SACRIFICIO DE MELQUISEDEC. “En aquellos días, Melquisedec, Rey de Salem…” (Gn 14, 18)Se trata de un misterioso personaje del Antiguo Testamento, “sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, que permanece sacerdote para siempre”, según narra la epístola a los Hebreos. También en el salmo ciento diez se dice que su sacerdocio es eterno. Una figura que anunciaba a Cristo, cuyo sacerdocio, en efecto, es eterno, y cuyo origen se pierde en la eternidad. Un sacerdocio que no proviene de los hombres, sino del mismo Dios.
El pasaje nos dice que Abrahán le ofreció el diezmo de todo. De esa forma se pone de relieve la grandeza de ese personaje, pues quien ofrece algo siempre es inferior que aquel a quien se hace la ofrenda. Por otro lado se nos refiere que Melquisedec ofreció a Dios el pan y el vino. Un sacrificio que anunciaba también ese otro sacrificio, el de la Eucaristía donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se inmolan por la salvación del mundo.
2.- LA EUCARISTÍA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA. “Por eso, cada vez que coméis de este pan…” (1 Co 11, 26).El Apóstol asegura que cuanto les está diciendo sobre la Eucaristía pertenece a la Tradición que arranca de Cristo, “procede del Señor” nos dice. Así fue, en efecto, pues el Maestro encomendó a sus discípulos que repitieran en memoria suya lo que él acababa de hacer, convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, que se entregaba en sacrificio para la redención del mundo. De ahí que diga San Pablo que cada vez que comemos el Pan o bebemos del Cáliz proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Proclamar la muerte de Cristo equivale a repetir su sacrificio, de modo sacramental pero real. Es decir, en cada celebración eucarística se repite el sacrificio del Calvario. De ahí la importancia capital de la Eucaristía, de la Misa. Tanto que el Magisterio de la Iglesia lo considera como el centro de la vida la cristiana, la fuente de la que brota la vida de la Gracia y, por otro lado, es el acto al que se dirige toda actividad apostólica, allí donde converge cuanto la Iglesia hace y dice para la salvación del mundo.
HASTA SACIARSE. “Comieron todos y se saciaron…” (Lc 9, 17). La multiplicación de los panes y los peces es un hecho atestiguado por todos los evangelistas, uno de esos acontecimientos considerado de capital importancia, no por lo prodigioso sino por el valor teológico que encierra, por el significado doctrinal tan rico e importante que entraña. San Juan recordará que Jesús mismo da las claves para su interpretación, destacando la íntima relación de ese prodigio con la Eucaristía, pues en ella Jesús es el verdadero Pan bajado del cielo, el Pan de vida, el Pan vivo.
El Señor se dio cuenta de que aquel milagro despertó en la muchedumbre el entusiasmo, hasta el punto de que quieren hacerlo rey. Pero por otro lado les recrimina que lo busquen sólo porque se han saciado. Buscad el pan del cielo, les dice, el pan que el Hijo del Hombre os dará. Y luego les aclara que quien coma de este Pan no morirá para siempre. Esto es mi Cuerpo –nos recuerda—que será entregado por vosotros.
Por Antonio García-Moreno
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