Solemnidad de Pentecostés
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dice: “La paz sea con vosotros”. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. De nuevo les dijo: “La paz sea con vosotros. Como me envió el Padre, así os envío Yo”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados. A quienes se los retengáis, les son retenidos”.
Jn 20,19-23
¡Hoy es una gran fiesta, una gran fiesta del Espíritu, la gran fiesta de Pentecostés, la inundación del Espíritu de Jesús! Por eso hoy te pregunto insistentemente: Jesús, ¿qué me quieres decir con esta gran fiesta?, ¿qué me quieres decir con esta solemnidad? Y empiezo pidiéndote: ¡Ven, Espíritu de Jesús, sobre mí! Ven sobre mi corazón, sobre mis labios, sobre mi mente… ¡Ven!
La fiesta de llenarnos del Espíritu de Dios… ¡Qué grande eres, Señor! A lo largo de la liturgia me das escenas, días, fiestas, para que yo me vaya llenando más de tu fuerza y de tu ilusión y de tu arranque para proclamar y transmitir la Buena Noticia. Y me regalas este texto; este texto que tanto me dice… Entras y los ves —a tus discípulos— con las puertas cerradas de miedo, y lo primero que dices: “Paz, paz a vosotros”. Jesús, hoy también entras en el Cenáculo de mi corazón y me dices: “Paz, ten paz. ¿Por qué te turbas?, ¿por qué tienes miedo?, ¿por qué?”. Y cuando estoy contigo en esa paz, exhalas tu aliento y me dices, como a los discípulos: “Recibid el Espíritu Santo y proclamad la Buena Nueva”.
Hoy me traes la paz, hoy me traes el sosiego interior, hoy me traes la alegría, hoy me quitas los miedos, hoy me quitas las desconfianzas, hoy me quitas todas mis oscuridades interiores, hoy me quitas todos los tropiezos que imposibilitan verte y ser una buena transmisora de la Buena Noticia. Hoy me llenas de tu Espíritu para ser portadora de tu perdón, de tu amor, para que extienda tu mensaje por todas las partes.
Quiero repetirte muy despacito:
Ven, Espíritu Divino, ¡ven!
Manda tu luz desde el Cielo.
Ven, dulce huésped de mi alma.
Manda tu luz desde el Cielo.
Ven, dulce huésped de mi alma.
Ven, descanso de mi esfuerzo.
Ven, brisa en las horas de fuego. ¡Ven!
Ven, brisa en las horas de fuego. ¡Ven!
Y te insisto y te reclamo con fuerza, con esperanza, con necesidad:
Entra hasta el fondo de mi alma.
Enriquéceme, mira mi vacío,
mira cómo estoy
cuando Tú no estás por dentro.
Envíame tu aliento,
riega mi pobre tierra
que está en sequía.
Sana mi corazón enfermo.
Lávame de tantas impurezas,
de tantas manchas.
Dame calor a mi vida,
a veces tan fría,
a veces tan llena de hielo.
Guíame cuando me tuerza,
cuando no sepa por dónde voy,
cuando quiera seguir mi camino fuera de ti.
Reparte todos tus dones.
Lléname de tu bondad y de tu gracia. ¡Sálvame!
Ven, Espíritu, llena mi corazón
y enciéndeme en la llama de tu amor.
Enriquéceme, mira mi vacío,
mira cómo estoy
cuando Tú no estás por dentro.
Envíame tu aliento,
riega mi pobre tierra
que está en sequía.
Sana mi corazón enfermo.
Lávame de tantas impurezas,
de tantas manchas.
Dame calor a mi vida,
a veces tan fría,
a veces tan llena de hielo.
Guíame cuando me tuerza,
cuando no sepa por dónde voy,
cuando quiera seguir mi camino fuera de ti.
Reparte todos tus dones.
Lléname de tu bondad y de tu gracia. ¡Sálvame!
Ven, Espíritu, llena mi corazón
y enciéndeme en la llama de tu amor.
Hoy, Jesús, en este ratito contigo, me quedo ahí para que me inundes, para que oiga: “Conviene que Yo me vaya, pero te envío mi Espíritu”. Me quedo contigo para que me llenes de coraje, para que sepa recordar que Tú eres mi Señor, y que eres el único que abres mi corazón y me das fuerza, para que sepa palpar tu presencia, para que sepa darme cuenta de que Tú estás conmigo, para que abra mi corazón y para que tenga coraje para comunicarte en todos los lugares de la tierra. Hoy te repito: “¡Envía tu Espíritu, Señor, y lléname! Envíame tu Espíritu porque cuando Tú no estás, cuando me retiras tu aliento, soy polvo y no sé hacer nada sin ti. ¡Envía tu Espíritu! Espíritu de Jesús, puebla mi corazón, llena la tierra, que ahora con tu Espíritu ya no tenga miedo, ni tenga motivos para no ser transmisor y testigo de tu mensaje de amor. Gracias por darme tu Espíritu.
Inunda mi ser. Oh, Espíritu… ¡inunda mi ser!
Se lo pido también a tu Madre, María, que recibió tu Espíritu y que es mi gran intercesora: que me ayude. Ven, Espíritu Santo, sobre mí. Ven, fuerza del amor, sobre mí. Ven, alegría de mi corazón, sobre mí. Y oiré más de una vez: “Recibid el Espíritu Santo, el Espíritu de amor, el Espíritu de fuego y el Espíritu de fe”. Y oiré: “Recibe mi Espíritu de fortaleza, de temor, de alegría, de sabiduría y de amor”.
¡Recibe mi Espíritu Santo!
Gracias, Señor… y que así sea.
Francisca Sierra Gómez
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