Señor prevé el desenlace y previene a sus seguidores. El texto de este domingo está escrito en términos paradójicos, es un modo de acercarnos a una realidad compleja y controvertida.
Jesús es mensajero de la paz, pero de una paz profunda y definitiva. No de un simple reposo, y menos aún de una etiqueta sobre un fiasco vacío. Se trata de una paz que implica justicia, respeto al derecho de los demás, en particular al de los más indefensos, «los pobres y oprimidos» como dicen insistentemente los obispos en Puebla. Proclamar esa paz encuentra la oposición de quienes se benefician de un orden social injusto. El egoísmo —y sus consecuencias— rechaza la llamada a la fraternidad basada en nuestra condición de hijas e hijos de Dios. Eso es lo que el Señor recuerda a sus discípulos. Su mensaje es de paz, pero él sufrirá por eso el bautismo de fuego (cf. Lc 3, 16), será sumergido en el dolor y en la muerte. Esto no es buscado, es encontrado y aceptado; el precio que debe pagar lo angustia desde ahora (Lc 12, 49-50).
La paz es fruto del amor, resultado de una comunión auténtica que elimina las causas de la división y el maltrato entre las personas. Señalar las razones de la falta de fraternidad y de justicia, les parecerá a algunos —de buena o de mala voluntad— querer provocar divisiones. Hay quienes, en efecto, prefieren no ver de dónde vienen los males, porque eso cuestionaría sus presentes privilegios. Jesús es consciente que su predicación del Reino desvela una realidad en la que, desgraciadamente, las divisiones están ya presentes. Busca eliminarlas yendo a su causa: la falta de amor concreto y comprometido. Esto exige una decisión: por o contra el Señor (cf. v. 51-53).
Las tribulaciones de un profeta
Jeremías es presentado muchas veces por los Padres de la Iglesia como prefigurando a Cristo. El texto de hoy nos refiere el intento de muerte de que fue objeto por cumplir con el mandato de Dios. Los «príncipes» del pusilánime rey Sedecías consideran que el profeta es un traidor a la patria (Jer 38, 4). Prefieren, como muchos hoy, que no se diga la verdad. Pretenden que quien lo hace está creando la situación que denuncia. Es la peor de las mentiras.
Ni Jeremías ni Jesús dan lugar a las divisiones, buscan suprimirlas. No ocultan la realidad, no juegan a escondidas con la tarea de anunciar la palabra de Dios, quieren una real reconciliación. No buscan ser apreciados por todos, recibir honores y recompensas de los grandes de este mundo. «Fijos los ojos en… Jesús» (Heb 12, 2) debemos dar testimonio de todas las exigencias del amor de Dios, pese a quien pese.
Gustavo Gutiérrez
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