La vida lleva hoy a muchos hombres y mujeres a vivir volcados hacia lo exterior, los ruidos, las prisas y la agitación. A la persona de hoy le cuesta adentrarse en su propia interioridad. Tiene miedo a encontrarse consigo misma, con su propio vacío interior o su mediocridad.
Por otra parte, se han producido cambios tan profundos durante estos años que la fe de muchos se ha visto gravemente sacudida. Son bastantes los que ya no aciertan a rezar. No sienten nada por dentro. Dios se les ha quedado como algo muy lejano e irreal, alguien con quien ya no saben encontrarse.
¿Qué puede significar entonces hablar de Pentecostés o del Espíritu Santo? ¿Puede, acaso, el Espíritu de Dios liberarnos de esa tentación de vivir siempre huyendo de nosotros mismos? ¿Puede despertar de nuevo en nosotros la fe en Dios? Y, sobre todo, ¿puede uno abrirse hoy a la acción del Espíritu?
Tal vez, lo primero es confiar en Dios que nos comprende y acoge tal como somos, con nuestra mediocridad y falta de fe. Dios no ha cambiado, por mucho que hayamos cambiado nosotros. Dios sigue ahí mirando nuestra vida con amor.
Después, necesitamos probablemente pararnos y, simplemente, estar. Detenernos por un momento para aceptarnos a nosotros mismos con paz y amor, y escuchar los deseos y la necesidad que hay en nosotros de una vida diferente y más abierta a Dios.
Es fácil que nos encontremos llenos de miedos, preocupaciones o confusión. Tal vez, necesitamos purificar nuestra mirada interior. Despertar en nosotros el deseo de la verdad y la transparencia ante Dios. Liberarnos de aquello que nos enturbia por dentro y clarificar qué es lo que deseamos en este momento de nuestra vida.
Es fácil también que la falta de amor sea la fuente más importante de nuestro malestar. Ese egoísmo que nos penetra por todas partes, nos encierra en nosotros mismos y nos impide ser más sensibles a los sufrimientos, necesidades y problemas, incluso de aquellos a los que decimos querer más. ¿No necesitamos en el fondo vivir de manera más generosa y desinteresada? ¿No habría más paz y alegría en nuestra vida?
No olvidemos que el Espíritu Santo es «dador de vida». Siempre que nos abrirnos a su acción, aunque sea de manera pobre e incierta, él nos hace gustar los frutos de una vida más sana y acertada: «amor alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario