Parece que todos estamos de acuerdo en aceptar que a las personas se las conoce por los hechos, por las obras. Pentecostés es una palabra griega que significa cincuenta y se refiere a que la resurrección del Señor la celebramos hace cincuenta días y hoy conmemoramos el hecho de que los apóstoles recibieran el Espíritu Santo. Por tanto la fiesta de Pentecostés coincide con la venida del Espíritu. ¿Qué es? O ¿quién es el Espíritu Santo?. Si se nos hicieran estas preguntas, seguro que responderíamos con muchas vacilaciones. Lo poco que le conocemos se debe a sus obras.
Si un tenista salta a la cancha con espíritu, lo notamos rápidamente. Como percibimos con prontitud si le falta el espíritu. Observamos que se mueve sin nervio, con lentitud, acomplejado. Los apóstoles, a primera hora del domingo de Pentecostés, no se atrevían a salir a la calle. Estaban atemorizados, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Poco se podía esperar de aquellos hombres de fe frágil, temblorosos. Pero al recibir el Espíritu en su interior se volvieron decididos, valientes, capaces de enfrentarse a cualquiera.
Hay parroquias cuya fe es lánguida, mientras que otras son comunidades vivas. Es posible que hagan las mismas ceremonias, los mismos actos. Pero la diferencia se palpa por la acción del Espíritu Santo. La una actúa bajo la influencia del Espíritu, la otra no. Necesitamos refrescar nuestra fe, ya que esta fe nuestra es aburguesada, mediocre. Sencillamente tenemos que recuperar “el amor primero”.Basta que nos bendiga con sus frutos, por ejemplo, el de la bondad, el de la mansedumbre, el de la fidelidad, el de la paz, el de la alegría…
Después de la guerra europea, varias naciones europeas se unieron para crear el Mercado Común. Sus aspiraciones se concretaban en formar una corporación comercial. Pero, pasado un tiempo, muchos europeos pedían más que un mercado común. Deseaban otro Espíritu Santo que les concediese otros dones. Por eso hoy muchos europeos no están de acuerdo con el comportamiento de Europa con relación a los refugiados. Solicitan otro Espíritu.
Así como Dios sopló en el Paraíso Terrenal sobre la figura hecha de barro y le comunicó la vida, Jesús también sopló sobre los apóstoles y los transformó. Hoy es preciso que sople sobre la Iglesia, sobre la sociedad para que “riegue la tierra en sequía, sane el corazón enfermo, lave las manchas, guíe al que tuerce el sendero”.
Jesús comparó el Espíritu con el viento, que “sopla donde quiere”. “El Espíritu Santo es el viento de Dios que empuja a las almas y a la Iglesia aun en medio de las dificultades. Es el viento que nos trae cada día las novedades de Dios, el viento que al soplar borra y limpia las nubes que oscurecen nuestros corazones”.
Josetxu Canibe
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