27 mayo 2016

La alianza nueva y eterna de Cristo

1.- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Dentro del pensamiento paulino, tal como leemos hoy en la primera carta de san Pablo a los Corintios, escrita bastantes años antes de la publicación de los evangelios, la eucaristía es la mejor expresión de la nueva alianza que Cristo hizo con su Padre, ofreciéndole el sacrificio de su propia sangre. En el Antiguo Testamento se habla de otras alianzas que Dios hizo con su pueblo. Los sacerdotes de las antiguas alianzas ofrecían a Yahvé la sangre de algún animal sacrificado y era la sangre de ese animal sacrificado y ofrecido a Dios la que sellaba la alianza que Dios hacía con su pueblo. En la nueva alianza es la propia sangre de Cristo la que sella de una manera definitiva y para siempre la alianza de Dios con los hombres. Dios ya no quiere sacrificios de toros, ni otras ofrendas, para perdonar los pecados del pueblo; es la sangre –la vida, pasión y muerte de Cristo- ofrecida sobre el ara de la cruz, lo que perdona nuestros pecados. En la eucaristía, cada vez que comemos el pan sacramentado y bebemos el vino, renovamos esta nueva alianza, en la que Dios perdona nuestros pecados por la sangre de Cristo.

2.- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Si seguimos con san Pablo, cada vez que nos acercamos a recibir el cuerpo de Cristo, debemos ser conscientes de que estamos comulgando con el Cristo que se entregó, libre y voluntariamente, por nosotros. Recibimos un cuerpo entregado, ofrecido libremente a Dios, para obtener el perdón de nuestros pecados. No es que Cristo buscara la muerte por amor a la muerte; Cristo, como ser humano que era, temía la muerte, pero aceptó con amor la muerte y ofreció su vida al Padre, porque esa era la condición necesaria para quitar el pecado del mundo. Cristo, cordero inmolado, aceptó una muerte humanamente cruel e injusta, entregándose por nosotros, para salvarnos a nosotros. La muerte de Cristo fue una muerte redentora, una muerte por amor a sus hermanos los hombres. Por eso, cada ver que nosotros anunciamos la buena noticia de Cristo, su evangelio, debemos ser conscientes de que estamos anunciando la vida y muerte de una persona que sacrificó su vida luchando contra el mal y contra la injusticia del mundo, precisamente para salvar al mundo. De todo esto debemos ser muy conscientes cada vez que nos acercamos a comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo, un cuerpo entregado por nosotros…
3.- Haced esto en memoria mía. Sigue diciéndonos san Pablo que Cristo mandó a sus discípulos que cada vez que se reunieran para comer el pan y beber el cáliz lo hicieran en memoria suya. La eucaristía es la renovación del sacrificio de Cristo; como venimos diciendo, la eucaristía es la memoria del sacrificio de la vida de Cristo. Cristo fue el primer mártir del cristianismo, lo mataron porque no se acobardó ante la persecución injusta de los que le mataron, sino que, por amor a su Padre, Dios, eligió la muerte, antes que ceder ante las presiones de sus enemigos. Si de verdad celebramos conscientemente nuestras eucaristías, debemos hacerlo recordando la primera eucaristía que Cristo celebró con sus discípulos, inmediatamente antes de recorrer el camino hacia el calvario, donde ofrecería su vida al Padre, sobre el ara de la cruz.
4.- Dadles vosotros de comer. En el evangelio de hoy hemos leído el relato de la multiplicación de los panes y los peces. En esta fiesta del Corpus, debemos entender este relato también en lenguaje eucarístico. Nuestras eucaristías nos dicen que Cristo ofreció su vida para salvar a todos los hombres, sin excepción alguna. Nuestras eucaristías no pueden quedarse en un acto piadoso individual, sino que deben implicar un propósito de salvar al mundo, especialmente a los más necesitados, poniendo nuestras vidas al servicio de la vida de aquellas personas que más nos necesitan. Hoy es el día del amor fraterno y nuestra eucaristía de hoy debe animarnos a querer salvar, por amor, a todas las personas necesitadas. En nuestra tierra hay recursos suficientes para que nadie se muera de hambre, es nuestro egoísmo, el egoísmo humano, el que condena a la muerte por hambre a muchas personas. En esta eucaristía de la fiesta del Corpus, ofrezcamos cada uno de nosotros todo lo que podamos, para que nadie se muera de hambre por culpa de nuestro egoísmo. Demos nosotros de comer a las personas que nos necesitan, cada uno según sus posibilidades.
Por Gabriel González del Estal

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